Sigo en la brecha. Después del primer capítulo, el segundo (para que vean que sé contar). Por mi parte, y contra lo que han dicho algunos críticos por ahí, encuentro muy acertada la distribución en capítulos del libro, abarcando los grandes períodos de la vida de Sarah: infancia y juventud, alcaldesa, gobernadora, la campaña electoral y la vuelta a Alaska. En el caso de biografías, estoy de acuerdo con aquella dama de la nobleza francesa del siglo XVIII que decía que no le gustaban los relojes que marcaban los minutos porque dividían la vida en porciones demasiado pequeñas. Soy de la misma opinión. Dividir el libro en más capítulos lo hubiera convertido prácticamente en un diario y ningún diario está hecho para ser publicado y leído por extraños. Y los que sí lo están es porque no son más que un mero ejercicio de exhibicionismo.
Esta foto ya la había publicado antes, pero como que es una de mis favoritas, he pensado que se merece una segunda oportunidad (y en tamaño king-size). Sarah en la época de su primera campaña electoral. ¿Les cuento un secreto? A mí, Sarah me gusta mucho más sin gafas. Ojalá se pusiera lentillas, pero eso es cosa suya. Aunque Todd ya podría insistir un poco, ¿no?
SEGUNDO CAPÍTULO: KITCHEN-TABLE POLITICS (Política de mesa de cocina)
¿A alguien le suena el nombre de Nick Carvey? Pues la verdad es que no y, sin embargo, Nick Carvey bien podría ser considerada la persona gracias a la cual todos nosotros sabemos ahora quién es Sarah Palin. Resumiendo, el tal Carvey era el presidente de la Cámara de Comercio de Wasilla y una especie de cacique local y fue él quien insistió sobre Sarah para que ésta entrara en política. En concreto, la convenció para que se presentara a las elecciones al concejo municipal que se iban a celebrar poco después. Él también se presentaba (el concejo municipal de Wasilla se compone de un total de seis puestos) y, teniendo en cuenta que contaban con el apoyo del propio alcalde, John Stein, y del periódico local, el Frontiersman, la cosa parecía más que hecha. “La ciudad haría bien contando con tus servicios”, le dijo. La idea le gustó a Sarah y como quiera que Todd le apoyó, Sarah accedió finalmente.
El lema de la primera campaña electoral de Sarah fue: POSITIVE-LY PALIN (una especie de mezcla intraducible al español entre “Sin lugar a dudas, Palin” y “Positiva Palin”). Se trataba de una campaña local y Sarah comprendió que tenía que llegar a todos y cada uno de sus conciudadanos, así que cogió a sus pequeños Track y Bristol, los subió a un trineo y con ellos de esta guisa, empezó a recorrer la ciudad llamando a cada puerta. Su entusiasmo y sus buenas ideas calaron fácilmente entre sus vecinos y no tuvo ningún problema en ganar las elecciones (Carvey tampoco, todo sea dicho). Fue entonces cuando se produjo la primera reunión de Sarah con el alcalde Stein, donde los dos asumieron que eran aliados, algo que no tardó en revelarse como erróneo.
Es revelador leer las descripciones que hace Sarah de las reuniones del concejo municipal, unas reuniones donde se decidían cuestiones tan peliagudas para la comunidad como reglamentar cuántos niños podía cuidar al mismo tiempo una canguro o si los letreros luminosos de los establecimientos podían ser parpadeantes o no, por ejemplo. Sin embargo, había otras cuestiones más serias y que rondaban el conflicto de intereses cuando no entraban de lleno en esa categoría, como por ejemplo cuando Carney propuso una reglamentación que obligaría a los vecinos de Wasilla a contratar la recogida de basuras en lugar de permitir que fueran ellos mismos quienes se llevaran la basura al vertedero municipal. Como quiera que Carney era el dueño del único negocio de recogida de basuras dla ciudad, Sarah se opuso a ello, sobre todo porque los alasqueños son ferozmente independientes y no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. El caso es que Carney comprendió entonces que Sarah no era de las que se iban a conformar sentándose y callándose y seguramente empezó a pensar si no se habría pasado de listo cuando la convenció para que se presentara a las elecciones. El alcalde Stein debió de pensar lo mismo cuando vio como Sarah se negaba a apoyar un aumento de su sueldo y se declaraba conservadora fiscal, reprochándole que había demasiadas carreteras que asfaltar en el municipio como para pensar siquiera en semejante despilfarro.
