Los Estados Unidos son excepcionales… y el Tea Party también

04/01/2011

 

Es cierto que les había prometido que no iba a tratar de política nacional, o sea la española, en este blog. Bastante tiene uno con sufrirla a diario como para encima dedicar su escaso tiempo libre a hablar sobre ella. Sin embargo, ahora que las elecciones del midterm en los Estados Unidos han concluido y Sarah Palin y el Tea Party han sido reconocidos como sus grandes vencedores, por más que Palin no se presentase a ningún cargo y el Tea Party haya cosechado tantas victorias como derrotas, me gustaría compartir con todos ustedes algunas reflexiones sobre una cuestión que he visto tratada ocasionalmente por ahí, en algún medio de comunicación: ¿podría darse un Tea Party aquí en España? Es cierto que la idea es demasiado tentadora como para descartarla, pero mucho me temo que eso es lo que deberíamos hacer todos porque mi opinión es que no hay ninguna posibilidad de que eso suceda. Toda sociedad tiene un momento en el que se juega definitivamente su futuro y si lo deja pasar, tal y como lo hicimos nosotros, no tiene una segunda oportunidad nunca más. Y para nosotros, esa oportunidad se fue con los dos mandatos del presidente Aznar, quien algún día tendrá que responder ante la Historia por ello. Y la Historia tal vez le perdone, que cosas peores se han visto, pero yo no.

Nuestra democracia nació torcida. Suárez estropeó completamente lo que hubiera podido ser una magnífica transición y el Rey, siempre tan echao p’alante él, fue incapaz de corregir el rumbo cuando autorizó al entonces CESID a que montara el golpe de timón que iba a ser el 23-F, un auténtico tiro por la culata. El resultado de todo ello lo tenemos a la vista: Ex-paña.

Tras el más culpable, Suárez, llegó González y la constatación fehaciente de una realidad: 1) Que todos los socialistas son unos ladrones; 2). Que todos los socialistas son unos mentirosos; y 3) Que todos los socialistas odian a España. Aún así bastante costó echarlo del poder, aunque se fue bien forrado. La llegada de Aznar a La Moncloa supuso un soplo de aire fresco, pero Arriola bien que se preocupó de que no ganara las elecciones por mayoría absoluta. (¿Recuerdan aquel primer debate que ganó rotundamente Aznar y que nos entusiasmó a todos? ¿Y recuerdan aquel segundo debate que nos devolvió a las simas de la depresión? Pues eso). Por suerte, ni siquiera Arriola pudo evitar que Aznar fuera reelegido y que lo hiciera por mayoría absoluta, dándonos a todos la esperanza de que por fin pudiera ponerse manos a la obra y regenerar España antes de que fuera demasiado tarde. Pero si alguien se esperaba eso, aviado estaba. El segundo mandato de Aznar constituyó la mayor decepción de todas. Pudo hacerlo todo y no hizo nada. Pudo evitar lo que estaba por venir y el tío se echó a dormir. Y por el camino, se había cargado a Alejo Vidal-Quadras, el iniciador de lo que más cerca estuvo de ser un movimiento Tea Party en España (y encima en Cataluña, por si fuera poco). Y para acabar de redondearlo, nos legó como heredero a Rajoy. ¡Maldita sea su estampa!

