GOING ROGUE: UN RESUMEN (II)

17/12/2009

 

Sigo en la brecha. Después del primer capítulo, el segundo (para que vean que sé contar). Por mi parte, y contra lo que han dicho algunos críticos por ahí, encuentro muy acertada la distribución en capítulos del libro, abarcando los grandes períodos de la vida de Sarah: infancia y juventud, alcaldesa, gobernadora, la campaña electoral y la vuelta a Alaska. En el caso de biografías, estoy de acuerdo con aquella dama de la nobleza francesa del siglo XVIII que decía que no le gustaban los relojes que marcaban los minutos porque dividían la vida en porciones demasiado pequeñas. Soy de la misma opinión. Dividir el libro en más capítulos lo hubiera convertido prácticamente en un diario y ningún diario está hecho para ser publicado y leído por extraños. Y los que sí lo están es porque no son más que un mero ejercicio de exhibicionismo.

Esta foto ya la había publicado antes, pero como que es una de mis favoritas, he pensado que se merece una segunda oportunidad (y en tamaño king-size). Sarah en la época de su primera campaña electoral. ¿Les cuento un secreto? A mí, Sarah me gusta mucho más sin gafas. Ojalá se pusiera lentillas, pero eso es cosa suya. Aunque Todd ya podría insistir un poco, ¿no?

SEGUNDO CAPÍTULO: KITCHEN-TABLE POLITICS (Política de mesa de cocina)

¿A alguien le suena el nombre de Nick Carvey? Pues la verdad es que no y, sin embargo, Nick Carvey bien podría ser considerada la persona gracias a la cual todos nosotros sabemos ahora quién es Sarah Palin. Resumiendo, el tal Carvey era el presidente de la Cámara de Comercio de Wasilla y una especie de cacique local y fue él quien insistió sobre Sarah para que ésta entrara en política. En concreto, la convenció para que se presentara a las elecciones al concejo municipal que se iban a celebrar poco después. Él también se presentaba (el concejo municipal de Wasilla se compone de un total de seis puestos) y, teniendo en cuenta que contaban con el apoyo del propio alcalde, John Stein, y del periódico local, el Frontiersman, la cosa parecía más que hecha. “La ciudad haría bien contando con tus servicios”, le dijo. La idea le gustó a Sarah y como quiera que Todd le apoyó, Sarah accedió finalmente.

El lema de la primera campaña electoral de Sarah fue: POSITIVE-LY PALIN (una especie de mezcla intraducible al español entre “Sin lugar a dudas, Palin” y “Positiva Palin”). Se trataba de una campaña local y Sarah comprendió que tenía que llegar a todos y cada uno de sus conciudadanos, así que cogió a sus pequeños Track y Bristol, los subió a un trineo y con ellos de esta guisa, empezó a recorrer la ciudad llamando a cada puerta. Su entusiasmo y sus buenas ideas calaron fácilmente entre sus vecinos y no tuvo ningún problema en ganar las elecciones (Carvey tampoco, todo sea dicho). Fue entonces cuando se produjo la primera reunión de Sarah con el alcalde Stein, donde los dos asumieron que eran aliados, algo que no tardó en revelarse como erróneo.

Es revelador leer las descripciones que hace Sarah de las reuniones del concejo municipal, unas reuniones donde se decidían cuestiones tan peliagudas para la comunidad como reglamentar cuántos niños podía cuidar al mismo tiempo una canguro o si los letreros luminosos de los establecimientos podían ser parpadeantes o no, por ejemplo. Sin embargo, había otras cuestiones más serias y que rondaban el conflicto de intereses cuando no entraban de lleno en esa categoría, como por ejemplo cuando Carney propuso una reglamentación que obligaría a los vecinos de Wasilla a contratar la recogida de basuras en lugar de permitir que fueran ellos mismos quienes se llevaran la basura al vertedero municipal. Como quiera que Carney era el dueño del único negocio de recogida de basuras dla ciudad, Sarah se opuso a ello, sobre todo porque los alasqueños son ferozmente independientes y no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. El caso es que Carney comprendió entonces que Sarah no era de las que se iban a conformar sentándose y callándose y seguramente empezó a pensar si no se habría pasado de listo cuando la convenció para que se presentara a las elecciones. El alcalde Stein debió de pensar lo mismo cuando vio como Sarah se negaba a apoyar un aumento de su sueldo y se declaraba conservadora fiscal, reprochándole que había demasiadas carreteras que asfaltar en el municipio como para pensar siquiera en semejante despilfarro.

