Escribiendo America is ready! (V) – Diario de una gran aventura


 

Ya tenemos nuevo chairman del Partido Republicano, Reince Priebus (con ese nombre parece salido de Star Trek). Después del desastre que ha supuesto el mandato de Michael Steele, en quien tantas esperanzas habíamos depositado, vamos a ver qué rumbo toma la nueva dirección. Reconozco que no tengo apenas referencias sobre este hombre y que estoy recopilando información para poder darles una opinión. Recordemos que se trata ni más ni menos que de la persona que regirá los destinos del Partido Republicano durante el período crucial de las primarias y las elecciones presidenciales de 2012, lo cual le otorga una relevancia indiscutible. ¿Será un hombre del establishment empeñado en convertir el GOP en un Partido Demócrata bis con la esperanza de que así le dejen las migajas o, por el contrario, será un hombre de principios y reconocerá que el único camino viable para que el partido no acabe desapareciendo es el de recuperar su ideario conservador tradicional, apoyar las reivindicaciones del movimiento Tea Party y, sobre todo, dar cancha a su mayor (y único) activo, Sarah Palin? No tardaremos en saberlo.

El tal Priebus. A ver qué les puedo decir sobre él. De momento que es joven, muy joven; nació en 1972. ¡Es más joven que yo! Maldita sea, ya casi todo el mundo es más joven que yo… Me empiezo a sentir viejo.

Hacía tiempo que no les escribía contándoles cómo me va con mi libro, America is Ready! Pues aquí estamos. El libro va bien; estoy revisando la versión definitiva, algo que acabo de empezar a hacer esta misma semana. Después de la revisión, le pasaré el manuscrito a mi amiga L. para que me lo corrija y se ría un buen rato contando la de veces que he puesto “como quiera que” (y tachándomelos) y, dicho y hecho, ya estará a punto.

Nuestro buen amigo Santi me comentaba el otro día que había escuchado a una persona en un programa de radio de es.radio explicar cómo se había autoeditado él mismo su libro gracias a Bubok. No descarto hacerlo yo también, sobre todo porque entiendo que de esta manera podrá llegar a más personas y, especialmente, hacerlo en forma de libro, libro. Distribuirlo en forma de archivo PDF desde mi propio blog es bastante chapucero, lo reconozco. De cualquier manera, aún no lo tengo decidido del todo, pero de lo que sí pueden estar ustedes convencidos es de que yo no ganaré ni un solo euro con todo esto. No sé muy bien todavía cómo funciona lo de Bubok, pero mi deseo es el de poner como precio de venta al público, descontando el coste de la edición, cero euros. Veré si lo puedo hacer. Imagino que sí.

¿El motivo de ello? Muy sencillo: primero, que nadie podrá decir nunca que yo me aprovecho de Sarah Palin para hacer dinero (la izquierda jamás entenderá eso, lo cual me complace doblemente). Lo mío es una cuestión de principios y con los principios no se negocia. Apoyo a Sarah Palin porque creo en ella y creo que es la última esperanza que nos queda a la gente de bien antes de hundirnos definitivamente en el abismo de lo que Tocqueville llamó tan acertadamente el “despotismo democrático”: la esclavitud votada por los propios esclavos, felices de serlo, convertidos ya para siempre en meras máquinas a las que se proporciona panem et circenses con tal de que no piensen nunca más; niños caprichosos y consentidos en cuerpos de hombre, ignorantes de lo que significa la libertad, pero que aunque lo supieran, tanto daría porque les asustaría tanto la idea que suplicarían con lágrimas en los ojos a sus tiranos que se la evitaran.

¿El segundo motivo? Bueno, es un poco perverso, pero se lo cuento: después de haber sido rechazado o no haber recibido siquiera una contestación por parte de muchas editoriales, me agrada la idea de que sobre mayo o junio Sarah Palin anuncie su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, las editoriales pierdan el culo buscando un libro sobre ella que lanzar al mercado y… ¡se encuentren con que ya existe uno y encima regalado! “Mi gozo en un pozo”, pensará el editor maleducado; “¿y ahora cómo vendo yo un libro sobre ella cuando la gente puede tener otro gratis? ¡Maldito sea el Bob ese de las narices! Tendría que haberle escuchado cuando me lo propuso y no haberle dicho que la Palin era una facha rematada”. Je, je, je, por ahí van mis pensamientos. La venganza se sirve fría, ya lo saben.