Es cierto que Aznar hizo cosas bien: luchó firmemente contra la putaETA, saneó las finanzas públicas, reorientó nuestra política exterior hacia los Estados Unidos y el Reino Unido y mandó a tomar por saco a Francia y a Marruecos, puso al Partido Popular en la senda de ser lo que realmente hace falta en este país: un partido conservador consciente de que lo eso y orgulloso de serlo… Hizo todo eso bien, pero se olvidó de hacer muchas más cosas como acabar de una vez por todas con la politización de la Justicia, acotar el desaforado poder de los nacionalismos y depurar las fuerzas de seguridad, así como los servicios de inteligencia, de la mafia socialista enquistada en ellas y convertirlas verdaderamente en unas fuerzas de seguridad nacionales y no en unas fuerzas de seguridad partidistas como lo eran entonces y lo siguen siendo ahora. Es por todo eso que considerando a Aznar como el presidente del Gobierno menos malo de la reciente historia de España, no puedo considerarlo como uno bueno. Y es que a pesar de todo, siguió siendo un gobernante miope más pendiente de ganar las próximas elecciones que de asegurar el futuro de la próxima generación. Ahora Aznar está más chulo que un ocho y viaja por todo el mundo en plan tope-estadista-Churchill-era-un-pringao-a-mi-lado. Pues muy bien. Que lo disfrute él que puede porque nosotros, en cambio, no tenemos nada que disfrutar.

El caso es que después del 11-M, se hizo evidente que existía un plan urdido en las cloacas del Estado para refundar España ahora sí como Ex-paña. Llámenme conspiranóico, pero a la vista está. Algunos pensamos ingenuamente que Rajoy iba a hacer honor a su compromiso y lucharía por nosotros. ¡Ja, ja, ja! ¡El pobre tipo ese! Se cree la sal de la tierra y no es más que un tarugo (de pino gallego). Los años que fueron de 2004 a 2008, España vivió una movilización sin precedentes. Medio país se lanzó a la calle y llenó una y otra vez Madrid, metiendo el miedo en el cuerpo a esos de las cloacas que no podían dejar de preguntarse si no se habrían equivocado y España no estaría todavía muerta… No, no lo estaba. Todavía. Ya se las arregló el cacho tarugo (de pino gallego) para perder las elecciones, imagino que siguiendo instrucciones, y luego, tras su asombroso viaje a México (que yo creo que no fue a México sino que tenía una cita en algún otro sitio), regresar convertido en el único español convencido de que él iba a ser el próximo presidente del gobierno. Me imagino también que alguien con poder para hacerlo le hizo una promesa en nombre de alguien con poder para prometer. La contrapartida: que no se saliera del guión y que asumiera que España ya no existía y que a todos nos iría mejor con Ex-paña, sobre todo a él. Y así andamos. Zapatero ha abierto el camino, pero será Rajoy quien lo concluya. Si alguien se imagina que Rajoy va a deshacer ni una sola de las medidas tomadas hasta ahora por Zapatero, mejor que se haga guionista de cine porque con esa imaginación podría llegar fácilmente a estrella de Hollywood. De hecho, mi creencia firme es que con Rajoy en el gobierno, los conservadores como yo las vamos a pasar canutas. Prepárense porque ya saben aquello de que no hay peor cuña que la de la propia madera (no es que pretenda que Rajoy sea conservador, puesto que bien que nos echó a todos del PP en aquel infecto congreso de Bulgaria capital Valencia, ¿recuerdan? Pues yo le hice caso y me fui. Veinte años seguidos votando al PP y ni un día más. Desde entonces, mi voto me lo guardo. ¡Muera el PP!). Pues eso. Yo, por si acaso, ya tuve buen cuidado de buscarme un servidor extranjero para que albergara mi blog. No es que yo moleste mucho al poder, Dios me libre del pecado de la vana arrogancia, pero sí que estoy convencido de que si algún día me piratean el blog, será con Rajoy en la poltrona.

