America by Heart. Un resumen (III)

31/12/2010

 

Viernes, 31 de diciembre de 2010. Son las 18.15 h y estoy en casa. Hoy no he tenido trabajo por la tarde y qué mejor manera de celebrar el fin de año que con una buena, pero sencilla comida, una animada sobremesa conversando sobre las esperanzas que mi familia y yo tenemos depositadas en el año que viene y una buena película después. Hemos visto… ¡Caballero sin espada! Por fin la he encontrado en una tienda (muchas gracias a Santi por enviarme ese enlace a YouTube para hacerme más llevadera la espera) y llevaba días ansiando verla. Es cierto que yo personalmente ya la había visto hace años, pero ha sido ahora, tras haber llamado Sarah Palin mi atención sobre ella, que la he visto de nuevo y la verdad es que la he apreciado realmente. La película es de 1939 y a pesar de que los trajes de los protagonistas denotan su antigüedad, su mensaje es aún más actual que nunca: cómo mantener los ideales en un mundo donde el cinismo se ha convertido en virtud y la inocencia se contempla como una aberración que hay que extirpar como sea, principalmente de los niños. Y la respuesta es sencilla: ¡manteniéndote firme en tus creencias y no dejando que nadie te diga que te sientes y te calles!

¡Piper también firma! ¿Qué se creían? Hay que ver lo que ha crecido desde que la vimos por primera vez en 2008. Está hecha toda una jovencita.

Tras elogiar la Declaración de la Independencia, la Constitución de los Estados Unidos y a sus Padres Fundadores, Sarah pasa ahora a hablarnos sobre otro de sus temas más queridos: los hombres y mujeres que sirven en el Ejército de los Estados Unidos. Y lo hace recordando el día en que su primogénito, Track, se alistó sabiendo que un año después él y su unidad serían destinados a prestar servicio en Irak.

Fue un 11 de septiembre cuando Track se alistó y fue otro 11 de septiembre, justo un año después, cuando se celebró la despedida. Ya era la candidata a la vicepresidencia por aquel entonces y recuerda que incluso en un día tan importante para ella tuvo que pelear con los zoquetes que dirigían (mal) la campaña electoral de McCain para que le dejaran volar de vuelta a Alaska y poder asistir, siendo como era la madre de un soldado que partía a una guerra en defensa de la libertad de los iraquíes y de todo el mundo, precisamente a una zona tan peligrosa como lo era en aquel entonces la provincia de Diyala. Y fue también otro 11 de septiembre, ya en 2009, cuando concluyó su tiempo de servicio y volvió a casa… sólo que Track no volvió ese día. ¿Por qué? Pues porque uno de sus camaradas estaba herido y necesitaba regresar con urgencia a los Estados Unidos y no había suficiente sitio para él en el avión militar que les iba a trasladar, así que Track cedió su asiento y permaneció un mes extra en Irak, sin querer decirle a su familia el verdadero motivo y aún cuando finalmente regresó, queriendo decirlo hasta que finalmente lo hizo. Sarah explica que nunca se había sentido tan orgulloso de su hijo como entonces. Y ciertamente es para estarlo.

Al hilo de todo ello, Sarah aprovecha para reflexionar sobre qué es lo que impulsa a unos chicos y chicas tan jóvenes y a quienes nunca ha faltado de nada a arriesgarse a sacrificar sus vidas para defender a su país en una tierra lejana. Prácticamente todos tienen un hogar, una educación, oportunidades en la vida… y de repente lo dejan todo y se alistan y saben que en el momento más inesperado pueden morir y aún así lo hacen.

En el caso de Track, Sarah cuenta que se debe a su voluntad de que su familia viva en un mundo seguro y que les abra los brazos. Y seguramente para muchos de sus camaradas sea la misma razón. Para Sarah, los estadounidenses son patriotas, pero no necesariamente ideológicamente. Quieren simplemente vivir sus vidas y perseguir sus sueños y dejan que los demás vivan las suyas y persigan sus propios sueños. Y eso bastaría si los Estados Unidos fueran una nación más. Pero no lo son porque los Estados Unidos son excepcionales. Y lo son porque se trata de la única nación sobre la faz de la Tierra que se fundó no basándose en un territorio, una cultura o un pueblo, sino en una idea: la idea de que todos los seres humanos tienen el derecho otorgado por Dios de ser libres. Y esa idea es la que defienden todos esos jóvenes, “una causa mayor que ellos mismos”, tal y como la llamó en su momento John McCain.

Sarah nos cita entonces el libro de William Bennett The American Patriot’s Almanac para señalarnos su primera cita de hoy: una de las “doce razones para amar a un gran país”. La escogida por Sarah es la número siete y habla de que el ejército de los Estados Unidos es el mayor defensor de la libertad en el mundo, habiéndolo demostrado con creces dos veces durante el siglo pasado, frente a los repulsivos regímenes nazi y comunista, habiendo liberado a más gente de la tiranía que ninguna otra nación en la historia.

Pero eso no implica que los Estados Unidos amen la guerra, sobre todo porque cuando alguien va a enviar a los hijos o hijas de sus compatriotas a una de ellas, más le vale tener una buena razón. Y esa razón es invariablemente la libertad y no como repiten enfebrecidos los mismos de siempre el provecho de los capitalistas, el petróleo o el gusto por el imperialismo. Los Estados Unidos llevan la libertad en la sangre y la llevan desde los primeros días como nación libre e independiente, algo que ya supo ver Alexis de Tocqueville cuando llamó a la libertad “un hábito del corazón” porque son valores que no se aprenden como la buena educación, sino que se llevan en la sangre y que no puede ser enseñado. Y todo eso lo refleja Sarah contando la historia de un antiguo veterano de la Guerra de la Independencia que, cuando fue entrevistado por un historiador en 1843 e interrogado por sus motivos para alistarse en las tropas de Washington, respondió que no fue por la Ley del Timbre, ni por el impuesto del té, ni por sus lecturas de Harrington, Sidney o Locke sobre la libertad, sino simplemente porque ellos siempre habían sido libres y pretendían seguir siéndolo.

Todo esto sirve sobre todo para que Sarah se interrogue sobre el motivo por el cual Hollywood y las elites culturales de hoy en día se obstinan en no apoyar a su ejército, algo que no sucedió, por ejemplo, durante la II Guerra Mundial cuando Jimmy Stewart sirvió en las Fuerzas Aéreas o Henry Fonda lo hizo en el Pacífico o incluso Elvis Presley se incorporó a filas cuando fue llamado a ellas.

Tal vez la más famosa historia de una estrella de Hollywood sirviendo orgullosamente en el ejército de su país sea la del director John Ford, de la cual toma Sarah su siguiente cita. Ford se alistó en la Armada y sirvió en el Pacífico, documentando la guerra allí. Durante la batalla de Midway fue herido por un pedazo de cemento que saltó por los aires y luego por una bala perdida, pero dejó escritos sus recuerdos del momento y el que más le impresionó fue ver a unos jóvenes marines a su lado manteniendo la calma y no mostrando la más mínima señal de duda acerca de su deber, lo que le convenció de que esa guerra estaba prácticamente ganada.

