Les pido perdón a todos. Me he retrasado. La verdad es que tenía la intención de publicar una buena reseña del acto celebrado el pasado 28 de agosto en Washington, D.C., pero entre mi jefe que se ha vuelto loco (o un poco más si cabe porque nunca ha estado muy cuerdo, no) y se piensa que las horas tienen setenta minutos y sus empleados ni comen ni duermen y mi compromiso de poner un libro sobre Sarah Palin en la calle antes de finales de año, mi actividad clandestina como bloguista palinista feroz se ha visto algo postergada. ¡Ah, qué suerte tienen aquellos que pueden dedicarse en exclusiva a la noble tarea de juntar letras! En fin, que dejando aparte lo de mi trabajo, que no es un placer, el resto de mis actividades sí que lo son y por más que me cuesten, lo hago muy a gusto, ya lo saben. Sin embargo, esta semana está siendo bastante difícil y lamento no poder ofrecerles el pedazo de entrada que tenía pensada. A cambio les ofrezco estas humildes reflexiones escritas a vuelapluma, confiando en que no se sientan demasiado decepcionados. Y es que no sería mala idea en absoluto que las horas tuvieran setenta minutos. Ya lo creo.
Sarah Palin en Washington, DC. Sarah Palin en el acto “Restoring Honor”. Sarah Palin hablando desde la tribuna de oradores y diciendo con voz clara y firme: “Es tan honroso encontrarse hoy aquí con todos vosotros, patriotas”.
Fue el pasado 28 de agosto. Fue en Washington, D.C. Fue a los pies del Lincoln Memorial, el mismo sitio donde exactamente 47 años antes, en 1963, el reverendo Martin Luther King pronunció su tal vez más famoso discurso, I Have a Dream (Tengo un sueño), ante una multitud de 200.000 personas ansiosas por escuchar la palabra “libertad” y saber que esta vez se les aplicaba a ellas. Una fecha que no fue escogida a propósito por el organizador del acto, el locutor de radio y presentador de televisión, Glenn Beck, pero que una vez que se dio cuenta de la coincidencia, la consideró como una señal de que su intención era acertada, al unir de alguna manera aquel día en que King trató de devolver su honor a los negros estadounidenses con este nuevo día en que él intentaba devolver a todos los estadounidenses, blancos o negros, su honor de nuevo perdido.
El acto reunió a varios cientos de miles de estadounidenses, muchos más que en 1963, tal y como reconocen personas que estuvieron allí en aquella ocasión y que no tienen ninguna duda al respecto. Y, sin embargo, no se trataba de un acto político. No se trataba de un acto de partido, fuera cual fuera este partido. Ningún candidato a un cargo público iba a pronunciar un discurso o presentar un programa electoral o criticar siquiera al gobierno. El acto de ese día era una reunión de estadounidenses orgullosos de ser eso, estadounidenses, y que sentían vivamente que sus dirigentes actuales no están ni mucho menos tan orgullosos de serlo también como lo están ellos.
Una imagen aérea del Lincoln Memorial (al fondo de todo). Como se puede ver, estaba abarrotado. Pero es que la imagen no deja ver que aquellos que estaban justo enfrente del monumento estaban mucho más apretados de lo que lo estaban los demás. ¿Trescientas o cuatrocientas mil personas? Sé de un asistente al acto de 1963 que asegura que había más de medio millón.
Se trataba de una mera llamada a “restaurar el honor” de los Estados Unidos, un honor que muchos se temen que se haya perdido durante estos últimos años entre tanta vergonzosa petición de perdón al mundo, tanta humillante reverencia ante dirigentes extranjeros y tanta traidora voluntad de salir huyendo de cualquier conflicto antes que pelear. Pero claro, cuando uno no tiene claro que su postura sea la justa y no se tiene el valor de defenderla por la fuerza si es necesario, ¿qué otra cosa se puede esperar que una retirada precipitada, un mensaje televisivo celebrando el fin de las hostilidades pero sin reclamar la victoria y a otra cosa mariposa?
Es por ello que la llamada de Glenn Beck a restaurar el honor perdido de los Estados Unidos era más que oportuna y la prueba de ello la tenemos precisamente en la masiva afluencia de gente al acto, que se alargó por más de tres horas y media en la mañana de un caluroso día de agosto. Nadie pierde el tiempo asistiendo a un acto así si no está plenamente convencido de la justicia de la causa que los reúne a todos y de la oportunidad de hacerlo precisamente ese día, tal y como señaló Sarah Palin, la oradora invitada más esperada y que cosechó unas ovaciones aún mayores que las del propio Beck, en su discurso:
Y sobre estos terrenos donde tenemos el honor de estar hoy, sentimos el espíritu del Dr. Martin Luther King, Jr., que en este mismo día, cuarenta y siete años antes, dio voz a un sueño que nos retaría a hacer honor a las sagradas cartas de nuestra libertad – que todos los hombres son creados iguales.
Hubo muchos más oradores, muchos más discursos y mucho tiempo y muchos motivos para sentirse orgullosos de ser estadounidenses. Un sentimiento este, el del patriotismo, que siempre ha incomodado mucho a los liberales (en el sentido americano del término, por supuesto). También hubo mucho tiempo para referirse a Dios y a su infinita bondad con ese país. Otro sentimiento, el de la fe, que incomoda aún más si cabe a esos mismos liberales para quienes todos los dioses menos el propio son dignos de respeto y todo país menos el propio es digno de encomio con la única excepción del pequeño, esforzado y valiente Israel.