Y, sin embargo, hay tanta gente en España dispuesta a luchar. Los años que fueron de 2004 a 2008 me vieron a mí embarcado en varias iniciativas de la llamada “sociedad civil”. No llegaron a buen puerto y fue a raíz de ello que empecé a plantearme la necesidad de actuar siquiera individualmente a la vista de que colectivamente no había nada que hacer. De esa reflexión surgió “Conservador en Alaska”, que cubría un flanco que me pareció oportuno dar a conocer: Sarah Palin y los Estados Unidos. Y de momento ahí sigo. Y cada día más satisfecho. Y con muchos lectores (que Dios les bendiga). El caso es que conocí a mucha gente durante esos años y era gente estupenda, con conocimientos, con opinión propia, con voluntad de trabajar, con espíritu de sacrificio y con ganas de hacer cosas. Gente con la que sería de lo más sencillo levantar un Tea Party en España. Porque gente la hay. En eso los estadounidenses no son tan excepcionales. Gracias a Dios, las buenas personas están bastante bien repartidas por todo el mundo. Sin embargo, en lo que sí que son excepcionales los estadounidenses es en el hecho de tomarse muy en serio su libertad y no estar dispuestos a consentir que nadie se la arrebate y en que su sistema político refleja esa ansia de libertad al permitir que cualquier persona pueda optar a un cargo público sin tener que preocuparse de lo que piensen los mandamases de los partidos políticos. Dos cosas que en España ya no se estilan y que en Ex-paña ni siquiera entenderán de qué les hablan.

Con una historia falseada de arriba abajo que pretende que la Guerra Civil de 1936-1939 se libró entre demócratas y fascistas y no entre revolucionarios comunistas y contrarrevolucionarios anticomunistas, ¿qué se puede hacer para recuperar la verdad y reconocer que fue la evolución natural del franquismo lo que nos trajo la democracia? Nada. Partiendo de ese punto de vista, cualquier debate político está viciado de origen. Ser conservador, está peor considerado que ser pederasta. Ser creyente, sobre todo si es católico, casi una aberración. Y ser patriota, sólo si es español, una provocación. La mordaza impera y todos los medios de comunicación se han plegado voluntariamente a ella. Incluso la COPE. Quedan los medios de comunicación de la “galaxia de Federico”, que digo yo, pero tienen poco alcance. Y en cuanto a El Mundo, es curioso que un periódico de izquierdas sea tan leído por la gente de derechas.  Yo no lo leo, por descontado, harto como estoy de que insulten a Sarah Palin. Al cuerno con Pedro Jota, que es otro como todos, pero más chulo si cabe.

Con un sistema político putrefacto en el que la democracia ha dejado paso a una oligarquía basada en las cúpulas de los distintos partidos políticos, que controlan todo el poder y que han devenido una casta que si bien fingen que se pelean entre ellos de vez en cuando para distraer al personal, pero que a la hora de la verdad arriman el hombro para seguir gozando de todos los privilegios a costa de los de siempre, ¿qué se puede hacer para renovar el ambiente y evitar que la política siga siendo un coto cerrado de caza y eso tan bonito de “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” sea conocido siquiera por una sola vez en este país? Nada. Las cosas han llegado demasiado lejos; el poder se ha blindado de tal manera que hasta la oposición es “oficial”. En Ex-paña ya sólo existen dos partidos y ambos son socialistas; unos más, el PSOE, y otros menos, el PP, pero ambos son devotos del estatismo más desenfrenado y de arruinar la vida a los pobres para poder medrar ellos como han hecho siempre. Hubo un tiempo, un pequeño tiempo, en que pareció que el PP iba a romper la baraja, pero bien se ha ocupado Rajoy de evitar que eso suceda, seguramente como parte de su traición a España. ¡Pobre Rajoy, tan alto él y tan minúsculo en realidad! Compadézcanlo porque en el fondo no es más que un mandado. Si no fuera un ignorante, quizás le convendría recordar aquello de “Roma no paga traidores”. Pero claro, él mira al futuro y olvida el pasado. En consecuencia, no puede aprender nada del pasado, que es lo que enseña. Pero era antes que la Historia era madre de la vida; ahora sólo es un rollo y no algo que “de verdad importa a los españoles”. Será a él, que a mí sí que me importa, so lerdo.

