Por fin he comenzado a escribir America is ready! Después de una semana, la anterior, en la que he tenido que dedicarme casi en exclusiva a ordenar la ingente masa de documentación que he recopilado y que amenazaba con volverse ingobernable o sea, inútil porque me resultaba imposible el encontrar nada), el domingo pasado escribí las primeras líneas de lo que pretendía que fuera la introducción (1776. Ya hubo un tiempo en que Estados Unidos tuvo que luchar por su libertad) y, tras dos horas de esforzado trabajo… ¡me di cuenta de que aquello era una porquería y las borré ipso facto! Como quiera que ya tengo maña en esto de encontrarme con que lo que estoy escribiendo no es precisamente lo que tenía pensado, sé de sobras lo que tengo que hacer: apagar el ordenador, acordarme de la madre que parió al presidente Obama (sí, ya sé que ella no tiene la culpa de nada, pero uno es así, tengo mal genio, y además todos sabemos que ser madre no es precisamente fácil), tomarme algo fresquito e irme a dar una vuelta al parque, sentarme en un banco y mirar los árboles (actividad apasionante, créanme). Dicho y hecho; a mi regreso, mi torpe cerebro había descubierto por fin qué era lo que iba mal (siempre es la primera frase, si lo sabré yo) y estaba presto a corregirlo. Así que, tras encender de nuevo el ordenador y encomendarme a santa Sarah, tecleé el nuevo comienzo que se me había ocurrido y… voilà! ¡Funcionaba!
Por una vez, una foto en la que no sale Sarah Palin, pero sí el resto de la familia. Es antigua, pero muy interesante porque la mujer de la izquierda, que sostiene a Trig mientras le da el biberón es Kris Perry, la persona de mayor confianza de Sarah en Alaska. Ya había trabajado con ella como su jefa de Gabinete cuando Sarah era gobernadora y fue una de las únicas dos personas (la otra fue Meghan Stapleton) que estuvo permanentemente con ella en la campaña electoral de 2008. Al final, tuvo que dimitir de su puesto al ser acosada ella también por la avalancha de ridículas ethics complaints, pero ahí sigue… Y Sarah no la ha olvidado, pueden estar seguros de ello. Kris tiene un gran futuro con Sarah. Ya lo veremos en 2012. El resto son Piper zampándose una pizza, Willow detrás de ella y Todd pendiente como siempre de que todo el mundo se sienta a gusto.
Como ya les he dicho, mi trabajo escribiendo America is ready! ha empezado y ya no terminará hasta que lo tenga listo. En consecuencia, ésta va a ser mi última entrada de la temporada y hasta septiembre no volveré a publicar más. La verdad es que me siento bastante agobiado porque la redacción del libro es algo muy intenso y tenerlo que compaginar con el seguimiento de la actualidad de Sarah Palin, la redacción de las correspondientes entradas y mi maldito trabajo (sí, sigo trabajando y no tendré vacaciones hasta septiembre, ¡grrr!) me hace pensar a veces lo bien que me iría tener una novia que me echara una mano, al menos aportando apoyo moral (aunque un amigo mío me dice que si tuviera una novia, no me dejaría escribir una línea… y mucho menos para referirme a otra mujer, je, je, je).
De todas formas, eso de escribir es lo mío y dentro de lo que cabe la cosa marcha espléndidamente. Ya tengo escrita la introducción y la primera parte del primer capítulo. Aquí debo confesarles que he hecho una modificación sobre el índice previsto, que queda, así:
Introducción: 1776. Ya hubo una vez en que Estados Unidos tuvo que luchar por su libertad.
A. El sistema político en Estados Unidos
1) El nacimiento de todo: la Declaración de Independencia (NUEVO)
2) Los fundamentos del sistema: la Constitución y el Tribunal Supremo.
3) Un sistema bipartidista: el Partido Republicano y el Partido Demócrata.
4) Eligiendo a sus representantes: las primarias y el Electoral Day.
5) Ejerciendo el poder: pueblos y ciudades, condados y estados.
6) La cumbre del sistema: el presidente de Estados Unidos y el gobierno federal.