Entre los cineastas de hoy en día, Sarah sólo puede encontrar a Steven Spielberg para señalar a uno que apoye al ejército de su país, sobre todo por su película Salvar al soldado Ryan y su serie televisiva The Pacific. El resto de Hollywood, deja mucho que desear, habiendo llegado al punto de rodar películas derrotistas mientras las tropas están todavía combatiendo sobre el terreno. Afortunadamente, todas esas películas han fracasado en la taquilla porque los estadounidenses saben lo que quieren y no es eso precisamente. Algo que es francamente muy desagradecido cuando todas esas figuras del celuloide son ricas y famosas porque antes esos mismos soldados a los que denigran en sus películas se han batido para que puedan disfrutar de su libertad (incluso de su libertad a denigrarlos si así lo desean) y de ser ricos y famosos. La libertad la ganan los soldados, no los predicadores, los periodistas, los poetas ni nadie más. Y eso lo expresa mejor que nadie un poema que su tío le envió a Sarah recientemente y que incluye en este capítulo. Al igual que incluye un fragmento de la canción de Toby Keith “Courtesy of the Red, White and Blue” que dice que cuando uno se mete con los Estados Unidos de América lo menos que se puede esperar es una patada en el culo.

Los soldados soportan mucho, ellos y sus familias. Lo menos que podríamos hacer, dice Sarah, es reconocerles su valía. Eso no quiere decir que no sea justo cuestionar una guerra o a los dirigentes políticos que nos embarcan en ella, pero distinguiéndolo de los principios fundamentales que están en juego y reconociendo a los que soportan la carga. Como hizo Ronald Reagan en 1985, recordando el aniversario del desembarco de Normandía. Ni más ni menos.

Pero ese respeto debe labrarse desde la más tierna infancia y debe ser inculcado por los padres. Un nuevo recuerdo de Sarah nos lleva a cuando era niña y sus padres hicieron un viaje larguísimo en coche desde Alaska hasta Idaho. Para entretenerse, Sarah sólo tenía a sus hermanos y una colección de ejemplares del Reader’s Digest, donde leyó por primera vez la historia del sargento Henry Erwin, quien arriesgó su vida cargando con sus brazos una bomba de fósforo que había fallado y que estaba ardiendo en pleno avión para tirarla y salvar así a todos sus camaradas. Su heroicidad le valió la Medalla al Honor del Congreso y aún pareció poco para lo que había hecho. También leyó en su momento sobre el capitán Chris O’Sullivan, que falleció en Vietnam en 1965 y cuya viuda tuvo que soportar llamadas telefónicas en la que se alegraban de que su marido hubiera muerto en la guerra, una historia que, agrupada en otra mayor sobre cómo se trató a las tropas estadounidenses que regresaron a casa después de combatir en Vietnam, cuando se les escupía por la calle y se les insultaba llamándoles “asesinos de niños”, forman parte del lado más oscuro de la historia estadounidense. Uno puede estar en desacuerdo con las decisiones de sus dirigentes políticos, pero no debe pagar ese desacuerdo en quienes simplemente han cumplido con su deber de la forma más honorable posible. Afortunadamente, no es una mayoría de estadounidenses quienes actúan de esa manera y Sarah explica que su hijo Track y sus camaradas recibieron en Irak muchas muestras de apoyo por parte de sus compatriotas en forma de carta y galletitas caseras que ellos agradecieron entusiásticamente.

Otro recuerdo de Sarah: durante la campaña electoral, la gente insultando a John McCain quien, dejando aparte sus opiniones políticas, nadie puede negar que se trata de un héroe estadounidense por su bravo comportamiento durante la Guerra de Vietnam. McCain fue torturado brutalmente durante su cautiverio, tal y como lo relató él mismo en su libro de memorias Faith of My Fathers. Tan desesperado llegó a estar que intentó suicidarse en su celda, pero sus guardianes lo evitaron. Por fin, incapaz de resistir por más tiempo la tortura, McCain firmó una confesión redactada en términos tan ridículos que nadie en su sano juicio podría haberla firmado, siendo evidente que tuvo que hacerlo bajo presión. McCain se avergonzó inmediatamente de haber cedido y cualquiera que piense que él no lo hubiera hecho, mejor que se lo piense dos veces. Yo no estoy seguro de ello; de hecho, estoy casi seguro de que habría cedido antes. McCain tuvo que vivir mucho tiempo con el remordimiento de haber cedido, pero nadie se lo puede reprochar y quién lo haga es sencillamente un canalla.

Y nada de pensar que, tal y como me dijo a mí personalmente una de mis conocidas un día, que los soldados estadounidenses son “la escoria de la sociedad”. Quien diga eso, miente. De hecho, el ejército de los Estados Unidos tiene una proporción superior a la que se da en la sociedad de personas altamente educadas. O sea, que el clamor del antiguo candidato a la presidencia John Kerry de que o estudias o te irás a Irak es propio de un miserable. Afortunadamente, los soldados estadounidenses tienen mucho más carácter que estos bufones y continúan defendiendo su derecho a hablar mal de ellos y no se quejan siquiera. Y es que precisamente quienes más tienen que agradecer a los soldados estadounidenses, los medios de comunicación, Hollywood, las elites de Washington, etc., peor hablan de ellos. Claro que también lo hacen de todo lo demás que tiene algo que ver con el modo de vida estadounidense: la libertad de expresión, la fe religiosa, los valores tradicionales, etc. Y es que tal y como Sarah recuerda haber cantado en la escuela: “La libertad no es gratis. Tienes que pagar un precio. Tienes que sacrificarte por nuestra libertad”.

Y por fin, Sarah recuerda una visita que hizo a Fort Hood en Texas durante su gira de promoción de Going Rogue, el mismo sitio donde un psiquiatra militar que se había convertido en jihadista asesinó a trece de sus camaradas e hirió a muchos más. Una descripción del soldado estadounidense escrita por su hermano, Chuck, le sirve para expresar el infinito respeto y afecto que tanto ella como el resto de la familia Palin sienten por los militares estadounidenses. Sarah es la madre de uno de ellos y cuando su hijo Track estaba en Irak y todo a su alrededor bullía y le llovían más los tiros a ella en casa que a Track en Irak, ella misma reconoce que bastaba con que recibiera noticias de Track diciendo que estaba bien para que todo lo demás careciera por completo de importancia y ya podía la AP o el New York Times escribir lo que quisieran. Sencillamente les importaba un bledo.

La unidad de Track tuvo sus bajas durante su misión en Irak, desgraciadamente. Y ahora existe la posibilidad de que vaya a Afganistán. Si le toca, irá, por supuesto. Y lo hará para defender la libertad de los Estados Unidos. Es su deber y se comprometió a ello voluntariamente. Y lo menos que se puede hacer es agradecérselo. Y agradecérselo aún más a aquellos de sus camaradas que dieron su vida por ese mismo objetivo, tal y como Abraham Lincoln se sintió obligado a hacer durante su discurso de Gettysburg. Como final de capítulo, Sarah nos deja con el poema de Karl Shapiro “Elegy for a Dead Soldier”. Imposible decir algo que valga la pena después de leerlo, así que se lo traduzco (mal, lo siento) y les dejo que reflexionen sobre ello:

Bajo esta cruz de madera yace
Un cristiano muerto en combate. Tú, que lees
Recuerda que este extraño murió con dolor;
Y mientras pasas a su lado, si puedes levantar tus ojos
Sobre una paz mantenida por un credo humano
Que sepas que un soldado no ha muerto en vano.