Con una ciudadanía que, salvo en una honrosa parte, ha renunciado a defender sus libertades a cambio de que les concedan una subvención, una prestación por desempleo o un PER, ¿qué se puede hacer para movilizar a toda esa gente y llevarla a llenar calles y ciudades, rodear las casas de los políticos, apedrear sus ventanas y obligarles a salir del país sin más que lo puesto? Nada. Algunos pueblos nacen libres, como el de los Estados Unidos y tienen derecho a poseer y llevar armas, mientras que otros, como el nuestro, parecen condenados a la esclavitud, castrados de toda hombría que les lleve un día a dar un puñetazo en la mesa y decir que hasta aquí hemos llegado y que nadie va a jugar con el pan de mis hijos. No toda España es así, lo reconozco. Hay muchos que merecerían ser estadounidenses en este mi desgraciado país, pero son ya una minoría y la mayoría, los cobardes, los vendidos, los miserables, están dispuestos a marginarlos, a escupirles por la calle y hasta a golpearles (lo he visto personalmente) con tal de que nadie les ponga un espejo ante la cara y les obligue a contemplarse en él y ver así su propia y lamentable figura.

Es por todo ello que, con todo mi pesar, creo que nunca habrá un Tea Party en España. La podredumbre del sistema está demasiado avanzada para ello. En los Estados Unidos, el Tea Party devolver el gobierno al lado del pueblo, corregir su rumbo, y, para ello, cuenta con el propio sistema que no está en absoluto en crisis y que sustenta esa voluntad de rectificación. En España, en cambio el propio sistema es su pecado. La Constitución está viciada de origen y nada que no fuera luchar por unas nuevas Cortes Constituyentes que elaboraran una nueva Carta Magna, ahora sí sin complejos ni manías ni trapicheos en los pasillos, serviría. Ya no es cuestión de personalidades, sino de la propia estructura que se hunde en una oligarquía asfixiante que acabará convirtiendo España en lo que Stalin siempre predijo: España será el segundo país del mundo donde triunfará el comunismo. Y sí, lo será. Seremos una República Democrática Popular, sin el nombre, pero con todos los demás atributos. Y no habrá hecho falta para ello que el Ejército Rojo nos invada ni que una guerrilla triunfante nos lo imponga. Lo habremos hecho nosotros solitos; votando por la esclavitud a sabiendas de lo que hacíamos. Y tal vez nos lo hayamos merecido porque cuando un pueblo renuncia a luchar por su libertad es que ya es esclavo.

Y, sin embargo, algunos seguiremos luchando porque la Historia nunca está completamente escrita y quién sabe lo que puede pasar. Los sucesos extraordinarios acaecen. Los hombres excepcionales surgen y encuentran su ocasión. Y sólo Dios sabe lo que será de nosotros. Por mi parte, a pesar de todo mi pesimismo, a pesar de que veo el futuro negro negrísimo, «Conservador en Alaska» seguirá publicándose mientras yo pueda y ustedes quieran leerme. No cejaré en mi empeño, se lo prometo. Mi causa es la misma causa de Sarah Palin y de todos ustedes: la libertad. Tal vez sea una causa perdida, pero ¿no son acaso estas las únicas por las que merece la pena luchar?

Que Dios nos ayude a todos.

 

¡Jo, qué rollo les he soltado hoy! No sé porqué lo he hecho. Tal vez sea el año nuevo, tal vez esté más melancólico que de costumbre, tal vez me haya cabreado lo de Cascos… De cualquier forma, les pido perdón y prometo no volver a hacerlo más. El próximo día, America by Heart. Prometido.


EN ESPAÑA, ¿A QUIÉN LE IMPORTA SARAH PALIN?

22/09/2009

 

Por una vez, el título de esta entrada no es un recurso literario sino que se trata de una pregunta que me han hecho hace poco. Y es una pregunta que hasta ahora no había tenido que plantearme realmente porque la mayoría de mis lectores proceden de la comunidad hispanoparlante de Estados Unidos, gente que tiene todos los motivos para interesarse por quien algún día, Dios mediante, se convertirá en su presidente. Sin embargo, la reciente publicación de un artículo mío (ver aquí) en el suplemento de Exteriores de Libertad Digital, ha provocado que el interés por mi blog entre mis compatriotas haya subido como la espuma y uno de ellos, con la mejor de sus intenciones, me ha hecho esta pregunta. Y estoy presto a responderle.