Como pueden ver, he añadido un apartado nuevo al primer capítulo y ése, junto con la introducción, es el que ya tengo redactado. La verdad es que no está nada mal: dos apartados en tres días. Teniendo en cuenta que el libro se compone de unos 36 en total, eso me permite ser optimista a la hora de pensar si lo tendré listo para principios de diciembre. Septiembre, cuando tenga vacaciones, me permitirá adelantar mucho y aún tengo algunos ases guardados en la manga por si acaso necesito más días libres, je, je, je (mi jefe ni se los imagina y me encantará ver la cara de terror que pondrá cuando se lo diga porque será un justo castigo a su maldad).
El caso es que les prometí tenerles al día y eso estoy haciendo. Y como quiera que les estoy tan agradecidos a todos por lo mucho que me han animado en esta aventura mía, he pensado que les gustaría leer el borrador de lo que pretende ser la introducción del libro, para que así puedan ver por dónde van los tiros, hacerme las sugerencias que estimen oportunas (incluso corregirme las faltas de ortografía, si es menester) y comprobar que sí, que es cierto, que estoy escribiendo un libro sobre Sarah Palin.
Dicho y hecho, aquí les dejo con el borrador de la introducción. Sean comprensivos; es sólo un borrador y aún tendré que corregirlo bastante, pero la estructura general y el tono de America is ready! serán estos.
Introducción
1776. Ya hubo un tiempo en que Estados Unidos tuvo que luchar por su libertad
Entonces fue contra un poder extranjero, el de la metrópoli, Gran Bretaña. Y aún así, una gran parte de los colonos no pretendían realmente la independencia, sino simplemente el que se les reconociera sus derechos como súbditos británicos nacidos libres. Fue la torpeza del entonces monarca británico, Jorge III (1738-1820), y de sus sucesivos primeros ministros a la hora de encauzar esta crisis la que provocó en última instancia una independencia que ni tan siquiera alguien tan relevante para la historia de Estados Unidos (1) como lo iba a ser el propio Thomas Jefferson (1743-1826) tenía en mente en una fecha tan tardía como el 29 de noviembre de 1775, tal y como le explicaba en una carta a su buen amigo John Randolph:
Créame, estimado Señor: no hay en todo el imperio Británico un hombre que ame más cordialmente una unión con Gran Bretaña que yo. Pero, por el Dios que me creó, dejaré de existir antes que ceder a una relación en tales términos como los que propone el Parlamento Británico; y con esto, creo que hablo los sentimientos de América.
Curiosamente, fue la victoria británica en la guerra de los Siete Años (1756-1763) la causa de todo. Triunfante contra su gran rival, Francia, a quien por la paz de París firmada el 10 de febrero de 1763 le arrebataba todos sus territorios en América situados al norte del río Mississippi (el territorio de Luisiana, situado al sur, se entregaba a su aliada, España, como compensación por la pérdida por parte de ésta de Florida), la gloria de su victoria, con ser mayúscula, no podía ocultar el hecho de que después de siete años de guerra por tres continentes diferentes: Europa, Asia y América, Gran Bretaña estaba arruinada. Y para enjugar sus deudas y reflotar su economía, el rey y el parlamento británicos decidieron que los colonos americanos debían costear una parte de los gastos, sobre todo a la vista de que era a ellos a quienes había beneficiado realmente el resultado de la guerra en su continente, ya que así habían podido iniciar su expansión hasta los ríos Ohio y Mississippi, superando los montes Apalaches.
El primer intento llegó con la Stamp Act (la ley del Timbre) de 1765, que gravaba toda clase de documentos e impresos (libros, periódicos, etc.) y que provocó tales protestas por parte de los colonos que el parlamento británico tuvo que derogarla al año siguiente. El segundo, llegó con la American Import Duties Act (la ley de Aranceles a las Importaciones Americanas) de 1767, más conocida como las Townshend Acts por el nombre del ministro británico responsable de su elaboración, que pretendía hacer lo mismo pero ahora con una larga serie de artículos de consumo diario (cristal, lacas, papeles, pieles, pinturas, plomo, té, etc.). La reacción en las colonias fue aún peor que dos años antes porque en esta ocasión a las protestas se sumó un efectivo boicot a todos los productos británicos. Tres años después, el parlamento británico dio finalmente su brazo a torcer y derogó las Townshend Acts, aunque con la salvedad del impuesto sobre el té, mantenido única y exclusivamente con la intención de dejar claro a los colonos quién mandaba allí y evitar que se arrogaran la victoria en ese conflicto. Sin embargo, los colonos no se conformaron y el conflicto continuó, agravándose de tal manera incluso que pronto se produjeron las primeras muertes, las de cinco colonos, en lo que se conoce como la Matanza de Boston (5 de marzo de 1770).