Nace Willow, Todd abre un negocio de motos de nieve con un socio y la ciudad sigue adelante. De paso, Sarah nos explica cuáles fueron siempre sus prioridades mientras estuvo en el concejo: desarrollo de las infraestructuras municipales, responsabilidad fiscal y que el gobierno municipal estuviera siempre del lado de sus conciudadanos y no en su camino. Y es que, como dice ella, cuando se trata de política local, los electores son tus vecinos, tu familia, tus amigos y a veces hasta tus enemigos, y te los encuentras cada día en la tienda de ultramarinos, la oficina de correos y la pista de hockey.

Los mandatos en Wasilla son de tres años y Sarah tuvo aún menos problemas en ser reelegida de los que los tuvo en ser elegida por primera vez. Sin embargo, poco tiempo después tocaba elegir al alcalde y Sarah se decidió a disputarle el puesto a Stein, quien se presentaba por cuarta vez a la reelección, preocupada por su afán en hacer crecer el gobierno e interferir en cada vez más ámbitos de la vida de los habitantes de Wasilla. Para ella, el gobierno debía ser cada vez menor y no mayor, y debía meterse menos en lo que no le importaba y no más. Sarah utilizó pues el mismo lema que antes y fue elegida contando sobre todo con el apoyo de los que ansiaban cambiar las cosas en la ciudad.

Por supuesto, a Stein le sentó como un tiro el perder el despacho y lo más amable que se puede decir con respecto a la transición es que fue fría. En su primera reunión con los jefes de departamento, que habían apoyado indisimuladamente a Stein durante la campaña, Sarah notó su hostilidad, pero aún así intentó volverlos en su favor y convertirlos en aliados, lo que finalmente no fue posible. Siguiendo un procedimiento rutinario en cualquier sitio en el que se cambia al jefe, Sarah les pidió una carta de dimisión para utilizarla cuando lo estimara oportuno. De los seis, sólo dos se la presentaron. Además, ése fue el momento de la ruptura definitiva con Carney, quien seguro que salió del despacho de Sarah echando chispas, lamentando el desagradecimiento de los jóvenes y todo eso.

El jefe de Policía asumió inmediatamente el puesto de líder de la oposición interna a Sarah, obstaculizando todos los intentos de ésta por reformar su departamento. Sarah opta por olvidarse de intentar convencer a los antiguos jefes y empieza a despedirlos y nombrar otros nuevos, creando un nuevo equipo directivo con el que pudiera llevar adelante su agenda política.

Tras Willow, nace la genial Piper. Y como regalo, problemas con la bibliotecaria, otra obstaculizadora. Es entonces cuando se produce la conversación que, con el tiempo, acabará dando lugar a aquella calumnia acerca de que Sarah pretendía censurar los libros de la biblioteca. Sin embargo, Sarah no se deja entrampar en cuestiones tan nimias y empieza a mover las cosas en Wasilla, sobre todo reparando y asfaltando las carreteras municipales, lo que atrae nuevos negocios a la zona. Además, se emprende la construcción del polideportivo municipal, uno de sus más grandes logros.