Incluso la sobrina de King, Alveda, ocupó su puesto en el escenario, sirviendo de eslabón entre ambas fechas, la de 47 años antes y la de 2010, por más que algunos pusieran el grito en el cielo sin recordar que Martin Luther King era republicano y fue republicano hasta el día de su asesinato, un partido al que un negro podía enorgullecerse de pertenecer, tal y como dijo otro negro estadounidense, Frederick Douglass (1818-1895):
Soy republicano, un negro puro republicano, y nunca he tenido la intención de pertenecer a otro partido que el partido de la libertad y el progreso.
Y es que el partido de la libertad para un negro siempre ha sido el republicano. Por supuesto, no lo era el Partido Demócrata, el partido de la esclavitud y de la secesión por más que ahora pretendan escribir la historia de otra manera. Afortunadamente, el acto del sábado estaba por encima de opiniones partidistas y ninguno de los oradores hizo mención expresa de ello. Ni siquiera los que podrían tener más interés en ello como Sarah Palin, quien se presentó durante su discurso completamente ajena a cualquier postura partidista:
Ahora, se me ha pedido que hable hoy no como política. No, como algo más – mucho más. Se me ha pedio que hable como la madre de un soldado y me siento orgullosa de esa distinción.
Y así lo hizo. Beck habló de Dios, de tener fe en Él y de sus esperanzas de que ese día fuera precisamente el día en que los Estados Unidos “comienzan a volver a Dios”. Palin habló de los Estados Unidos, del valor y sacrificio de sus militares y de lo mucho que debemos a esos hombres y mujeres “que prestan juramento y que pagan el precio por nuestra libertad”. Cada uno habló del tema que más le identifica, ciertamente, pero ambos juntos, unidos, conjuraron los demonios para todos los liberales de Estados Unidos al invocar un país orgulloso, valiente y confiado en la voluntad divina, precisamente el tipo de país que ha sido siempre Estados Unidos y que tanto detestan y confían en destruir ahora que en la Casa Blanca tienen a la persona adecuada para ello, alguien que se ha pasado media vida (sólo media porque la otra media aún la tiene que vivir) odiando a su país que tanto le ha dado, tal y como reconoció públicamente su propia esposa refiriéndose a sí misma.
¿No es fascinante la manera de ser de esta mujer? No busca nunca ser el foco de atención, pero lo es. No busca nunca ser la estrella, pero lo logra. Y si tiene que ocupar un puesto secundario, como el pasado 28 de agosto, lo acepta tranquilamente. A veces pienso que es capaz de no presentarse a las elecciones presidenciales de 2012 y en cambio decirnos que va a apoyar a otro candidato. Quiera Dios que no lo haga, pero de verdad que si lo hiciera no podría decir que me ha sorprendido.
Y ésa fue precisamente la tercera pata sobre la que se asentó todo el acto: tras Dios y la patria, la voluntad de la gran mayoría de los estadounidenses de no ser otra cosa diferente a lo que son. O sea, que nada de aceptar una “transformación” como pretenden sus actuales dirigentes, un nuevo intento de ingeniería social a los que tan afectos se han mostrado siempre todos los regímenes totalitarios. ¡Nada de revolución, nada de transformación, nada de ser otra cosa que lo que somos! Sarah Palin lo dijo más claro que el agua al afirmar:
Asumo que todos vosotros sabéis también que no debemos transformar los fundamentos de Estados Unidos tal y como desearían algunos. ¡Debemos restaurar los Estados Unidos y debemos restaurar su honor!
O es que, tal y como les preguntó a todos nada más iniciar su discurso: “¿Acaso no estáis tan orgullosos de ser estadounidenses?”
Ya hemos dicho que no era una reunión partidista. De hecho, estaban prohibidas las pancartas para evitar que las habituales muestras de ingenio político deslucieran el acto. Ahora bien, ¿qué culpa tiene uno si cuando habla de Dios, de la patria y de el orgullo de ser quien es y no quien desearía otro que fuéramos se identifica a esa persona con un conservador? Ciertamente, los liberales no suelen hablar de Dios ni de la patria y están siempre más que dispuestos a demostrar su desprecio por su prójimo al negarse en redondo a aceptarle tal y como es y pretender dictarle cómo tiene que hablar, comportarse y hasta pensar. No son los conservadores los que suelen hablar de revolución, sino los liberales. Y no son tampoco los conservadores los que tienen millones de muertes a sus espaldas en horrorosos programas de ingeniería social que pretendían crear al “hombre nuevo” o traer el paraíso en esta vida y no en la siguiente. Pero es que pensándolo bien, ¿por qué un liberal no puede creer en Dios o amar a su país?
Nada ni nadie impedía que un liberal acudiera al acto del sábado. Y seguro que había más de uno entre los cientos de miles de personas que allí se dieron cita. Estoy convencido de que no todos los liberales estadounidenses han sido absorbidos por completo por esa extrema facción que representa el actual presidente de los Estados Unidos. Ojalá haya sido así porque ésa y no otra era la verdadera intención de Restoring Honor: unir a los estadounidenses, blancos o negros, rojos o azules, ricos o pobres, en lo que es o debería ser su más íntima convicción: que Estados Unidos es una fuerza del Bien en este mundo y que así deberá seguir siéndolo siempre. Y sólo de ellos depende que lo consigan.
God bless America.