Y es que no se trataba de que los colonos se negasen a contribuir al sostenimiento del imperio británico, que no se negaban en absoluto. La tradición británica les había acostumbrado a pagar contribuciones regularmente y lo hacían sin mayores problemas. Pero contribuciones, no impuestos. Los impuestos los consideraban abusivos, un mero intento de explotar a las colonias, y mucho más cuando la metrópoli se los imponía sin antes escuchar siquiera su opinión, siguiendo un principio al que el jurista James Otis (1702-1778) dio forma: No taxation without representation (ninguna imposición fiscal sin representación parlamentaria). Además, pensaban los colonos, si cedían ahora en esto, ¿quién les aseguraba que lo siguiente no fuera que la metrópoli les despojara directamente de sus propiedades?
El resultado de la unánime negativa de los colonos a pagar esos impuestos considerados injustos y de la firme voluntad del rey y del parlamento británicos en hacer cumplir su voluntad, repetida a lo largo de los siguientes años, condujo a una situación en la que los alborotos se sucedieron unos a otros y del Boston Tea-Party (16 de diciembre de 1773) a las Coercitive Acts contra la colonia de Massachusetts (marzo y abril de 1774) y a los primeros enfrentamientos armados producidos en Lexington y Concord (abril de 1775) y Bunker Hill (junio de 1775), transcurren apenas dos años, pero dos años en los que se gesta una guerra que nadie en América quería realmente, tal y como el primer Congreso Continental, compuesto por representantes de casi todas las colonias (2) (Georgia no asistió) y reunido en Filadelfia entre septiembre y octubre de 1774, reconoció al restringir la disputa al mero hecho de que no podían tolerar que el parlamento británico pretendiera imponerles impuestos arbitrarios con lo que eso suponía de amenaza a sus libertades. Así pues, mantenían su postura, pero estaban dispuestos a llegar a una solución satisfactoria por ambas partes, lo que bien podría haber sucedido si no hubiera sido por la obstinación del monarca y el parlamento británicos. La situación no dejó pues de empeorar, lo que llevó a la constitución del segundo Congreso Continental en mayo de 1775 (Georgia se incorporó finalmente en septiembre), que anunció la creación de un ejército propio y el nombramiento de George Washington (1732-1799) como su comandante en jefe, pero también la redacción de una petición de paz formal, la Olive Branch Petition (Petición de la Rama de Olivo) enviada de nuevo al rey. En ella, se reafirmaba la lealtad de las colonias, se suplicaba su protección contra las exacciones del parlamento y se rogaban algunas concesiones que pusieran fin al conflicto.
¿Cuándo se volvió finalmente irresoluble por medios pacíficos el conflicto? En agosto de 1775 cuando Jorge III declaró ante el parlamento en Londres que las colonias se habían rebelado contra su rey y manifestó su firme intención de acabar con la revuelta contando incluso con el apoyo de tropas extranjeras (los posteriormente famosos “hessianos”) para “reducir América a la justa obediencia”, tal y como le animó calurosamente a hacer un parlamentario, John Dyke Acland (1746-1778) , en su discurso de apoyo al monarca, una pretensión que provocó que otro parlamentario, el conde de Shelburne (1737-1805), uno de los pocos favorables al punto de vista de las colonias, se preguntara en el suyo de réplica:
¿Cómo se ha llegado a acusar a las colonias de planear la independencia? ¿Quién se atreve a manifestar esta aseveración –¿cómo lo diría, señores?– contraria a los hechos, contraria a las pruebas? […] ¿Pretenden acaso repetir machaconamente la idea de la independencia hasta que los americanos acaben adoptándola como suya?