Oído al parche: es aquí donde Sarah usa por primera vez en todo el libro la expresión “common sense conservative” (conservador con sentido común) para describir su manera de actuar. En pocos años, Wasilla se convierte en la zona de mayor crecimiento del Estado. Y como quiera que las cosas empezaban a ir bien, aún podían ir mejor y Sarah despidió finalmente al jefe de Policía quien aún tuvo la caradura de demandarla por “despido improcedente” a pesar de saber perfectamente que no es así. Por supuesto, el caradura perdió el caso.

Reelegida para un segundo mandato, nuevamente compitiendo con el irreductible Stein, Sarah tiene el honor de ser elegida presidente de la Conferencia de Alcaldes de Alaska, lo que le permitió ampliar sus contactos.

Tras describirnos su conmoción cuando vio lo que sucedía el fatídico 11-S, Sarah nos descubre sus dudas una vez que termina su segundo mandato como alcaldesa, no pudiendo optar a un tercero al estar limitados a dos los mandatos por la reglamentación municipal. Era la época de la vuelta de Frank Murkowski a Alaska después de muchos años como senador por Alaska en Washington para presentarse a las elecciones a gobernador del Estado. Mientras lo pensaba, Todd estaba muy ocupado construyendo la nueva casa de la familia en el lago Lucille. Vicegobernadora era una posibilidad, pero no tenía tiempo para hacer campaña ni dinero para ello ya que todavía era alcaldesa y entre eso y su familia, sus posibilidades eran limitadas.

Una parte que tenía mucho interés en leer, más que nada por chafardería, y que dudaba que Sarah fuera a incluir en el libro es aquella que trata de la elección de la sustitua de Sarah como alcaldesa, ya que sabía que una de las candidatas que se presentó era la segunda esposa de su suegro, Faye Palin (la madrastra de Todd pues) y que Sarah apoyó expresamente a otra candidata que fue a la postre quien ganó. Siempre pensé que eso a Todd no debió de hacerle mucha gracia y Sarah me confirma en mi opinión relatando la discusión (pequeña discusión, tampoco hay que exagerar) que tuvo con él y en la que, como pasa siempre en todos los matrimonios, cada uno empieza a sacarle al otro una queja tras otra y al final ninguno de los dos sabe decir cómo empezó todo. Y eso que, en el fondo, Sarah tenía razón y dado que corría el rumor de que Stein iba a volver a presentarse de nuevo, consideró que Faye Palin era una rival de poca enjundia para él y por eso animó a una de los miembros del concejo municipal a que presentara su candidatura. De cualquier forma, como castigo por su “pecado” de poca fe en la familia, Sarah perdió las elecciones primarias de su partido a vicegobernadora aunque con el consuelo de quedar segunda y a muy pocos votos del ganador.

Tras las elecciones, Sarah hizo campaña a favor de Frank Murkowski, teniendo la ocasión de recorrer Alaska acompañada del otro senador por Alaska en Washington, Ted Stevens. Como quiera que Murkowski ganó las elecciones a gobernador, su puesto como senador en Washington quedaba vacante y Murkowski tenía la potestad de decidir quién iba a ocuparlo hasta las nuevas elecciones. Sarah estaba en la lista de candidatos y Murkowski tuvo incluso una entrevista con ella en la que no hizo otra cosa que advertirle que para una madre con hijos pequeños, el puesto no era apropiado. Sarah comprendió que no iba a ser ella la elegida, pero lo que no se esperaba es que Murkowski acabara nombrando a su propia hija, Lisa, una madre con dos hijos pequeños. Y es que Murkowski es todo un tipo.