Imagínense esta noticia en su periódico habitual: “Sarah Palin y su marido visitan España. Miles de personas les reciben entusiasmados a su llegada al aeropuerto a pesar del frío reinante”. Sueño con eso. Por supuesto, yo sería uno de los más entusiastas y ya podría llover, nevar o caer chuzos de punta que ahí estaría gritando “Sarah, Sarah, Sarah”. ¡Y tirándole una bola de nieve (con una piedra dentro) al alcalde de turno que pretendiera hacerse una foto a su lado cuando seguro que no es más que un maldito politicastro de los que se han reído mil veces de ella!

Sobre mi despertar político, creo que ya está todo dicho. Los habituales de este blog lo conocen de sobras porque lo han leído en la página etiquetada como “Autor”. Los que no lo hayan hecho, tal vez sería mejor que lo leyeran primero y luego volviesen a esta entrada. El caso es que a raíz de ese despertar y de las mil y una preguntas que empezaron a rondarme por la cabeza y que debía encontrar como fuera la manera de responder acabé comprendiendo que, por mucho que pretendan algunos, España no es una auténtica democracia, sino lo que yo denomino una “democracia de papeleta”, o sea, un timo. Una falsa democracia que lo único que tiene de eso es el ritual del día de las elecciones, ya sean locales, regionales o nacionales. En España, para desgracia nuestra, no existe la discusión política, una verdadera discusión en la que se propongan diversas alternativas de gobierno, se valoren sus pros y sus contras y los españoles podamos escoger libremente entre una y otra. Y no existe porque la única ideología que se tolera es la del estatismo rapaz, un estatismo tan desenfrenado que cada uno de nosotros cuenta con un estado nacional, su respectivo pseudoestado regional y en muchos casos hasta otro pseudoestado local, lo cual ya es el colmo del estatismo: un estatismo elevado al cubo. O sea, tres administraciones públicas a las que sostener con nuestros impuestos. Tres clases políticas a las que mantener en la riqueza. Tres amos a los que obedecer. Y lo que es peor, no existe manera de romper ese corsé que nos oprime porque está todo atado y bien atado, que diría aquél. Tan atado que hasta alguno de esos politicastros que nos engañan a diario se arroga el derecho a decidir qué es lo que nos importa y qué es lo que no.

En consecuencia, esa “democracia de papeleta” resulta ser una vulgar oligarquía en la que la clase dirigente es una clase política, la misma clase sea cuál sea el partido político al que digan pertenecer, enquistada como un parásito en el organigrama y los presupuestos del Estado. El Estado nos gobierna absolutamente y el ciudadano, desesperado al ver que no puede librarse de sus garras, acaba pensando que cuánta razón tenían sus padres cuando le aconsejaban que no se metiera en política.

Lo malo es que quienes no hicieron caso a sus padres y sí que se metieron en política tras la muerte de Franco en 1975 han acabado siendo la generación más mentirosa de la historia de España, una generación de ambiciosos que clamaban pidiendo libertad por todas partes y al final lo único que nos trajeron fueron unos nuevos amos: ellos. Porque una de las esencias del poder, aquí y en todas partes, es el miedo cerval que siente a que los ciudadanos puedan tomar sus propias decisiones sin contar antes con su beneplácito. En 1975, conscientes de que ya no podían continuar como llevaban haciéndolo desde hacía cuarenta años, la vieja elite política se retiró de la escena pública, dio paso a la nueva elite que llegaba ansiosa y “con mejor prensa” y ambas compartieron el verdadero poder que la vieja elite nunca cedió del todo y que la nueva pronto descubrió que es el que realmente importa: el económico.