Bien, al tajo. El libro, tal y como les digo, ya está redactado y lo estoy repasando atentamente. Finalmente, éste es su índice (no se fíen, ha cambiado respecto de la última vez que se lo presenté):

AMERICA IS READY!
Sarah Palin y la revolución del sentido común en los Estados Unidos

INTRODUCCIÓN
¿Por qué Sarah Palin?

EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
1776. El año en que todo cambió en América.
Una independencia que ganar: de trece colonias a trece estados.
Una nación que construir: de trece estados a una Unión.

EL SISTEMA POLÍTICO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
La piedra fundamental: la Constitución.
Un sistema bipartidista.
Elaborando las leyes: el Congreso.
Aplicando las leyes: el Presidente.
Velando por las leyes: el Tribunal Supremo.
El otro platillo de la balanza: estados, condados, townships y demás.

SARAH PALIN, HIJA DE PIONEROS
Crecer en Alaska: la joven Sarah.
Sarah Palin, alcaldesa de Wasilla.
Sarah Palin, gobernadora de Alaska.

EL SALTO A LA POLÍTICA NACIONAL
Después de George W. Bush: las primarias republicanas de 2008.
Buscando vicepresidente: el ticket McCain-Palin.
La campaña electoral republicana: un esfuerzo condenado al fracaso.

LA DURA VUELTA A CASA
El regreso a Alaska: la “nueva normalidad”.
“Avanzando en otra dirección”: la dimisión de Sarah Palin.
¿Preparando el futuro? SarahPAC empieza a trabajar.

EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA FUERZA
Barack Obama: el rival que pudo con Hillary Clinton.
Los primeros cien días de la administración Obama.
La eclosión de los descontentos: el Tea Party.

EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA LÍDER
Un nuevo papel que jugar: Facebook y la reforma de la sanidad.
Un viaje a Hong Kong y la nueva marca de la casa: common sense conservatives.
Going Rogue: los estadounidenses descubren por fin a Sarah Palin.

EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA ALTERNATIVA
La primera prueba de fuerza: NY-23.
La sorpresa de Scott Brown en Massachussetts.
Una fuerza encuentra a su líder: Sarah Palin y la Tea Party Convention.

LAS ELECCIONES DEL MIDTERM
El dilema del Partido Republicano: ¿volver a los principios o “moverse al centro”?
Sarah Palin toma partido: sus candidatos en las primarias.
Los resultados de noviembre: ¿los Estados Unidos vuelven a ser conservadores?

CONCLUSIÓN: Lo que queda hasta 2012.

ANEXOS
I. La Declaración de Independencia.
II. La Constitución de los Estados Unidos de América.
III. Estados de los Estados Unidos de América.
IV. Presidentes de los Estados Unidos de América.
V. Votos electorales por estado.
VI. Lista de primarias y caucuses celebradas en 2008.
VII. Resultados de las elecciones presidenciales de 2008.
VIII. Lista de ethics complaints presentadas contra Sarah Palin.
IX. Fechas y localidades del Going Rogue Tour.
X. Candidatos respaldados por Sarah Palin en las elecciones del midterm de 2010.

Y como quiera que el movimiento se demuestra andando, ahí tienen una primicia: el primer capítulo de la primera parte, “1776. El año en que todo cambió en América”. Confío en que les resulte interesante de leer. Tengan en cuenta de que no se trata de una obra erudita ni un manual de historia. Es simplemente un libro sobre Sarah Palin y no va a tener bibliografía, índice onomástico ni demás, más que nada para aligerarlo y hacerlo lo más asequible posible para todos. ¿Y quién sabe? A lo mejor hasta tengo la ocasión de firmárselo personalmente y todo. ¿Cuándo Sarah venga a España este año? ¡Prometido! ¡Palabra de Palin!