Como una especie de premio de consolación, Murkowski decide ofrecer a Sarah un puesto en la Alaska Oil and Gas Conservation Commission (AOGCC), un puesto importante y muy bien remunerado. La dirección de la AOGCC se componía de tres comisionados: un geólogo, un ingeniero petrolífero y un político –Sarah-, siendo éste último el presidente de la comisión y el encargado de la supervisión ética del organismo. Los problemas empezaron con el ingeniero, Randy Ruedrich, quien no sólo resultó ser al mismo tiempo el presidente del Partido Republicano de Alaska sino que además era parte interesada debido a sus relaciones profesionales con las empresas petrolíferas. El caso estaba claro: corrupción. Sarah no tardó en darse cuenta y se negó en redondo a esconderlo debajo de la alfombra, así que empezó a urgir a todos sus superiores para que tomaran cartas en el asunto antes de que se convirtiera en un escándalo. Así, empezó por su propio supervisor ético, quien resulta que estaba a partir un piñón con el tal Ruedrich; luego, con el jefe de gabinete de Murkowski, otro que tal; y finalmente con el propio Murkowski. Nadie hizo nada y Sarah optó finalmente por dimitir una vez que el escándalo ya era inevitable, un gesto que le valió las alabanzas de todos, incluso de la oposición demócrata, quién lo diría.

Tras un pequeño repaso a lo que fue el matrimonio entre su hermana menor, Molly, y el que luego fuera el trooper Mike Wooten, un mal matrimonio y un peor divorcio, Sarah nos explica como volvió a encontrarse igual que tras dejar la alcaldía de Wasilla, cuidando de su familia, dudando sobre cuál debía ser su próximo paso y confiando en que Dios no dejaría de mostrarle el camino.

Y para terminar este capítulo, una foto de Sarah en su despacho oficial ya de alcaldesa. Aquí ya lleva gafas, pero da lo mismo. De cualquier manera, Sarah nos gusta a todos nosotros porque lo que importa es que confiamos en ella. ¿O no? ¡Palin 2012! ¡Y Piper 2044!


LA VERDADERA SARAH PALIN (segunda parte)

23/03/2009

 

Sus primeros pinitos políticos

El primer contacto de Sarah con el mundo de la política se produjo cuando ésta tenía tan sólo 28 años (aunque ya debía de tener interés por ese mundo porque en 1982, nada más cumplir los 18 años, se había inscrito como votante republicana). En 1992, Sarah decidió presentarse como candidata a concejal de su ciudad, Wasilla. El motivo que le llevó a dar ese paso fue, según propia confesión, el temor a que los ingresos extraordinarios producidos por un proyecto de nuevo impuesto sobre las ventas que todavía estaba pendiente de aprobación por parte del consejo municipal no se emplearan de la mejor manera posible, lo que revela mejor que cualquier otra cosa su verdadero carácter como política: Sarah es por encima de todo una gestora preocupada por la eficaz utilización de los fondos públicos y esa es una constante en su carrera política como iremos viendo a lo largo de esta serie.

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Localización de Wasilla, ciudad del Matanuska-Susitna borough.

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Vista aérea de Wasilla.

Para no hacerlo demasiado largo, digamos que Sarah ganó las elecciones con el 54,9% de los votos, sirviendo como concejal durante los tres siguientes años (el tiempo establecido expresamente para ello por las ordenanzas municipales de Wasilla) y siendo reelegida para el cargo en 1995, esta vez con el 68,4% de los votos. Sin embargo, no llegó a completar este segundo mandato porque en 1996, con 32 años, decidió presentarse a las elecciones como alcaldesa. Su rival era el entonces alcalde, John Stein, de 52 años, quien ya llevaba tres mandatos consecutivos como tal y aspiraba al cuarto, en contra de la opinión de la mayoría de los habitantes de Wasilla, que habían aprobado recientemente una ordenanza que limitaba a dos como máximo los mandatos consecutivos del alcalde. Con la excusa de que al haber sido aprobada con posterioridad a su última elección no le afectaba a él en concreto, Stein se reía a mandíbula batiente de quienes le censuraban por violar de tal modo sino la letra al menos el espíritu de la ley. Fue principalmente por ello que Sarah se decidió a presentar su candidatura y un programa basado en la reducción de gastos e impuestos (sobre todo porque Stein estaba planeando construir un nuevo edificio para la alcaldía que iba a hacerle sombra a Buckingham Palace y ampliar el museo local de Historia hasta alcanzar las dimensiones del British Museum) y abominando de lo que ella consideraba el “rancio liderazgo” de un ayuntamiento en el que sus conciudadanos sólo encontraban “complacencia, inacción y hasta un total desinterés”. Con estos mimbres y una esforzada campaña puerta a puerta, Sarah no tuvo problemas en alzarse con el triunfo con el 57,6% de los votos, a pesar de la feroz oposición del periódico local, que apoyaba a Stein. Su campaña se basó en el lema de “ideas nuevas y energía para trabajar con la gente para hacer más grande esta ciudad”.