¿Y el pueblo? Como siempre, el pueblo debía seguir estando a lo que le mandasen. Nunca fue más cierto que en la España de 1975 aquello que escribió Lampedusa en su obra El Gatopardo cuando decía que todo debía cambiar para que nada cambiara. Hoy igual que antes, el pueblo no cuenta para nada a la hora de decidir sus propios destinos. Y lo peor es que lo sabe y lo acepta y su única aspiración ya es que los que gobiernan le tiren alguna migaja del pastel que se están comiendo a ver si le da para sobrevivir y si para ello hay que levantar el puño, se levanta. Total, sus padres tuvieron que pasar por lo mismo y levantar el brazo. En la práctica, el gesto es el mismo. Perverso sistema que ha sabido pasar de un autoritarismo de derechas a otro de izquierdas sin el más mínimo rubor.

¿Y qué pinta Sarah Palin en todo esto? Pues pinta y mucho. Y pinta no porque sea Sarah Palin sino por lo que ella representa: ni más ni menos que el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Repítanselo a uno de los miembros de nuestra clase política y no tardarán ni diez segundos en verlo caer redondo al suelo y morirse rabioso echando espumarajos por la boca. Un exorcismo muy eficaz. Téngalo siempre a mano, por si acaso.

Sarah Palin es una estadounidense normal y corriente. Tan normal y corriente que asusta y es por eso que sus adversarios la temen de esa manera: porque no es una hipócrita y no pretende ser lo que no es, la primera regla para poder aspirar a incorporarse algún día a la elite dirigente. Los hipócritas tienen mucho que ocultar y una persona así puede ser fácilmente controlada ya que tiene una debilidad y la elite que nos dirige vive de las debilidades de sus miembros, el mejor remedio para estar seguros de que no van a poner nunca en cuestión el sistema. Desgraciadamente para ellos, Sarah no tiene ninguna debilidad y eso la convierte en invulnerable: su vida es sencilla, no tiene nada que esconder y su única ambición es la de creer que puede hacer algo por mejorar las vidas de sus compatriotas, mientras que su fe la pone a salvo de la amargura de sentirse fracasada si no lo consigue, que es cuando más de uno se siente entonces tentado a vender su alma al Diablo. Si Dios quiere que Sarah sea presidente de Estados Unidos, lo será, con independencia de calumnias, encuestas y la opinión de Charles Krauthammer. Y ella lo sabe y lo asume. Y ésa es su fuerza.

¿Y de dónde ha sacado esa fuerza? De sus padres y de su familia. Justamente del mismo sitio donde deberíamos haberla sacado nosotros. Criada junto a tres hermanos más, un varón y dos mujeres, Sarah nunca se sintió distinta ni sus padres la trataron de otra manera que al resto de sus hijos. Con un padre profesor de colegio y entrenador deportivo, preocupado tanto por sus notas como por inculcarle la constancia, el esfuerzo y el afán de superación que implica la práctica de cualquier disciplina deportiva, Sarah es consciente de sus limitaciones y de que debe compensar su falta de dotes innatas con un mayor sacrificio. Los deportes son una excelente herramienta para formar el carácter ya que te revelan mejor que nadie tus propias limitaciones y te enseñan a compensarlas. Jugando al baloncesto, Sarah aprendió que un equipo es mucho más que cinco jugadores sueltos, y haciendo carreras de larga distancia, aprendió que la vista debe estar siempre puesta al frente, a marcarse pequeñas metas que le permitieran llegar a la meta final y a superar los inevitables momentos de desfallecimiento que siempre se producen. Si a todo ello le añadimos una sólida formación moral que le hace estar segura de que el Bien y el Mal no sólo existen sino que pueden ser distinguidos sin ninguna duda, ¿cuál puede ser el punto débil de una mujer como ella? Ninguno.