Amén. Hasta el martes que viene en que habrá controversia porque, por una vez, voy a hablar del gobierno (del mío). Y no será bien, por descontado.


¡Gran noticia! ¡Sarah Palin me ha escrito!

28/12/2010

 

¡Casi no lo puedo creer! Bueno, de hecho todavía no me lo creo. Después de unos cuantos pellizcos para asegurarme de que no estaba soñando, un trompazo contra la pared para asegurarme mejor y un buen trago de coñac para serenarme, resulta que sí, que es cierto. La pasada Nochebuena, mientras estaba dándole a la zambomba, la mismísima Sarah Palin me envió un mensaje personal de correo electrónico. Por lo que parece, uno de mis amigos en los Estados Unidos a quien no suponía yo tan bien relacionado (¡hum!, tengo que hablar muy seriamente con él; no puede ser que me haya tenido tanto tiempo sin saber que es íntimo de los Palin) le ha proporcionado mi dirección para comunicarse conmigo y ésta, ni corta ni perezosa, va y me escribe. ¡Uf, qué soponcio! Todavía me da la taquicardia cuando lo recuerdo y empiezo a sudar… ¡Viva Sarah!

Mi amiga L., la que habitualmente me corrige las entradas y de paso me reprocha que no es justo que un tío bueno como Todd Palin sea de derechas, se ha ido de vacaciones a Toledo y me ha dejado a su… ¡ejem!… lindo gatito, Teodoro, para que se lo cuide. El caso es que en Nochebuena se me ocurrió que puesto que a mí lo que me gustan son los alces, estaría bien tener uno siquiera por un día y dicho y hecho: éste es Teodoro hecho todo un alce. El michino no parecía muy satisfecho, pero una vez que le cambié el agua del cuenco por anís y se lo bebió, mejoró su humor y no vean lo contento que estaba mientras cantábamos el “Pero mira como beben los alces en el río”. ¡Miau!

Y ahora a lo que verdaderamente importa a los españoles, que dice el tarugo ése de las barbas: el mensaje que me ha enviado Sarah Palin. Como quiera que me siento incapaz de glosarlo debidamente, he hecho una traducción apresurada y aquí se la dejo para que lo lean y compartan mi júbilo al saber que yo, Bob Moosecon, el peor bloguista pro-Palin de todo el ciberespacio, ha merecido la atención de mi admirada Sarah. ¡Toma castaña!

¡Feliz Navidad, Bob!

¡En verdad que merecerías ser alasqueño! Todd y yo hace tiempo que leemos tu blog y estamos muy contentos de que finalmente hayas podido solucionar tus problemas y escribir de nuevo. No sabes lo mucho que apreciamos el esfuerzo que haces. Nos tenías preocupados y puedes estar seguro de que siempre había una oración para ti para que Dios te diera fuerzas y pudieras volver con todos tus lectores que tanto te aprecian.

Hace meses que tu amigo James Delgado, de Dallas, que también lo es nuestro, nos habló de ti, de tu blog y de tu intención de escribir un libro en español con la verdad sobre mí y hasta de ofrecerlo gratuitamente a todos los que quisieran leerlo. Es un rasgo de generosidad que te honra. Cuando tanta gente sólo piensa en aprovechar la ocasión para sacar dinero y sin importarles si lo hacen con la verdad o con la mentira (y generalmente es con la mentira), que tú renuncies a ello sólo porque compartes los mismos ideales que compartimos millones de estadounidenses es algo que me hace sentir que estoy en la senda correcta y que ciertamente mi lucha es también la vuestra.

Desde aquí, desde Wasilla, te mando mis mejores deseos para ti y para toda tu familia. Y te animo a no desfallecer y a seguir con tu empeño de llevar nuestro mensaje a los hispanohablantes de todo el mundo, tantos de los cuales he conocido personalmente durante estos últimos dos años y a muchos más que espero conocer todavía, especialmente a ti, Bob.

Piper está estudiando español en la escuela y cuando puede lee tu blog para practicar. Dice que se ríe mucho con las cosas que escribes y promete mandarte un dibujo suyo lo antes posible. Pregunta si lo quieres con oso o sin oso. Yo creo que con oso, ¿verdad?

Con todo nuestro afecto,

Sarah y Todd Palin  (y Piper)

P.D. El año que viene quizás viaje a España. Si eso es así, me gustaría que nos conociéramos personalmente. ¡Tenemos tanto de lo que hablar!

Sigo extasiado. STOP. Incapaz de escribir una línea más. STOP. La vida es bella. STOP. Y no vean cuando me llegue el dibujo de Piper. STOP.


America by Heart. Un resumen (II)

25/12/2010

 

Hace frío, ¿eh? Pues claro, estamos en Navidad. Una época del año de lo más adecuada para quedarse en casa por la noche, sentados en nuestro sillón orejero, con la chimenea encendida y los leños crepitando gozosamente, el gato en el regazo, una copa de buen brandy al alcance de la mano y… ¡America by Heart como apasionante lectura a la que dedicar toda nuestra atención! Salvo la cuestión de la chimenea (una estufa de butano no es lo mismo, se diga lo que se diga) y el gato (nunca me he llevado bien con esos bichos; prefiero los perros), eso es precisamente lo que he hecho yo recientemente antes de empezar con esta serie de resúmenes y les aseguro que ha sido una de las noches más placenteras de mi vida. No la hubiera cambiado por nada del mundo. Palabra de Palin.

Capítulo I: We the People (Nosotros, el pueblo)

De Boston (Massachusetts) a Alaska. El primer capítulo de America by Heart comienza con Sarah recordando un día de 2006, a poco de ser nombrada gobernadora de Alaska, en que uno de sus amigos, un tal Bruce, le regaló una foto ampliada de una de las escenas de la película de Jimmy Stewart Mr. Smith Goes to Washington (que aquí en España se tituló Caballero sin espada). Ésa es precisamente una de las películas favoritas de Sarah y como tal, esa foto ampliada, debidamente enmarcada, decoró su despacho de gobernadora en Juneau y ahora decora su despacho en su casa de Wasilla.

Tras recordarnos sucintamente el argumento de la película, que dudo que haya alguien entre mis lectores que no haya visto nunca, Sarah pone el dedo en la llaga al reconocer que una película así, una película tan llena de esperanza, una película sobre el Bien que derrota al Mal y sobre el idealismo que derrota al cinismo, es una película que Hollywood nunca rodaría hoy.