Pues ciertamente los colonos terminaron adoptando esa idea. Pero porque no tuvieron más remedio, ya que era el propio monarca británico quien les obligaba a ello, sobre todo después de que el 1 de septiembre se negara a leer siquiera la segunda petición enviada por los representantes de las colonias, arguyendo que no aceptaba comunicaciones de rebeldes. En consecuencia, a los colonos no les quedaba ya otra salida que la fuerza, puesto que estaba más que claro que Gran Bretaña no iba a aceptar ningún tipo de compromiso.
Y aún así, tuvo que suceder antes que Thomas Paine (1737-1809), un británico llegado a las colonias apenas un año antes, publicara en enero de 1776 el que ha sido llamado “el panfleto más incendiario y popular de toda la era revolucionaria”, Common Sense (Sentido Común). En él, Paine arremete duramente contra la última ligazón que mantenía a los colonos vinculados al imperio británico, su sentimiento de lealtad al rey, de quien no dejaban de esperar que finalmente les apoyaría y pondría en su sitio a un parlamento, el británico, del que ya hacía tiempo que muchos colonos relevantes tales como Samuel Adams (Massachusetts Circular Letter, 1768), James Wilson (Considerations on the Authority of Parliament, 1774) y Thomas Jefferson (A Summary View of the Rights of British America, 1774) dudaban que tuviera autoridad sobre las colonias. Primero porque las colonias británicas en América no contaban con ningún representante en él y segundo porque dado que todas y cada una de esas colonias contaban con el suyo propio, en su opinión, el parlamento británico era el de Gran Bretaña en exclusiva, o sea, uno extranjero y cualquier intento de extender su soberanía sobre las colonias era inconstitucional.
Muy posiblemente la obra de Paine tuviera poca influencia sobre lo que estaba sucediendo en la sala, la Assembly Room, donde los representantes de las colonias constituidos en segundo Congreso Continental debatían sobre los acontecimientos que se sucedían, pero sí que influyó y mucho en los corazones de los colonos, quienes hasta entonces seguían viéndose a sí mismos en su gran mayoría como británicos y no como americanos. Fue él quien acabó con el mito de que los males que les afligían eran causa únicamente del parlamento británico, lo que dejaba convenientemente a salvo la responsabilidad del rey. Para Paine, el verdadero inspirador de la política autoritaria que se estaba siguiendo contra las colonias era él y nadie más que él y, para evitarlo, la única solución era optar decididamente por la independencia y un sistema de gobierno republicano. No cayó en saco roto su alegato porque de su panfleto, de apenas cuarenta y ocho páginas, se vendieron 120.000 ejemplares en los tres primeros meses y 500.000 en el primer año, cambiando el pensamiento popular y convirtiendo la idea de independencia en algo razonable y exigido por una cantidad suficiente de colonos como para que pudiera resultar viable políticamente (3). Incluso el propio George Washington reconoció en una carta enviada a su secretario personal, Joseph Reed (1741-1785) su influencia:
En cuanto a mis compatriotas, sé por su forma de gobierno y su hasta ahora inquebrantable compromiso con la monarquía que se mostrarán reacios a la idea de independencia, pero el tiempo y la persecución hacen que sucedan muchas cosas maravillosas y por la correspondencia personal que he recibido en estos últimos tiempos desde Virginia, creo que Sentido Común está provocando un importante cambio en la mentalidad de muchos hombres.