EL NACIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

1776. El año en que todo cambió en América

Uno de los sucesos más llamativos acaecidos durante un siglo, el XVIII, fecundo en sucesos de tal índole fue sin duda la independencia de los Estados Unidos de América. Una independencia arrancada por la fuerza de las armas de manos de Gran Bretaña, que era entonces sin lugar a dudas la mayor potencia del momento, tanto política como económicamente. Pero si eso sólo ya es sorprendente, aún lo hace más llamativo el hecho de que la mayoría de los colonos americanos no pretendieran en absoluto la independencia, sino simplemente que se les reconocieran sus derechos como súbditos británicos nacidos libres, unos derechos que estimaban que habían sido pisoteados por la metrópoli. Fue la torpeza del entonces monarca británico, Jorge III (1738-1820), y de sus sucesivos primeros ministros a la hora de encauzar la crisis, lo que provocó en última instancia una independencia que, por no desearla, no la deseaba ni tan siquiera alguien tan trascendental para la futura historia de los Estados Unidos como lo era Thomas Jefferson (1743-1826) quien, en una fecha tan tardía como la del 29 de noviembre de 1775, se pronunciaba en tal sentido en una carta dirigida a John Randolph, un amigo suyo firme partidario del rey:

Créame, estimado Señor: no hay en todo el imperio Británico un hombre que ame más cordialmente una unión con Gran Bretaña que yo. Pero, por el Dios que me creó, dejaré de existir antes que ceder a una relación en tales términos como los que propone el Parlamento Británico; y con esto, creo que expreso los sentimientos de América.

Paradójicamente, fue la victoria británica en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) la causa de todo este embrollo. Triunfante contra su gran rival, Francia, a quien por la paz de París firmada el 10 de febrero de 1763 le arrebataba todos sus territorios en América situados al norte del río Mississippi (con la excepción del territorio de Luisiana, situado al sur, que se entregaba en cambio a España como compensación por la pérdida por parte de ésta de Florida), la gloria de su victoria no podía ocultar el hecho de que después de siete años de guerra por tres continentes diferentes: Europa, Asia y América, Gran Bretaña estaba casi arruinada. Y para enjugar sus deudas y reflotar su economía, el rey y el parlamento británicos decidieron que los colonos costearan una parte de los gastos, sobre todo a la vista de que era a ellos a quienes había más había beneficiado el resultado de la guerra en su continente, ya que, libres del obstáculo que suponían hasta entonces los franceses, habían podido iniciar su expansión hacia el Oeste, superando los montes Apalaches y llegando hasta los ríos Ohio y Mississippi.

El primer intento llegó con la Stamp Act (Ley del Timbre) de 1765, que gravaba toda clase de documentos e impresos (libros, periódicos, etc.) y que provocó tales protestas por parte de los colonos que el parlamento británico tuvo que derogarla al año siguiente. El segundo, llegó con las llamadas Townshend Acts (Leyes Townshend) de 1767, un conjunto de leyes conocidas así por el nombre del ministro británico responsable de su redacción, de las cuales la más odiada fue sin duda la Revenue Act (Ley de Ingresos), que pretendía lo mismo que la anterior Stamp Act, pero ahora gravando una larga serie de artículos de consumo diario (cristal, papeles, pinturas, té, etc.). La reacción en las colonias fue aún peor que dos años antes porque en esta ocasión a las protestas se sumó un efectivo boicot a todos los productos británicos. Tres años después, el parlamento británico dio finalmente su brazo a torcer y derogó las Townshend Acts, aunque con la salvedad de un misérrimo impuesto sobre el té mantenido única y exclusivamente con la intención de dejar claro a los colonos quién mandaba allí y evitar que se arrogaran la victoria por más que resultara incluso antieconómico para la metrópoli, puesto que el coste de recaudarlo superaba con creces el importe recaudado. Sin embargo, los colonos no se conformaron y el conflicto continuó, agravándose de tal manera incluso que pronto se produjeron las primeras muertes, las de cinco colonos, en lo que se conoce como la Boston Massacre (Matanza de Boston), producida el 5 de marzo de 1770.