Y es que el mensaje de esta película de 1939 es eterno: puede que haya corrupción en la política, pero puede ser vencida por hombres y mujeres decentes que tengan claros sus principios. La podredumbre no es inevitable. Y si durante estos últimos años tantas y tantas películas sobre la guerra de Irak en las que se retrataba a la administración Bush como una caterva de incompetentes movidos únicamente por el rencor y la codicia y a quienes no les importaba utilizar como meros instrumentos de su ambición a los soldados estadounidenses han fracasado en la taquilla, eso ha sido, sencillamente, porque la mayoría del pueblo estadounidense no se identifican con ese punto de vista, al menos de la misma manera como todavía se identifican con el punto de vista de Jefferson Smith, el protagonista de Mr. Smith Goes to Washington.

La escena favorita de Sarah, y reconozco que también la mía cuando la vi hace muchos años (estoy buscándola por ahí en DVD para comprármela y volver a verla), es una en la que Jefferson Smith-Jimmy Stewart se enfrenta abiertamente con sus corruptos colegas senadores en el mismísimo Senado de los Estados Unidos y les reprocha su traición a los grandes principios plasmados en la Declaración de Independencia, los mismos gracias a los cuales ocupan sus escaños. Para Smith-Stewart (y para Palin también), esos principios son la esencia de lo que significa sentirse estadounidense, antes y ahora, y precisamente porque los grandes personajes del país, los grandes legisladores, los grandes empresarios, los grandes periodistas y los grandes productores de Hollywood, ya no los sienten, los Estados Unidos como nación se sienten perdidos a su vez. En definitiva, Mr. Smith Goes to Washington es la historia de un hombre normal y corriente que se planta frente al poder y le dice: We’re taking our country back (vamos a recuperar nuestro país).

Y de Mr. Smith Goes to Washington a los frenéticos días de la caída del Muro de Berlín. Entre 1989 y 1992, el mundo en el que habían vivido durante tanto tiempo los estadounidenses de la edad de Sarah, había cambiado dramáticamente. El comunismo se había hundido y ese arrogante régimen que se pretendía el definitivo en la historia de la Humanidad se revelaba como lo que realmente era: un tigre de papel (los chinos se equivocaron de destinatario cuando utilizaron la expresión por primera vez). Justamente en 1987, los Estados Unidos celebraron el doscientos aniversario de su Constitución y ese año, el entonces presidente Reagan dedicó parte de su discurso sobre el Estado de la Unión a ensalzar esa Constitución en una nueva cita que Sarah nos regala para que reflexionemos sobre ella. En esta ocasión, Reagan, tan agudo como siempre, descubre por qué la Constitución de los Estados Unidos es tan excepcional cuando tantos y tantos países, incluyendo la Unión Soviética, tienen una. Y su respuesta, la de Reagan, radica en tres palabras: We the People (Nosotros, el Pueblo). Ésa es la diferencia. En las restantes constituciones del mundo, es el gobierno quien le dice a la gente qué es lo que pueden hacer o no; en los Estados Unidos, fue la gente quien le dijo al gobierno lo que éste podía hacer o no.

Por tanto, ¿cómo no esperar que los estadounidenses amen su Constitución? Y si aman a su Constitución, amarán también a sus creadores, los Padres Fundadores. Y eso es algo que Sarah ha podido constatar personalmente a lo largo de sus viajes por todo el país. Ese amor existe, salvo en las elites culturales y académicas, que tan pagadas están de sí mismas y que piensan y proclaman por todas partes que la Constitución fue escrita por viejos blancos en beneficio de viejos blancos y que los Padres Fundadores son meras figuras irrelevantes hoy en día y que lo mejor que podríamos hacer es olvidarnos de ellos y de su obra si queremos tener una  sociedad justa e igual de verdad. Pero eso es lo que piensan ellos y no lo que piensan ni Sarah ni tantos y tantos estadounidenses para quienes aquellas inmortales palabras del comienzo de la Declaración de Independencia (su nueva cita) que dicen que “sostenemos estas verdades como evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales y que están dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales se hallan la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, siguen estando plenamente vigentes.

Y es que los derechos de los estadounidenses son derechos otorgados por Dios y si Dios desaparece de la vida de los estadounidenses, sus derechos desaparecerán también, algo que a las elites les parecerá seguramente de perlas, pero que a los ciudadanos normales y corrientes no. La Declaración de Independencia y la Constitución son dos caras de una misma moneda y no pueden ser separadas una de otra y el valor de esa moneda es incalculable: la libertad.

En consecuencia, si el gobierno está para defender los derechos inalienables de los estadounidenses, debería tener el mínimo tamaño preciso para semejante tarea, dejando a las personas bregar con sus propios problemas para que así pudieran desarrollar todo su potencial, ¿no? Pues no era ése precisamente el punto de vista del presidente Obama cuando durante su campaña electoral de 2008 clamaba por el hecho de que el Tribunal Supremo jamás hubiera forzado la mano a la Constitución para que el gobierno pudiera por fin decirle a los estadounidenses lo que deben hacer, en lugar de limitarse a decirle al gobierno lo que no puede hacer. Gracias a Dios porque si no… Aprovechando este tema, Sarah nos da una verdadera lección sobre lo que significa ser juez del Tribunal Supremo y cuáles son sus funciones, y concluye demostrando que para uno de esos jueces, transigir con lo que pretende Obama, significaría sencillamente incumplir su juramento. Ni más ni menos.

Indudablemente, el gran enemigo de los progres en los Estados Unidos es la Constitución pues. Para ellos, los Estados Unidos deben ser “corregidos” y ya lo dijo Obama cuando habló poco antes de la celebración de las elecciones presidenciales de que “estaban a cinco días de transformar fundamentalmente los Estados Unidos de América”. Como dice Sarah, no será porque no nos advirtiera. Pero es que la gran mayoría de los estadounidenses no quieren ser transformados y la respuesta a ello es lo que ha llevado a tantos y tantos a salir a la calle y a convertirse en potenciales Jefferson Smith, con la misma batalla que librar y justamente por los mismos ideales. No para transformar su país, sino para restaurar su libertad.

La nueva cita que introduce Sarah en este capítulo es de nuevo del presidente Calvin Coolidge y del mismo discurso que ya citó en la introducción, el de la celebración de los ciento cincuenta años de la Declaración de la Independencia en 1926. Lo único que cambia es el fragmento al escoger ahora Sarah uno en el que Coolidge refuta duramente a aquellos que ya en aquel entonces creían que los principios de los Padres Fundadores estaban pasados de moda.

Para Coolidge, rechazar esos principios no era ser progresista en el sentido de avanzar, sino ser un retrógrado en el sentido de retroceder en el tiempo cuando no había “ni igualdad, ni derechos de los individuos, ni gobernaba el pueblo”. Y para todos esos estadounidenses conscientes, el amor por su país no es ciego, sino que comprenden la inmensa suerte que tienen de ser libres en el país más libre del mundo y se muestran dispuestos, como lo hacen diariamente los soldados de los Estados Unidos, a defender esa libertad porque saben que la libertad no es gratis.

Un ejemplo de la vulneración de esos derechos de los estadounidenses: la reforma de la atención sanitaria. Obama pensó que los estadounidenses simplemente se dejarían comprar por un supuesto nuevo “derecho a la sanidad” en el que, a cambio, perdieran su derecho a conservar su dinero trabajosamente ganado, a escoger su propio médico y a comprar o no su propio seguro sanitario.