Nace Willow, Todd abre un negocio de motos de nieve con un socio y la ciudad sigue adelante. De paso, Sarah nos explica cuáles fueron siempre sus prioridades mientras estuvo en el concejo: desarrollo de las infraestructuras municipales, responsabilidad fiscal y que el gobierno municipal estuviera siempre del lado de sus conciudadanos y no en su camino. Y es que, como dice ella, cuando se trata de política local, los electores son tus vecinos, tu familia, tus amigos y a veces hasta tus enemigos, y te los encuentras cada día en la tienda de ultramarinos, la oficina de correos y la pista de hockey.
Los mandatos en Wasilla son de tres años y Sarah tuvo aún menos problemas en ser reelegida de los que los tuvo en ser elegida por primera vez. Sin embargo, poco tiempo después tocaba elegir al alcalde y Sarah se decidió a disputarle el puesto a Stein, quien se presentaba por cuarta vez a la reelección, preocupada por su afán en hacer crecer el gobierno e interferir en cada vez más ámbitos de la vida de los habitantes de Wasilla. Para ella, el gobierno debía ser cada vez menor y no mayor, y debía meterse menos en lo que no le importaba y no más. Sarah utilizó pues el mismo lema que antes y fue elegida contando sobre todo con el apoyo de los que ansiaban cambiar las cosas en la ciudad.
Por supuesto, a Stein le sentó como un tiro el perder el despacho y lo más amable que se puede decir con respecto a la transición es que fue fría. En su primera reunión con los jefes de departamento, que habían apoyado indisimuladamente a Stein durante la campaña, Sarah notó su hostilidad, pero aún así intentó volverlos en su favor y convertirlos en aliados, lo que finalmente no fue posible. Siguiendo un procedimiento rutinario en cualquier sitio en el que se cambia al jefe, Sarah les pidió una carta de dimisión para utilizarla cuando lo estimara oportuno. De los seis, sólo dos se la presentaron. Además, ése fue el momento de la ruptura definitiva con Carney, quien seguro que salió del despacho de Sarah echando chispas, lamentando el desagradecimiento de los jóvenes y todo eso.
El jefe de Policía asumió inmediatamente el puesto de líder de la oposición interna a Sarah, obstaculizando todos los intentos de ésta por reformar su departamento. Sarah opta por olvidarse de intentar convencer a los antiguos jefes y empieza a despedirlos y nombrar otros nuevos, creando un nuevo equipo directivo con el que pudiera llevar adelante su agenda política.
Tras Willow, nace la genial Piper. Y como regalo, problemas con la bibliotecaria, otra obstaculizadora. Es entonces cuando se produce la conversación que, con el tiempo, acabará dando lugar a aquella calumnia acerca de que Sarah pretendía censurar los libros de la biblioteca. Sin embargo, Sarah no se deja entrampar en cuestiones tan nimias y empieza a mover las cosas en Wasilla, sobre todo reparando y asfaltando las carreteras municipales, lo que atrae nuevos negocios a la zona. Además, se emprende la construcción del polideportivo municipal, uno de sus más grandes logros.
Oído al parche: es aquí donde Sarah usa por primera vez en todo el libro la expresión “common sense conservative” (conservador con sentido común) para describir su manera de actuar. En pocos años, Wasilla se convierte en la zona de mayor crecimiento del Estado. Y como quiera que las cosas empezaban a ir bien, aún podían ir mejor y Sarah despidió finalmente al jefe de Policía quien aún tuvo la caradura de demandarla por “despido improcedente” a pesar de saber perfectamente que no es así. Por supuesto, el caradura perdió el caso.
Reelegida para un segundo mandato, nuevamente compitiendo con el irreductible Stein, Sarah tiene el honor de ser elegida presidente de la Conferencia de Alcaldes de Alaska, lo que le permitió ampliar sus contactos.
Tras describirnos su conmoción cuando vio lo que sucedía el fatídico 11-S, Sarah nos descubre sus dudas una vez que termina su segundo mandato como alcaldesa, no pudiendo optar a un tercero al estar limitados a dos los mandatos por la reglamentación municipal. Era la época de la vuelta de Frank Murkowski a Alaska después de muchos años como senador por Alaska en Washington para presentarse a las elecciones a gobernador del Estado. Mientras lo pensaba, Todd estaba muy ocupado construyendo la nueva casa de la familia en el lago Lucille. Vicegobernadora era una posibilidad, pero no tenía tiempo para hacer campaña ni dinero para ello ya que todavía era alcaldesa y entre eso y su familia, sus posibilidades eran limitadas.