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Sarah en 1992, cuando se presentó como candidata a concejal. Una foto que a mí personalmente me gusta mucho, tal vez porque es de las pocas suyas sin gafas.

De su época como concejal, destaca su oposición a una reglamentación que pretendía recortar el horario de apertura de los bares de la ciudad en dos horas, lo que dejó estupefacto a quien fuera su rival en las elecciones de 1992, John Hartrick, un operario de la compañía telefónica local, ya que de todos era conocida la adscripción de Sarah a una iglesia que abogaba por la abstinencia del alcohol. Este hecho, además de ser extremadamente divertido porque nos recuerda lo bobos que son los izquierdistas en todas partes, aquí y en Alaska, sirve para desterrar de una vez por todas la obsesión de esos mismos izquierdistas por presentar a Sarah como una fundamentalista religiosa. Sarah no es nada de eso en absoluto; es una creyente ferviente, pero por encima de todo, en su vida política, es la concejal, alcaldesa o gobernadora de todos sus conciudadanos, ya sea de Wasilla o de toda Alaska y como más de una vez ha declarado públicamente, jamás consentirá que sus creencias religiosas le dicten su manera de gestionar los asuntos públicos. Sarah cree en el poder del ejemplo y de ninguna manera pretende imponer su manera de ser a los demás. Algo incomprensible para los del otro bando ya que ellos sí que sueñan con imponer su manera de ser a los demás, por las buenas o por las malas. Mejor si es por las malas. Además, su oposición en este caso en concreto se basaba simplemente en que consideraba la medida restrictiva de los derechos individuales de los ciudadanos, no en otra cosa. Ella puede estar de acuerdo en que el alcohol es perjudicial, pero nunca pretenderá imponer sus opiniones por la fuerza.

Y por si fuera poco con esta historia, tenemos otra: la de su primera pelea con un compañero concejal, Nick Carney, que pretendía promulgar una ordenanza que obligaría a todos los habitantes de Wasilla a contratar un servicio de recogida de basuras, prohibiendo que fueran ellos mismos los que la llevaran hasta el vertedero, como venían haciendo hasta ahora. La clave del asunto estribaba en que la única empresa dedicada a esta tarea de recogida de basuras en toda la ciudad era propiedad del susodicho Nick “Espabilado” Carney. Como no podía ser menos, Sarah puso inmediatamente el grito en el cielo y acusó a Carney de “conflicto de intereses” a lo que éste, gentilmente, aceptó abstenerse a la hora de votar la nueva ordenanza, aunque no tuvo el más mínimo problema de conciencia cuando se trató de declarar como “experto en el tema” ante el consejo municipal. Afortunadamente, la propuesta no salió adelante y los conciudadanos de Sarah continuaron siendo libres de elegir lo que querían hacer con su basura: si llevarla ellos mismos al vertedero o pagar para que se la llevaran, pero de poco les fue.