Y es que no se trataba de que los colonos se negasen a contribuir al sostenimiento del imperio británico, que no se negaban porque estaban acostumbrados a pagar regularmente contribuciones en tal sentido y lo hacían sin mayores problemas. Pero contribuciones, no impuestos. Los impuestos los consideraban abusivos, un mero intento de explotar a las colonias y mucho más cuando la metrópoli se los imponía sin antes escuchar siquiera su opinión, siguiendo un principio al que el jurista James Otis (1702-1778) dio forma de manera tajante: “No taxation without representation” (“Ninguna imposición fiscal sin representación parlamentaria”). Además, pensaban los colonos, si cedían ahora en esto, ¿quién les aseguraba que lo siguiente no fuera que la metrópoli les despojara directamente de sus propiedades? Una exageración, sin duda, pero un temor que flotaba en el ambiente.

El resultado de la unánime negativa de los colonos a pagar esos impuestos considerados injustos y de la firme voluntad del rey y del parlamento británicos en hacer cumplir su voluntad, repetida a lo largo de los siguientes años, condujo a una situación en la que los disturbios se sucedieron unos a otros y del Boston Tea Party del 16 de diciembre de 1773 a las denominadas Intolerable o Coercive Acts (Leyes Intolerables o Coactivas) contra la colonia de Massachusetts de marzo y abril de 1774 y a los primeros enfrentamientos armados producidos en Lexington y Concord en abril de 1775 y Bunker Hill en junio de 1775, transcurren apenas dos años. Pero dos años en los que se gesta una guerra que nadie en América quería, tal y como el Primer Congreso Continental, compuesto por representantes de casi todas las colonias(1) (tan solo Georgia dejó de asistir) y reunido en Filadelfia entre septiembre y octubre de 1774, reconoció al restringir la disputa al mero hecho de que no podían tolerar que el parlamento británico pretendiera imponerles impuestos arbitrarios con lo que eso suponía de amenaza a sus libertades. Así pues, mantenían su postura, pero estaban dispuestos a llegar a un acuerdo, lo que bien podría haber sucedido si no hubiera sido por la obstinación del monarca y el parlamento británicos. La situación no dejó pues de empeorar, lo que llevó a la constitución del Segundo Congreso Continental en mayo de 1775 (ahora sí con la presencia de los representantes de Georgia, pero no antes de septiembre), que anunció la creación de un ejército propio y el nombramiento de George Washington (1732-1799) como su comandante en jefe, pero también la redacción de una petición formal de paz, la Olive Branch Petition (Petición de la Rama de Olivo) firmada el 8 de julio y enviada al rey. En ella, se reafirmaba la lealtad de las colonias, se suplicaba su protección contra las exacciones del parlamento y se le rogaban algunas concesiones que pudieran poner fin al conflicto.

¿Cuándo se volvió finalmente irresoluble por medios pacíficos el conflicto? En agosto de 1775 cuando Jorge III declaró ante el parlamento en Londres que las colonias se habían rebelado contra su rey y manifestó su firme intención de acabar con la revuelta contando incluso con el apoyo de tropas extranjeras (los posteriormente famosos soldados hessianos), una pretensión que provocó que el conde de Shelburne (1737-1805), uno de los pocos parlamentarios favorable al punto de vista de las colonias, se preguntara:

¿Cómo se ha llegado a acusar a las colonias de planear la independencia? ¿Quién se atreve a manifestar esta aseveración –¿cómo  lo diría, señores?– contraria a los hechos, contraria a las pruebas? […] ¿Pretenden acaso repetir machaconamente la idea de la independencia hasta que los americanos acaben adoptándola como suya?