Fuera como fuere, el caso es que pocos meses después, el 2 de julio de 1776, el segundo Congreso Continental declaró por unanimidad que esas colonias unidas eran estados libres e independientes y dos días después, el 4 de julio, promulgaban la Declaración de Independencia. Había estallado la Revolución Americana, la primera porque ahora, doscientos treinta y cuatro años después de esa fecha, Estados Unidos parece estar a punto de vivir otra revolución que algunos consideran más bien una restauración porque lo que pretende realmente es recuperar los valores por los que sus antepasados se batieron en los campos de batalla contra los británicos; unos valores que hablan de que todos los hombres son creados iguales y que Dios les ha dotado de ciertos derechos inalienables entre los que se cuentan el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
En esta ocasión, el enemigo no es exterior, no es una potencia extranjera, no es Gran Bretaña, sino que lo es interior, es estadounidense también, es un gobierno federal que pretende violar todas las restricciones impuestas por la Declaración de Independencia y la Constitución de Estados Unidos a su poder con el fin de injerirse en la vida de sus conciudadanos hasta un extremo insoportable por todos aquellos que aún aman la libertad. Sin embargo, la llama que prendió un día en las Trece Colonias y que movió a sus habitantes a luchar contra la opresión ha resultado no estar apagada en absoluto y ahora no son solamente trece colonias y unos pocos cientos de miles de colonos los que están dispuestos a luchar de nuevo, sino cincuenta estados y millones de estadounidenses. Y de entre todos esos millones de estadounidenses, agrupados espontáneamente en lo que parece un guiño al destino en algo tan sorprendente como lo es el movimiento Tea Party, destaca uno de ellos, una mujer, Sarah Palin, que bien pudiera ser una reencarnación de ese George Washington que en 1776, cuando todo parecía estar perdido de antemano, supo mantener la fe y perseverar en su empeño y conducir a su ejército, y con él a todo Estados Unidos, a la victoria final. Porque tal y como dijo ella misma el 6 de febrero de 2010, en un discurso pronunciado en Nashville (Tennessee) ante todos esos estadounidenses amantes de la libertad que la aclamaban:
América está lista para otra revolución y vosotros [refiriéndose a los miembros del movimiento Tea Party] sois una parte de ella.
Y es de eso, de esta nueva revolución y de su abanderada, Sarah Palin, de lo que trata precisamente este libro. Porque tal y como escribió también Paine en otro de sus panfletos, The American Crisis (La crisis americana), que fue publicado el 23 de diciembre de 1776 y que el propio George Washington ordenó que le fuera leído a sus tropas justo antes de que éstas cruzaran el río Delaware y lograran la decisiva victoria americana del día 26 en Trenton:
Es en estos momentos cuando se ponen a prueba las almas de los hombres. El soldado de verano y el patriota de los días soleados, en esta crisis, se alejarán del servicio a su país; pero el que ahora aguante, ése merecerá el amor y el agradecimiento de hombres y mujeres.
América está lista de nuevo. Y nuestras almas dispuestas a ser probadas. No cejemos en nuestro empeño pues. También decían que la independencia de Gran Bretaña era una idea imposible. Y es que el mundo está lleno de ideas imposibles que acaban haciéndose realidad. Como la de la libertad.
(1) Por aquel entonces, las colonias británicas que se convertirían luego en los Estados Unidos de América eran las trece siguientes, relacionadas de norte a sur: New Hampshire, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut (que constituían lo que se llamaba Nueva Inglaterra); New York, New Jersey, Pennsylvania y Delaware (que constituían el centro); y Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia (que constituían el sur). Entre todas, rondaban los dos millones de personas, siendo Virginia la más poblada, con cerca de medio millón de habitantes, seguida por Massachusetts con algo más de trescientos mil y Pennsylvania con cerca de doscientos cincuenta mil. La menos poblada era Georgia, con tan sólo 23.000 habitantes.
(2) Las Trece Colonias no eran las únicas colonias británicas en América del Norte. Canadá y Nueva Escocia también lo eran, pero no tomaron parte en el conflicto ya que al estar pobladas mayoritariamente por católicos franceses, preferían el gobierno de la distante Gran Bretaña al de los cercanos protestantes de Nueva Inglaterra, sobre todo una vez que el parlamento británico reconoció plenamente su confesión católica (Acta de Quebec, 1774), lo que escandalizó a las Trece Colonias, pero fue un paso realmente inteligente por parte de Gran Bretaña que logró así asegurarse su lealtad.
(3) Algunos cálculos hablan de que hacia 1776 tan sólo un tercio de la población de las Trece Colonias era partidaria de la independencia, mientras que otro tercio era leal a Gran Bretaña y el tercio restante sencillamente era indiferente. Del tercio “rebelde”, la mayoría se concentraban en las cuatro colonias que constituían Nueva Inglaterra, siendo minoría en las restantes.
Hasta aquí este avance. Seguiré trabajando todo lo que haga falta hasta cumplir con mi palabra. Por favor, aquellos de ustedes que sean creyentes, recuérdenme en sus oraciones. Y los que no, deséenme suerte. No saben lo mucho que me hace falta. ¡Ah, y pasen el mejor verano posible! Yo estaré de vuelta, Dios mediante, el 1 de septiembre. Hasta entonces pues.
Que Dios les bendiga.