Alcaldesa de Wasilla

Wasilla no es una gran población y, en consecuencia, los deberes del alcalde tampoco son muy exigentes. De hecho, son mucho menores de lo que es habitual en cualquier otra población de los Estados Unidos. Fundamentalmente, se trata de supervisar el departamento de Policía (creado tres años antes, en 1993, y dirigido por Irl Stambaugh) y dirigir los departamentos de Obras Públicas (a cargo de Jack Felton), una oficina de Planificación Económica (a cargo de Duane Dvorak), una biblioteca (a cargo de Mary Ellen Emmons) y el museo de historia local (a cargo de John Cooper). Los bomberos y las escuelas son gestionados directamente por el gobierno del borough (Matanuska-Susitna) y los servicios sociales y la regulación medioambiental por el gobierno estatal.

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Sarah tomando posesión como alcaldesa.

La gestión de Sarah como alcaldesa revela a una mujer con las ideas claras y dispuesta a hacerse valer. Ciertamente podía ser joven, pero en absoluto iba a consentir que la manejasen ni aquellos que tenían intereses creados ni burócratas municipales enquistados en el ayuntamiento. Inmediatamente después de tomar posesión en octubre de 1996, Sarah eliminó el puesto de director del museo local, uno de los cinco jefes de departamento del ayuntamiento que servían a discreción del alcalde. La historia es la siguiente: el museo local de historia estaba dirigido hasta entonces por un conservador (John Cooper) a quien ayudaban en su tarea tres ancianas muy queridas por todo Wasilla, pero bastante incompetentes. Cooper cobraba 70.000 dólares anuales y había presentado un proyecto faraónico de ampliación de un museo que recibía un par de visitas mensuales por lo que Sarah decidió echarlo directamente. En cuanto a las tres comadres esas, Sarah estaba dispuesta a continuar contando con ellas a pesar de todo y sólo les pidió que redujeran en 32.000 dólares el presupuesto anual de 200.000 dólares, dejando a su elección la manera de hacerlo (dimitir una de ellas, pasar a trabajar a media jornada, etc.). En lugar de ello, las tres cogieron la puerta y se largaron… al periódico local  a poner verde a Sarah y tratarla como una vil tacaña de corazón de piedra. Casi fue mejor porque así Sarah pudo librarse de toda la panda de una vez; contrató a otro conservador (con un sueldo más ajustado a la realidad de lo que iba a ser su trabajo) y un empleado a tiempo parcial, redujo las horas de apertura del museo y estableció un día de fiesta comunitaria anual patrocinada por el museo lo que le supondría una oportunidad para obtener ingresos adicionales y abrió nuevas exposiciones, manteniéndolo bajo control presupuestario por primera vez en su historia.

En cuanto al resto de jefes de departamento, les exigió a todos su dimisión, así como un ejemplar actualizado de sus respectivos curriculum vitae, tras lo cual ella decidiría cuál o cuáles de esas dimisiones aceptaría. El entonces jefe de Policía, Irl Stambaugh, que había apoyado a Stein durante la anterior campaña electoral, declinó presentarla alegando que había llegado a un acuerdo con éste por el cual sólo podía ser despedido “por una causa concreta”, una cláusula que no tenía ninguna validez legal y que Sarah no tenía porqué respetar, pero que de momento dejó pasar.

Cuando estas noticias trascendieron, y ante el ostensible malestar de los afectados, el periódico local le preguntó a Sarah si no le preocupaba la posibilidad de tener que hacerse cargo de la gestión municipal sin la ayuda de esos experimentados jefes de departamento, Sarah respondió que no tenía ninguna duda, ya que no se trataba precisamente de “fabricar cohetes, sino simplemente de gestionar 6 millones de dólares y dirigir a 53 empleados”.