Una parte que tenía mucho interés en leer, más que nada por chafardería, y que dudaba que Sarah fuera a incluir en el libro es aquella que trata de la elección de la sustitua de Sarah como alcaldesa, ya que sabía que una de las candidatas que se presentó era la segunda esposa de su suegro, Faye Palin (la madrastra de Todd pues) y que Sarah apoyó expresamente a otra candidata que fue a la postre quien ganó. Siempre pensé que eso a Todd no debió de hacerle mucha gracia y Sarah me confirma en mi opinión relatando la discusión (pequeña discusión, tampoco hay que exagerar) que tuvo con él y en la que, como pasa siempre en todos los matrimonios, cada uno empieza a sacarle al otro una queja tras otra y al final ninguno de los dos sabe decir cómo empezó todo. Y eso que, en el fondo, Sarah tenía razón y dado que corría el rumor de que Stein iba a volver a presentarse de nuevo, consideró que Faye Palin era una rival de poca enjundia para él y por eso animó a una de los miembros del concejo municipal a que presentara su candidatura. De cualquier forma, como castigo por su “pecado” de poca fe en la familia, Sarah perdió las elecciones primarias de su partido a vicegobernadora aunque con el consuelo de quedar segunda y a muy pocos votos del ganador.
Tras las elecciones, Sarah hizo campaña a favor de Frank Murkowski, teniendo la ocasión de recorrer Alaska acompañada del otro senador por Alaska en Washington, Ted Stevens. Como quiera que Murkowski ganó las elecciones a gobernador, su puesto como senador en Washington quedaba vacante y Murkowski tenía la potestad de decidir quién iba a ocuparlo hasta las nuevas elecciones. Sarah estaba en la lista de candidatos y Murkowski tuvo incluso una entrevista con ella en la que no hizo otra cosa que advertirle que para una madre con hijos pequeños, el puesto no era apropiado. Sarah comprendió que no iba a ser ella la elegida, pero lo que no se esperaba es que Murkowski acabara nombrando a su propia hija, Lisa, una madre con dos hijos pequeños. Y es que Murkowski es todo un tipo.
Como una especie de premio de consolación, Murkowski decide ofrecer a Sarah un puesto en la Alaska Oil and Gas Conservation Commission (AOGCC), un puesto importante y muy bien remunerado. La dirección de la AOGCC se componía de tres comisionados: un geólogo, un ingeniero petrolífero y un político –Sarah-, siendo éste último el presidente de la comisión y el encargado de la supervisión ética del organismo. Los problemas empezaron con el ingeniero, Randy Ruedrich, quien no sólo resultó ser al mismo tiempo el presidente del Partido Republicano de Alaska sino que además era parte interesada debido a sus relaciones profesionales con las empresas petrolíferas. El caso estaba claro: corrupción. Sarah no tardó en darse cuenta y se negó en redondo a esconderlo debajo de la alfombra, así que empezó a urgir a todos sus superiores para que tomaran cartas en el asunto antes de que se convirtiera en un escándalo. Así, empezó por su propio supervisor ético, quien resulta que estaba a partir un piñón con el tal Ruedrich; luego, con el jefe de gabinete de Murkowski, otro que tal; y finalmente con el propio Murkowski. Nadie hizo nada y Sarah optó finalmente por dimitir una vez que el escándalo ya era inevitable, un gesto que le valió las alabanzas de todos, incluso de la oposición demócrata, quién lo diría.
Tras un pequeño repaso a lo que fue el matrimonio entre su hermana menor, Molly, y el que luego fuera el trooper Mike Wooten, un mal matrimonio y un peor divorcio, Sarah nos explica como volvió a encontrarse igual que tras dejar la alcaldía de Wasilla, cuidando de su familia, dudando sobre cuál debía ser su próximo paso y confiando en que Dios no dejaría de mostrarle el camino.
Y para terminar este capítulo, una foto de Sarah en su despacho oficial ya de alcaldesa. Aquí ya lleva gafas, pero da lo mismo. De cualquier manera, Sarah nos gusta a todos nosotros porque lo que importa es que confiamos en ella. ¿O no? ¡Palin 2012! ¡Y Piper 2044!