Que Sarah iniciara una carrera política, allá en Wasilla, fue algo que no dejó de sorprender a todos los que la conocían, incluso a su propia familia y a su marido, Todd. Y si lo hizo fue porque pensó que las cosas se estaban haciendo mal en su pueblo y que tocaba arremangarse y no esperar a que algún día llegara otra persona que les sacara las castañas del fuego. Ésa es su principal diferencia con la mayoría de nuestros políticos: que ella llegó al cargo sabiendo perfectamente qué es lo que iba hacer durante su mandato, lo que no suele suceder muy a menudo. Porque para Sarah, un cargo político no es una meta en sí misma sino un medio para llevar a cabo un programa de gobierno aprobado con sus votos por la mayoría de los electores. Y si para llevarlo adelante tenía que enfrentarse con el establishment en Wasilla, en Juneau o en Washington, estaba dispuesta a ello. “Gajes del oficio”, imagino que pensaría cada vez que le pasaba. Es cierto que a raíz de cualquiera de esos enfrentamientos podría haber acabado con su carrera política hecha añicos, pero ella es así: no hay compromiso. Si no puede hacer lo que prometió a los electores que haría, entonces mejor presenta su dimisión y se va a su casa. Sarah no está para fingir que hace cuando no hace y engañar así a quienes han confiado en ella, tal y como nos demostró cuando dimitió de su puesto como gobernadora de Alaska. Sarah está para hacer lo que le han ordenado sus votantes con sus votos que haga. Y el verbo “ordenar” en la frase anterior no es mera retórica porque Sarah realmente cree que son sus votantes quienes la han puesto ahí para que trabaje en su beneficio y que en cualquier momento pueden pedirle cuentas y ella está obligada a demostrarles la bondad de su gestión. Eso es algo que tiene siempre muy presente y que, después de haber visto sus fortalezas personales, constituye su mayor fortaleza política.

No es extraño pues que alguien como ella haya surgido de Alaska que, aún hoy en día, es un lugar donde sobrevivir supone ser capaz de cazar, pescar y hasta de construirte tu propia vivienda. La última frontera vio crecer a la última pionera que, como sus antecesoras, compartía arado y fusil con su marido y los dos juntos levantaban de la nada una granja de maíz y una familia. Asfixiados por su opulencia, ensoberbecidos por sus diplomas de la Ivy League y enamorados de su propia imagen, la elite actual se cree una clase “superior” dotada de manera innata con el derecho a dirigir a las “inferiores” y piensa que Metrópolis (1927) de Fritz Lang es una mala película mientras que sus estúpidos seguidores ni siquiera saben que es una película y, en consecuencia, nunca la han visto.

Y justo cuando esa elite creía que había logrado el premio final: poner a uno de los suyos en la Casa Blanca por mil años, aparece Sarah Palin y pone en duda la idoneidad del “elegido”. ¡Indignante! ¡Cómo se atreve la palurda esa! Y lo peor es que no pueden con ella; pensaban que bastaría con unas cuantas mentiras y otras tantas groserías para que se echara atrás asustada y no ha sido así. Y encima, las adhesiones que despierta son innumerables y hasta en un lugar tan lejano como España hay dos chiflados (Rillot y yo mismo) que pierden encantados su escaso tiempo libre dedicándose a escribir frenéticamente sobre ella cuando podrían estar tan a gusto viendo el fútbol por la tele. Y lo peor de todos estos “palinistas” irritantes es que están tan obsesionados con la palurda esa que no hay manera de razonar con ellos, ni siquiera prometiéndoles panem et circenses, un seguro sanitario que les curará siempre y cuando no enfermen y la certeza de que todo el mundo es bueno y que no hay problema que no se pueda resolver echando un buen discurso y clamando que es peace for our time.

Y es que los que amamos la vida, la libertad y creemos por encima de todo en nuestro derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad, sabemos que cuanto más grande sea el gobierno bajo el que nos encontremos, menos vida, libertad y posibilidades de buscar la felicidad tendremos. Y ésa es la esencia del mensaje de Sarah Palin, el meollo de la cuestión, lo que la hace tan importante para todo el mundo, ya sea en Estados Unidos o en España, y por lo que tantas personas diferentes en tantos lugares distintos la hemos escogido como nuestra abanderada y ella ha accedido a serlo con la ayuda de Dios. Cuando Sarah habla, habla como la voz reconocida de los muchos contra los pocos, de los pequeños contra los grandes, de los pobres contra los ricos y de los que tenemos que trabajar cada día para ganarnos nuestro pan y el de nuestra familia contra los que sólo hablan, hablan y hablan y no dicen nada y aún así necesitan tener un teleprompter al lado para hacerlo. Y que si además les interrumpes porque no te gusta lo que están diciendo te tratan de racista. O de nazi. O de antiamericano.