En enero de 1997 el jefe de Policía de Wasilla, Irl Stambaugh, fue despedido finalmente por Sarah cuando ésta decidió que no estaba desarrollando adecuadamente su cometido. Se produjo un cierto revuelo en el pueblo por esta decisión y un grupo de alrededor de 60 habitantes de Wasilla autodenominados Concerned Citizens for Wasilla (“Ciudadanos preocupados por Wasilla”, seguramente compuesto por la familia, amigos y compadres de Stambaugh) iniciaron una campaña en contra de Sarah pretendiendo que dimitiera, petición que acabó siendo retirada por sus mismos promotores ante la imposibilidad de que prosperara. Entonces Stambaugh recurrió a los tribunales alegando “quebrantamiento de contrato, despido improcedente y discriminación sexual” (esto último es lo mejor). En concreto, Stambaugh pretendía que había sido despedido por motivos políticos al haber apoyado al rival de Sarah en las elecciones a la alcaldía, así como por ser un hombre que intimidaba a la alcaldesa con su corpulencia (medía cerca de 185 cm y pesaba unos 110 kg). Se celebró pues el juicio y el juez federal estableció en su sentencia que el despido era procedente ya que la alcaldesa tenía todo el derecho a despedir a cualquier empleado municipal por cualquier motivo, ya fuera político o no, e incluso sin motivo. Por si fuera poco, la sentencia condenó al ex-jefe de Policía a pagar los costes del abogado de Sarah que ascendían a 22.000 dólares. O sea, que fue a por lana y salió trasquilado.

Algo parecido sucedió con la bibliotecaria local, Mary Ellen Emmons, quien se pretende que fue despedida por Sarah por haberse negado a prohibir libros de la biblioteca. No hay ninguna constancia de que tal hecho se haya producido nunca y sólo rumores sin fundamento basados en una lista falsa de libros supuestamente a censurar, muchos de los cuales ni siquiera habían sido publicados en la fecha del supuesto escándalo. El caso es que la bibliotecaria fue despedida en la misma fecha que el jefe de Policía, tras lo cual otros dos de los restantes jefes de departamento que quedaban todavía procedentes de nombramientos de la administración anterior dimitieron, pero en el caso de la bibliotecaria, Sarah tuvo una entrevista con ella al día siguiente y accedió a mantenerla en su puesto ya que, según declaraciones de la propia Sarah, sus temores de que la bibliotecaria no compartiera sus puntos de vista se habían disipado después de que Emmons se comprometiera expresamente a apoyar el plan de Sarah para impulsar la biblioteca y el museo municipales. De cualquier forma, la bibliotecaria acabó dimitiendo en agosto de 1999, dos meses antes de que Sarah fuera reelegida como alcaldesa.

Así pues, los primeros meses de Sarah en la alcaldía fueron movidos. Como ella misma recuerda, fueron tiempos que la hicieron madurar muchísimo. Una historia curiosa de aquellos años es la que cuenta como Sarah tenía una jarra en su despacho llena de papeles con el nombre de todos los votantes de Wasilla (no tantos si se tiene en cuenta que en esa época la población total era de unas 5.000 personas) y cada semana escogía un nombre al azar, telefoneaba al agraciado y le preguntaba por su opinión sobre la ciudad.

Utilizando los ingresos generados por aquel impuesto sobre las ventas del 2% que mencionamos antes y que finalmente había sido aprobado con anterioridad a su elección como concejal, Sarah cumplió una de sus promesas electorales y redujo el impuesto sobre la propiedad (el impuesto sobre bienes inmuebles en España) en un 75%, no siendo ése el único impuesto que redujo o incluso eliminó completamente a lo largo de su mandato. Así mismo, lanzó una emisión de bonos municipales cuyos ingresos utilizó para mejorar las carreteras y la red de alcantarillado, además de aumentar el presupuesto de la Policía local. También obtuvo financiación para el tratamiento del agua de lluvia con el fin de proteger los acuíferos de la zona (lagos principalmente) y en el capítulo de gastos, Sarah redujo los costes asociados al museo local y paralizó la construcción de una nueva biblioteca y un nuevo ayuntamiento.

Todas estas medidas debieron parecerles muy acertadas a sus conciudadanos porque en 1999 la reeligieron como alcaldesa frente al mismo oponente de tres años antes, el irreductible John Stein, con un porcentaje de voto del 73,6%. Además, fue elegida presidente de la Alaska Conference of Mayors (Conferencia de Alcaldes de Alaska).