Un breve pero documentado repaso al modo como se logró la aprobación de la reforma, plagado de jugadas sucias, sobornos, medias verdades y mentiras completas ilustra el fracaso de Obama cuando su proyecto estrella tuvo que nacer estrellado. Y es que tal y como vio Sarah un día en una pancarta que alguien exhibía en un acto público en contra de dicha reforma (las pancartas en los Estados Unidos, como los refranes en España, están plagados de sabiduría): “Los gobiernos no dan derechos; los gobiernos quitan derechos”.

Un nuevo tema sobre el que tratar para Sarah: el valor que ha adquirido el epíteto “racista” como medio para amedrentar a los rivales. Basta con soltárselo a alguien para que éste se sienta tan avergonzado que ya no pueda defenderse. Se suele utilizar por parte de los progres para denigrar a los miembros del movimiento Tea Party. Y por extensión, para denigrar a todos los conservadores. Y para eliminarlos del discurso político porque si lo que realmente mueve a los conservadores es el odio a que haya un negro en la Casa Blanca, no se trata de sus propuestas políticas, sino simplemente de que son malas personas. Y con las malas personas no hay nada que discutir.

Esto es indigno y Sarah lo pone en su justo término cuando señala que el verdadero malestar en los Estados Unidos no tiene que ver con que Obama sea negro sino con que Obama es un liberal que detesta la Constitución. Es cierto que la Constitución transigió con la cuestión de la esclavitud, pero también es cierto que gracias a la Constitución se pudieron proclamar las Leyes de Derechos Civiles de 1964 y que amar a los Estados Unidos supone reconocer que a veces, como nación, los Estados Unidos no han dado la talla.

Acusar a alguien de racista tiene varias ventajas, la principal es que inmediatamente detienes el debate al permitir a quien insulta alegar que ya no tiene nada que discutir con semejante persona. Lo malo es que quienes utilizan ese recurso realmente creen en lo que dicen y piensan que los Estados Unidos son un país injusto, como parece pensarlo también Obama, un punto de vista que expresó públicamente su esposa y que ambos, que se pasaron casi veinte años escuchando los sermones en la misma línea del reverendo Wright, se supone que comparten.

Sorprendentemente para aquellos que pretenden que Sarah es burra, ésta continúa su alegato analizando históricamente la génesis de la Constitución de los Estados Unidos y desmontando uno de los argumentos favoritos de los progres para justificar su desdén por ella en el hecho de que la Constitución estableció en su momento que los negros se computaran como tres quintas partes de un blanco. Y el resultado es que precisamente esa previsión sirvió para allanar el camino a la abolición de la esclavitud, tal y como reconoce el estudioso Robert Goldwin, al revelar la verdadera razón de ser de tal disposición: evitar que los estados esclavistas (que querían computar a los negros igual que a los blancos) incrementaran su población artificialmente y con ello ganaran la mayoría en el Congreso de los Estados Unidos al tener derecho a más representantes, unos representantes que no representarían de ningún modo a esos electores, los negros, que carecían de todo derecho, además de que supondría un aliciente para importar cuantos más esclavos mejor. En definitiva, alguien genuinamente en contra de la esclavitud no podía querer computar a un negro igual que a un blanco. Y la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.

De todas formas, una cosa es reconocer que los Estados Unidos fueron un país racista y otra cosa pretender que lo siguen siendo. Y eso es algo que en su momento hasta el propio Obama reconoció cuando pronunció su famoso discurso sobre el racismo durante la campaña de 2008 (sí, ésa es otra de las citas de Sarah… increíble, ¿no?) en el que él mismo reconocía que si bien la Constitución nació manchada por el pecado del esclavismo, en su interior llevaba las semillas de su redención al reconocer el ideal de la igualdad para todos bajo la ley y la promesa de libertad y justicia para todos.

Sarah expresa su esperanza de que eso sea realmente lo que desea Obama para los Estados Unidos y, para terminar con su primer capítulo, un capítulo que ya vemos que versa sobre la Constitución y los principios de los Padres Fundadores que dieron su ser a los entonces nacientes Estados Unidos (trato el tema con bastante amplitud y multitud de datos en mi próxima obra, America is Ready!), termina con una de las citas más famosas de la historia de los Estados Unidos: la del reverendo Martin Luther King, Jr. pronunciando aquél discurso que empezaba: “Tengo un sueño…” Un discurso en el que King no rechazaba los Estados Unidos ni sus principios constitutivos, antes al contrario, él quería que los Estados Unidos vivieran plenamente según esos principios y que todos los estadounidenses, blancos o negros, vivieran en un único país y se sintieran orgullosos de él.

Seguiré con el resumen. Quedan todavía muchos capítulos más y cada uno de ellos es un placer de leer. Pero el martes que viene tengo una sorpresa para ustedes. No sean malos y háganme un hueco, por favor. Las Navidades son la ocasión propicia para estar con la familia y ustedes son ya como mi propia familia (tengo suerte: carezco de cuñados progres) y me complace mucho gozar de su compañía, aunque sea virtual.


America by Heart. Un resumen (I)

23/12/2010

Amigos, aquí estoy. ¡Feliz Navidad a todos! Y para celebrarla, ¿qué mejor manera que empezar nuestra serie sobre el último libro de Sarah Palin, America by Heart? Por supuesto que sí. ¡Vamos a ello pues! Por cierto, hoy mismo he tenido noticias sobre mi cambio de trabajo: el próximo mes me incorporo a mi nuevo destino. ¡Por fin! Empezaré el año de la mejor manera posible. Y lo mejor es que mis nuevos compañeros (que ya me conocen de hace tiempo) están igual de contentos: me siento como si fuera un regalo de día de Reyes Magos, ja, ja, ja. Préparense pues porque el 2011 comienza con los mejores auspicios…

¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo! Que pasen unas estupendísimas fiestas. Y que el año que viene nos sorprenda (relativamente) con esa noticia que todos ansiamos: «Sarah Palin anuncia su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. El presidente Obama sufre un soponcio nada más enterarse. Se rumorea que el vicepresidente Biden ha pedido el carnet del Partido Republicano». Por cierto, hay que ver qué bien van los cuernos para llevar los adornos navideños. Esta foto mía engalanado se está empezando a convertir en todo un clásico, ¿verdad?

Introducción: An American Awakening (un despertar estadounidense)

Sarah comienza su libro recordando un día, el 14 de abril de este mismo año, en Boston (Massachusetts). Ese día participó como oradora en un acto del movimiento Tea Party y recuerda especialmente que cuándo le preguntó a la multitud que se había congregado para verla y escucharla si amaban su libertad, ésta rugió afirmativamente. Había personas mayores y jóvenes, padres e hijos, veteranos del Ejército y oficinistas, incluso algún hippie o dos. Pero todos ellos estaban de acuerdo en que amaban su libertad y, en consecuencia, siguiendo la posterior recomendación de Sarah, dieron gracias por ella a los veteranos que estaban entre ellos porque son ellos quienes han hecho posible que la puedan disfrutar.