Es cierto que estoy hablando de Estados Unidos, pero también lo estoy haciendo de España, de mi propio país, porque lo mismo que está pasando en Estados Unidos pasa también en España, pero con una “ventaja” adicional para nosotros porque si bien Estados Unidos tiene detrás de sí una gloriosa tradición de levantarse contra el tirano, España la tiene en cambio de levantarse con el tirano. Y es que nunca una nación estuvo mejor preparada para aceptar no sólo al pulpo como animal de compañía sino a la zorra como guardián de las gallinas. En Estados Unidos, los Tea-Parties, la feroz contestación ciudadana al plan de reforma de la Sanidad y la caída en picado de la popularidad del presidente antes de un año siquiera desde su elección evidencian que los estadounidenses pueden ser engañados una vez, pero que a la larga su sentido común acaba siempre prevaleciendo y que el fondo de patriotismo, laboriosidad y espíritu de sacrificio que les ha distinguido a lo largo de su historia pervive aún y es prácticamente imposible que alguien logre desarraigarlo algún día. España, en cambio, no puede decir lo mismo. Estados Unidos tiene una declaración de independencia que es, no lo olvidemos, una declaración de guerra; España tiene en cambio un “Manifiesto de los Persas” que es, avergoncémonos, una declaración de sumisión y que se repite a cada Constitución que proclamamos, incluida la sobrevalorada y muy perjudicial de 1978.

En un mundo como el actual, nada de lo que pase en Estados Unidos, la primera potencia del mundo, nos puede dejar indiferentes. Su actual presidente es un enamorado de la decadencia europea, la debilidad de sus instituciones políticas y el derrotismo de sus ciudadanos y ansía implantarlos en su país (del cual su esposa, nada desafortunada en la vida y que pocas miserias y sufrimientos ha pasado, no hace mucho que renegaba). El actual presidente de Estados Unidos no es más que un esnob de los que creen que por hablar en francés se es chic, por vestir trajes ingleses se es elegante y por tomarse un capuccino se es sibarita. Por eso, cuando un tipo así ocupa la Casa Blanca y sólo una persona le hace frente con las únicas armas de lo mejor que ha producido Estados Unidos en 250 años, la seguridad de saberse libre y recordárselo al poder cuando éste pretende volverse abusivo, conviene prestar mucha atención a lo que esa persona dice y hace. Sobre todo a lo que hace porque Sarah predica con el ejemplo y los ejemplos, en un tiempo de tanta hipocresía, valen más que mil discursos. Yo, que durante los cuatro primeros meses de vida de este blog he repasado su vida de arriba abajo, puedo dar fe de que ni una sola vez he encontrado un rastro de hipocresía en su conducta. Al contrario, lo que he encontrado es la historia de una mujer de su tiempo que es hija, esposa, madre y abuela y todo ello lo lleva con alegría porque sabe que ésa es la voluntad de Dios.

Y si Sarah Palin predica con el ejemplo, otros como Rillot o yo (y él mucho mejor que yo) nos hemos empeñado en dar a conocer ese ejemplo a nuestros compatriotas para que en estos tiempos de zozobra sepan que existe una esperanza simbolizada en una pequeña estrella que brilla allá en el lejano Norte y que se llama Sarah Palin. Su luz es todavía muy tenue, pero es una guía segura y poco a poco va iluminando más y más rincones de la Tierra. El primero ha sido Estados Unidos, claro. Pero el segundo puede que sea Noruega. Lo veremos el próximo día.