De nuevo alcaldesa de Wasilla

Su segundo mandato fue más audaz ya que una de sus medidas más destacadas fue convocar un referéndum en 2002 para votar la propuesta de construir un pabellón polideportivo municipal, el Wasilla Multi-Use Sports Complex, con un coste de 14,7 millones de dólares, lo que supondría tener que pedir un préstamo y aumentar así la deuda municipal, la única manera posible de lograr los fondos necesarios. Siendo como es Alaska un Estado deportista en grado sumo, la necesidad de un equipamiento así sobre todo para los meses invernales no la discutía nadie en Wasilla. Sin embargo, tratándose de una localidad pequeña, la iniciativa privada no había mostrado durante los últimos diez años ningún interés en hacerse cargo de ello, así que Sarah decidió que la única manera de conseguirlo era haciéndose cargo el ayuntamiento. La propuesta presentada a referéndum preveía pagar la deuda incrementando en un 0,5% el dichoso impuesto sobre las ventas (que pasaría del 2% al 2,5%) durante 10 años. La propuesta fue aprobada, cierto que por unos escasos 20 votos de diferencia, y el pabellón polideportivo de Wasilla se construyó en el tiempo previsto y por menos dinero del que se había presupuestado, aunque hubo con posterioridad un problema legal que acabó en los tribunales referido a los derechos de propiedad de los terrenos sobre los que se construyó el edificio, que no estaban claros. Sin embargo, la responsabilidad de este contratiempo no se le puede achacar en absoluto a Sarah, ya que en 2001, antes de iniciarse las obras, un juez federal había fallado a favor del ayuntamiento con lo que, y siguiendo el consejo del abogado municipal, se iniciaron las obras inmediatamente. Lo malo vino después, cuando ese mismo juez revisó su primera decisión y la revocó. De cualquier manera, Wasilla está amortizando el préstamo anticipadamente y la alcaldesa que sucedió a Sarah, Dianne Keller, contó en su momento con poder hacerlo dos años antes de lo previsto, tras lo cual se devolvería el impuesto sobre las ventas a su nivel anterior del 2%.

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El Wasilla Multi-Use Sports Complex. Un ejemplo de trabajo bien hecho.

Sarah también decidió unirse a varias localidades vecinas en su intención de contratar los servicios de una firma de lobby radicada en Anchorage especializada en la obtención de fondos federales destinados a proyectos especiales (earmarks), objetivo que se cumplió y que proporcionó a Wasilla en concreto un total de 8 millones de dólares para diversos proyectos. Es cierto que Sarah ha sido siempre una opositora a dichos fondos, lo malo es que como alcaldesa no tenía otro medio de obtener financiación, ya que era el único existente. Así pues, se amoldó a lo que había y cuando fue nombrada gobernadora y entonces sí que pudo pasarse sin dichos fondos, lo hizo.

Durante los seis años que Sarah estuvo al frente de la alcaldía, el presupuesto municipal y los ingresos por impuestos se incrementaron mucho, pero dicho incremento fue causado en gran parte por el propio crecimiento de la ciudad que sólo durante los dos últimos años de su mandato había incrementado su población en un 13%, llegando a los 6.300 habitantes.

Como ya hemos dicho, las ordenanzas municipales de Wasilla habían sido modificadas para establecer un límite de dos mandatos consecutivos a su alcalde, así que una vez concluido su segundo mandato, se escogió a una nueva alcaldesa, debiendo elegir los ciudadanos de Wasilla entre Faye Palin, la segunda esposa del padre de Todd Palin, el marido de Sarah, y Dianne Keller, que contaba con el respaldo de la propia Sarah. ¿Adivinan quién ganó? Dianne Keller, por supuesto. A la suegra (más bien “suegrastra”) debió de sentarle como un tiro, digo yo.