Contra lo que suele ser habitual que aparezca en los medios de comunicación, Sarah da fe de que no se trataba de una multitud airada y rebosante de rabia la que se había reunido allí aquel día, sino de gente alegre y con rostros felices, satisfechos de poder corear el grito: “USA, USA, USA” y de agitar frenéticamente la bandera de las barras y las estrellas. Muchos de ellos llevaban pancartas con lemas de lo más expresivos y algunos incluso tan divertidos como: “¡Puedo ver noviembre desde mi casa!”. Tratándose pues de personas sencillas, sinceras y conscientes de quiénes son y qué es lo que quieren, Sarah no pudo dejar de preguntarse entonces por qué esa obsesión por parte de algunos en demonizarlos de esa manera.

Estaban ellos, los del Tea Party, pero también estaban, más alejados, un pequeño grupo de personas opuestas al Tea Party. Ellos también llevaban pancartas, sólo que, tal y como observó la propia Sarah, sus pancartas eran de imprenta mientras que las que portaban los miembros del Tea Party eran todas caseras, espontáneas y abigarradas, hechas con todo el entusiasmo de unos aficionados. Y de allí sacó Sarah una de las principales lecciones del día: los que se manifestaban contra ellos, contra el Tea Party y especialmente contra ella, eran “profesionales” que hasta sus pancartas de protesta esperaban que les fueran proporcionadas por el gobierno, al igual que esperan que éste les proporcione todo lo que necesiten a lo largo de sus vidas. Ésa es la principal diferencia entre ellos y los del Tea Party: que ellos quieren ser mantenidos por el gobierno, aún a costa de su libertad, y los del Tea Party quieren mantenerse a sí mismos y saben que para ello necesitan imperiosamente conservar su libertad.

Sarah recuerda también que en los Estados Unidos de hoy en día, el 9 de abril representa el día en el que un estadounidense normal y corriente ha ganado por fin el suficiente dinero desde principios de año para  pagar sus impuestos. Sólo a partir de ese día, el dinero que gana es para él; hasta entonces lo es para el gobierno.

Para evitar que eso siga siendo así, Sarah se aferra a la esperanza que despertó en ella su anterior gira de presentación, la de Going Rogue. Durante esas semanas, pudo conocer y hablar con miles de personas, de todas las clases y condición. Y muchas de ellas le hicieron llegar libros, artículos de prensa, fragmentos de discursos, sus propios comentarios sobre cómo veían el presente de los Estados Unidos y su futuro y, sobre todo, su indignación por lo que estaba sucediendo y su inquebrantable decisión de luchar contra ello. Ése es el despertar de los Estados Unidos al que se refiere Sarah. No sólo un despertar político, sino un despertar estadounidense que proviene de la gente común y no de las elites y cuyo objetivo es recuperar su país, un país ahora desnortado.

Ésa es la interpretación que hace Sarah del movimiento Tea Party y cuenta ella que la primera pista la tuvo cuando se enteró de que sus tíos Ron y Kate, que viven en el estado de Washington y que nunca habían estado involucrados en política fuera de acudir a votar cuando tocaba, habían empezado a acudir a los actos del entonces naciente movimiento Tea Party. Eso fue lo que le puso sobre la pista y lo que le hizo preguntarse: ¿Pero quiénes son esos?

La respuesta empezó con las protestas contra la irresponsabilidad fiscal en que se estaba embarcando la nueva administración. Pero incluso eso era sólo una parte: los participantes también estaban preocupados porque Obama acabe logrando su objetivo de “transformar fundamentalmente los Estados Unidos”. Algo que tiene como razón de ser su convicción, la de los izquierdistas, de que algo está mal en los Estados Unidos y que no se trata meramente de alguna de las políticas que practica o en el tipo de gobierno, sino que se trata de algo intrínseco al país: la fe en unas libertades concedidas por Dios, la fe en el libre mercado y la certeza de que las verdades de los Padres Fundadores siguen vigentes. No les gusta y así todos sus esfuerzos se dirigen a cambiar eso que no les gusta.

Como ejemplo de esa voluntad transformadora, Sarah menciona el caso de un ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos que alguien le advirtió que se estaba vendiendo con una etiqueta en la contraportada que rezaba:

Este libro es producto de su tiempo y no refleja los mismos valores que si hubiera sido escrito hoy. Los padres pueden desear discutir con sus hijos la manera como los puntos de vista sobre la raza, el género, la sexualidad, la etnicidad y las relaciones interpersonales han cambiado desde que el libro fue escrito antes de permitirles leer esta obra clásica.

A Sarah le sulfuró cuando lo leyó puesto que si alguien piensa que las ideas de gobierno limitado y de libertad personal son peligrosas y están fuera de su tiempo, apaga y vámonos. Sin embargo, es precisamente a esos valores a los que se “aferran” (y Sarah utiliza expresamente esta palabra recordando otra ocasión en que ya fue utilizada) los estadounidenses y por ello no desean una transformación fundamental de su país. De hecho, quién necesita esa transformación es el gobierno y su manera de ver las cosas, que ellos sí que están demodé.

Pero es que lo que realmente preocupa a los estadounidenses hoy en día no es sólo la economía (por mucho que se empeñen algunos, hay más cosas que preocupan a la gente, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo). Así, les preocupan sus familias y el hecho de que el papel de los padres y las madres no está siendo reconocido como debería serlo. Les preocupa que no se esté protegiendo la inocencia y la seguridad de sus hijos. Les preocupa que las oportunidades de futuro de estos niños estén siendo echadas a perder por el gobierno de hoy, tan corto de vista que es incapaz de ver más allá de su propio provecho. Les preocupa que las leyes no estén siendo aplicadas de igual manera  a todos. Les preocupa que el gobierno y las grandes empresas estén en perfecta sintonía y de acuerdo en apartar al pequeño emprendedor de su camino. Les preocupa que la antaño búsqueda de la libertad de religión se haya convertido actualmente en una búsqueda de la libertad de cualquier religión. Y les preocupa que sus líderes ya no crean en la excepcionalidad de los Estados Unidos y en que estos ya no sean “la última mejor esperanza de la Tierra”, tal y como dijo Abraham Lincoln. Ciertamente, los Estados Unidos no han tenido siempre razón, pero tampoco han estado siempre equivocados.

De acuerdo con todas esas preocupaciones, Sarah reconoce que de todos los temas de los que suele hablar cuando viaja por los Estados Unidos, ya sea sobre la irresponsabilidad fiscal de Washington, la independencia energética, su familia, etc., la que más entusiasmo despierta siempre es la Constitución. Y cree saber por qué. Pues porque en tiempos de incertidumbre, la gente se vuelve hacia esos fundamentos (la Declaración de Independencia, la Constitución, la Declaración de Derechos) que todos ellos han estudiado en la escuela, ese terreno firme y seguro, y que en su momento crearon una nación. De hecho, tal y como nos cuenta Sarah, en los actos públicos del Tea Party, las copias de la Constitución corren de mano en mano. Cada uno puede tener una preocupación en concreto, pero en lo que todos coinciden es en ser partidarios de la Constitución.

La primera lectura que nos ofrece Sarah es la de un fragmento de un discurso pronunciado en 1926 por el presidente Calvin Coolidge en el que reconocía que por muy conflictiva que fuera la vida política de los Estados Unidos, cualquier estadounidense podía encontrar consuelo releyendo la Declaración de Independencia y la Constitución y sabiendo que esas dos grandes obras constituyen todavía los cimientos de la nación y que, en consecuencia, siempre tendrá garantizada una adecuada defensa y protección de sus derechos.

Es por ello que Sarah se confiesa profundamente constitucionalista y cree que sus preceptos no están en absoluto pasados de moda, sino todo lo contrario. Un nuevo fragmento del discurso de otro ex presidente estadounidense, esta vez de Ronald Reagan, lo remacha cuando éste nos recuerda que la libertad está siempre cerca de su extinción a menos que se esté dispuesto a luchar por ella y que ninguno de nuestros hijos la tiene garantizada a menos que nosotros la defendamos para ellos para que ellos a su vez la defiendan para sus propios hijos.

Y es que uno de los peores temores de Sarah estriba en que pueda llegar el día en que su nieto Tripp sólo pueda saber que los Estados Unidos fueron una vez libres porque se lo cuenten Todd y ella. Es por ello que concibió el proyecto de escribir un libro en el que pudiera expresar cuál es su idea de lo que son los Estados Unidos y qué es lo que los ha hecho grandes: la fortaleza de sus familias, la fe en Dios, el carácter de sus habitantes. Y para que los Estados Unidos no vean perecer su libertad necesitan ser un país con un ejército fuerte, un mercado libre y un sano orden constitucional, pero también ser un país donde los niños aprendan a reverenciar las ideas, los ideales y las tradiciones que constituyen su esencia.

¡Ah, qué gusto haber vuelto! Me siento como ése anuncio del turrón de «vuelve a casa por Navidad». Y qué ganas tengo de escribir… Seguiremos con el resumen de America by Heart. Búsquen un ratito para leerme durante estas fiestas, ¿quieren? Que Dios les bendiga a todos.


America by Heart. El mejor libro de Sarah Palin… hasta que salga el próximo

20/12/2010

 

Sí, sí, palabra de Palin. Les prometí que volvería para hablarles sobre el último libro de Sarah y aquí estoy. Y es que nunca es tarde si la dicha es buena. Parece que lo de mi dichoso cambio de trabajo ha quedado por fin encauzado y que ya sólo es cuestión de tiempo y de paciencia. Todo llega en esta vida o como dice un amigo mío que es muy sentencioso: “A cada cerdo le llega su San Martín”. Ya estoy más tranquilo (o menos histérico, como ustedes prefieran) y como quiera que el año casi ha terminado y no puede ser que lo acabe de tan mala manera, dejándoles a todos ustedes, mis mejores amigos, con la duda de si voy a volver a escribir o no, les anuncio que desde ahora mismo reemprendo mis obligaciones como bloguista palinista feroz. Además, el año que viene va a ser muy especial para todos nosotros, sobre todo si Sarah finalmente decide darnos esa inmensa alegría que todos estamos esperando como agua de mayo y anuncia su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Porque entonces convendría que el día que eso suceda que no nos coja desentrenados; especialmente a mí que soy el que le da a la tecla. O sea, lo dicho: he vuelto. ¡Tiembla, Obama!

Cuando salió publicado Going Rogue, me pareció que podría ser de lo más interesante el publicar un resumen del libro para que todos aquellos lectores que no dominan el inglés (siquiera para leerlo), pero que aman a Sarah Palin tanto como yo, tuvieran la posibilidad de saber de qué iba el libro y qué nos contaba. Fueron unas cuantas entradas las que me llevó el dar cumplida cuenta de mi intención (una por capítulo, si no recuerdo mal) y reconozco que me causó mucho placer el poder hacerlo, sabiendo que habría tanta gente que lo apreciaría. Además, así tenía la posibilidad de leérmelo otra vez.

Con America by Heart, mi intención es la misma. Voy a aprovechar estas semanas navideñas para regalarles un resumen capítulo a capítulo, así voy cogiendo fuerzas para reemprender mis tareas en el blog que, a fuerza de no haber escrito nada desde hace tanto tiempo, me siento de lo más raro ahora mismo. Pero antes de meternos de lleno en ello, me gustaría aprovechar esta primera entrada para comentarles lo que me ha parecido el libro, así en general.

Lo primero de todo, decirles que America by Heart, en mi opinión, es un libro que se aprecia mejor cuando se ha leído antes Going Rogue. Con esto no quiero decir que se trate de una segunda parte de éste. Son dos obras independientes y  ambas se pueden leer perfectamente por separado. Pero lo que salta a la vista inmediatamente es que ambas obras se complementan porque ambas comparten un mismo tema y ése es el de darnos a conocer lo más íntimamente posible que se pueda sin llegar a tratarla habitualmente a una mujer que, por azares de la vida, se ha convertido en la gran esperanza de muchos millones de estadounidenses que están hartos de verse acosados por el mero hecho de sentirse estadounidenses y estar orgullosos de serlo.

Hay quien opina que si Sarah Palin quiere resultar creíble en su (supuesto) afán por ser la próxima presidenta de los Estados Unidos, debería presentar cuanto antes su programa electoral y defenderlo contra los programas de sus rivales. Craso error cuando, para empezar, nadie sabe todavía quiénes son esos rivales (hasta ahora sólo Romney y Huckabee han anunciado su intención de presentarse a las primarias republicanas y de ellos dos tengo mis dudas de que Huckabee acabe presentándose finalmente) y, en consecuencia, la cuestión de un programa electoral es secundaria sobre todo a dos años vista de las elecciones presidenciales y a un año de las primarias de Iowa, las primeras de todas. ¿Qué problemas tendrán los Estados Unidos entonces? ¿Cuáles serán sus desafíos concretos? ¿Vale la pena comprometerse en un asunto que a lo mejor dentro de un año está más que resuelto y que sólo puede servir para poner en evidencia a un candidato que ha propuesto una solución que luego se ha demostrado como mínimo innecesaria (si es que no errónea) porque la que ha funcionado ha sido otra? No, en mi opinión Sarah Palin no debe preocuparse en absoluto por su programa electoral, sino por hacer oposición y salir al quite de todas y cada una de las trapacerías que va cometiendo Obama para que sea él quien se ponga en evidencia, como ya está haciendo y con un más que notable éxito.

Lo que sucede es que una cosa es presentar un programa electoral y otra distinta es presentar a un candidato. Y lo que Sarah Palin sí que está haciendo es presentándose ella misma y haciéndolo con sus propias palabras. Y esto es algo que tenía que hacer quieras o no después de la feroz campaña de acoso y derribo a la que fue sometida durante la pasada campaña electoral de 2008 y, posteriormente, a su vuelta a Alaska. Durante todo ese tiempo, los medios de comunicación (o de confusión, más bien) se volcaron en la fabricación de una Sarah Palin tinafeynizada que, desgraciadamente para ella, acabó calando entre el público y suplantando al original. Su primera misión una vez que dimitió como gobernadora de Alaska era “matar” esa caricatura suya y a fe que lo está logrando. Es cierto que nunca lo conseguirá del todo porque siempre habrá quien pretenda que es más tonta que el mecanismo de un chupete, pero lo que sí que puede lograr es que cada vez menos gente se lo crea y que se acabe convirtiendo en un chiste sin gracia del que sólo se ríen unos pocos freakies, unos tipos tan obtusamente empeñados en negar la evidencia que no hay más remedio que dejarlos por imposibles. Sólo eso ya sería todo un éxito y poco a poco parece que lo va logrando.

Con Going Rogue, Sarah Palin nos contó su vida. Con America by Heart ahonda aún más y nos habla sobre cuáles son los fundamentos sobre los que se asienta su manera de ser y de ver las cosas; sus más íntimas creencias, aquéllas que nunca nadie logrará cambiar porque no están sujetas a discusión alguna. Going Rogue nos hablaba de lo que había hecho en la vida; America by Heart nos revela porqué ha hecho lo que ha hecho y cuando uno termina de leerlo, se da cuenta de que conoce mucho mejor a esa mujer que a otras personas incluso de su propia familia. Porque, ¿cuántas veces alguien se ha sincerado con nosotros de tal manera que nos ha revelado lo que siente y piensa en lo más íntimo de su ser? Pocas veces. Pues ésta es una de ellas.

Así, Sarah da un paso más en su tarea de acabar de una vez por todas con esa impostora que le persigue desde hace ya demasiado tiempo y que, gracias a Dios, cada vez es una imagen más desvaída y fantasmal, tanto que casi ya no puede distinguirse del paisaje. Y de esta manera también, Sarah nos descubre los motivos por los que podemos confiar en ella si es que finalmente llegamos a la conclusión de que la queremos como la próxima presidenta de los Estados Unidos. Unos motivos que no tienen nada que ver con cuál es su opinión sobre el papel de la Reserva Federal y si tiene previsto suprimirla o no, qué piensa hacer con respecto al programa nuclear iraní, norcoreano o de dónde sea, o si va a aumentar el presupuesto federal para subvencionar los ecocombustibles. Todo eso no son más que detalles que, cuando conoces bien a Sarah, sabes que tanto da que te lo diga ahora o más tarde porque su decisión estará basada en sus principios y esos bien que los conocemos, los compartimos y con ello ya tenemos suficiente.

America by Heart es más corto que Going Rogue. Tiene 272 páginas y se lee de un tirón. Basta con una noche de invierno de esas tan frías en las que se agradece estar en la cama calentito. Sarah escribe bien porque va al grano y sabe (virtud suprema en un gobernante) distinguir lo importante de lo accesorio. Su prosa es ágil y concisa y deja siempre con ganas de leer más, lo cual es receta infalible para el éxito de un libro. ¡Ah, y su dedicatoria es su primer acierto!:

Para Trig.
Estoy contenta de que estés aquí

El libro se compone de una introducción, nueve capítulos y una conclusión. Son capítulos que, tal y como el mismo título avanza, hablan sobre la familia, la fe y la bandera estadounidense, todos ellos temas tabú para el progre de hoy en día, cada vez más reducido a la impotencia en todos los sentidos, tanto intelectual como moralmente. Sarah habla sobre todo ello y lo hace extensamente y con orgullo, dándonos la receta para hacer frente a la silenciosa oscuridad reinante en nuestro tiempo de lo “políticamente correcto“; con la luz de la verdad, el trueno de la palabra y el relámpago de la fe.

Reconozco que el libro me ha sorprendido en su concepción porque me lo imaginaba de otra manera. Y es que cuando me llegaron las primeras noticias sobre él, me imaginé una especie de colección de lecturas seleccionadas, algo así como esos irritantes capítulos que siempre salen en nuestras series favoritas que están hechos con retazos de capítulos anteriores y un mínimo argumento que los hilvane con más o menos gracia. Afortunadamente, no es el caso de America by Heart. Es cierto que Sarah nos relaciona algunas de las que son sus lecturas favoritas, pero en el libro es mucho más lo que cuenta sobre sí misma que las propias lecturas, que no pasan de ser un apoyo documental con el que sostener su opinión. Además, no son lecturas habituales (yo, personalmente, no tenía noticia de prácticamente ninguna de ellas) y resultan de lo más sorprendentes. Y tampoco se trata de clásicos, sino de escritos actuales entre cuyos autores podemos encontrar a Martin Luther King, jr, John Ford, Margaret Thatcher, Emiliy Dickinson, selecciones del Reader’s Digest y… ¡Mitt Romney! Sí, se lo juro, Mitt Romney. Y es cierto que se trata de un escrito suyo que merece ser enmarcado y puesto como ejemplo para generaciones venideras. Cuando recibí el libro y lo estuve hojeando ansiosamente, casi me caigo de espaldas al comprobar que en la lista de agradecimientos salía el nombre del tipo ese. Ya ven, tal vez sea cierto eso de que la sabiduría puede estar donde menos te la esperes.

En definitiva, que tal y como irán viendo a lo largo de las próximas semanas, Sarah se ha esforzado en darnos todas las razones por las cuales podemos confiar en ella. ¡Como si las necesitáramos! Yo no al menos porque desde aquella lejana noche de septiembre en Saint Paul (Minnesota), durante la convención republicana, yo ya confié en ella. Pero aún así, ella quiere que lo sepamos todo para que nunca alberguemos la duda de si no nos habremos dejado llevar demasiado por nuestros sentimientos. Y ahora, después de leer Going Rogue, después de leer America by Heart, les puedo confesar que no la tengo y, parafraseando a la propia Sarah, le diría que yo también estoy contento de que ella esté aquí.

 

Que Dios les bendiga a todos. Gracias por su paciencia conmigo.

 


Telegrama desde el frente (laboral)

04/12/2010

 

Saludos a todos. STOP. Sigo vivo. STOP. Todavía no he conseguido cambiar de trabajo. STOP. Me lo están poniendo difícil, los malditos. STOP. No es extraño; son socialistas y saben que no soy de los suyos. STOP. ¿Venganza? STOP. Igual sí, pero no me importa. STOP. No podrán conmigo. STOP. Soy indomable. STOP. Una buena noticia: ya tengo America by Heart. STOP. Ya me he leído la mitad. STOP. ¡Es buenísimo! STOP. Me gusta casi más que Going Rogue. STOP. Los dos se complementan perfectamente. STOP. No duden que publicaré un resumen para todos ustedes en el blog, igual que ya hice con Going Rogue. STOP.  Tal vez la semana que viene empiece. STOP. Mi vuelta está cantada: será pronto. STOP. ¿Y el libro? Va viento en popa. STOP. Ya he empezado a redactar la versión definitiva. STOP. Lástima que no sepa escribir tan bien como nuestra querida Sarah. STOP. Por cierto, ¿han visto lo bien que baila Bristol Palin? STOP. Imagínense un (Bristol) Palin 2030. STOP. Y Piper en 2040. STOP. Un abrazo muy fuerte a todos.