Pues ciertamente los colonos terminaron adoptando esa idea. Pero porque no tuvieron más remedio, ya que el propio monarca británico les obligaba a ello, sobre todo después de que el 1 de septiembre se negara a leer siquiera esa petición enviada por los representantes de las colonias, arguyendo que no aceptaba comunicaciones “de rebeldes”. En consecuencia, a los colonos no les quedó ya otra salida que la fuerza, puesto que estaba claro que Gran Bretaña no iba a aceptar ningún tipo de compromiso. Y eso a pesar de que, a grandes rasgos, tan sólo un tercio de la población americana era partidaria entonces de la independencia (opinión mayoritaria únicamente en Nueva Inglaterra), mientras que otro tercio era leal a Gran Bretaña y el tercio restante no se había decidido todavía o era sencillamente indiferente.

Aún así, hubo que esperar a que Thomas Paine (1737-1809), un británico llegado a las colonias apenas un año antes, concluyera la tarea que había empezado unos años antes Samuel Adams (1722-1803) y sus Committees of Correspondence (Comités de correspondencia), publicando el 10 de enero de 1776 el que ha sido llamado “el panfleto más incendiario y popular de toda la era revolucionaria”, Common Sense (Sentido común). En él, Paine, con un lenguaje sencillo, pasaba revista a todas las razones a favor de la independencia y arremetía duramente contra la última ligazón que mantenía a los colonos vinculados al imperio británico: su sentimiento de lealtad al rey, de quien no dejaban de esperar que finalmente les apoyaría y pondría en su sitio al parlamento.

Seguramente la obra de Paine pesó poco sobre el ánimo de los representantes de las colonias constituidos en Segundo Congreso Continental, que debatían sobre los acontecimientos que se sucedían, pero sí que influyó y mucho en los corazones de los colonos, quienes hasta entonces seguían viéndose a sí mismos en su mayoría como británicos y no como americanos. Fue él quien acabó con el mito de que los males que les afligían eran causa únicamente del parlamento británico, lo que dejaba a salvo la responsabilidad de Jorge III. Para Paine, el verdadero inspirador de la política autoritaria que se estaba siguiendo contra las colonias era el rey y para evitarlo la única solución era optar decididamente por la independencia y un sistema de gobierno republicano. No cayó en saco roto su alegato porque de su panfleto, de apenas cuarenta y ocho páginas, se vendieron 120.000 ejemplares en los tres primeros meses y 500.000 en el primer año, contribuyendo a cambiar definitivamente la opinión pública y convirtiendo así la idea de independencia en algo plausible. Incluso el propio Washington reconoció en una carta enviada a su secretario personal, Joseph Reed (1741-1785), su influencia:

En cuanto a mis compatriotas, sé por su forma de gobierno y su hasta ahora inquebrantable compromiso con la monarquía que se mostrarán reacios a la idea de independencia, pero el tiempo y la persecución hacen que sucedan muchas cosas maravillosas y por la correspondencia personal que he recibido en estos últimos tiempos desde Virginia, creo que Sentido común está provocando un importante cambio en la mentalidad de muchos hombres.

Fuera como fuere, el caso es que pocos meses después, el 2 de julio de 1776, el Segundo Congreso Continental declaró por unanimidad que esas colonias unidas eran “estados libres e independientes” y dos días después, el 4 de julio, promulgaban la Declaración de Independencia. Había estallado la Revolución Americana y tal y como escribió también Paine en otro de sus panfletos, The American Crisis (La crisis americana), publicado el 23 de diciembre de 1776 y que Washington ordenó que fuera leído a sus tropas justo antes de que éstas cruzaran el río Delaware y lograran la decisiva victoria americana del día 26 en Trenton:

Es en estos momentos cuando se ponen a prueba las almas de los hombres. El soldado de verano y el patriota de los días soleados, en esta crisis, se alejarán del servicio a su país; pero el que ahora aguante, ése merecerá el amor y el agradecimiento de hombres y mujeres. La tiranía, como el Infierno, no se conquista fácilmente; aún así tenemos el consuelo de que cuanto más enconado es el conflicto, más glorioso es el triunfo. Lo que obtenemos demasiado barato, lo estimamos en poco; es su carencia lo único que da a cada cosa su valor. El Cielo sabe cómo poner precio adecuado a sus bienes; y sería realmente extraño que un artículo tan celestial como la libertad no fuera altamente tasado.

Que finalmente los colonos lograran su objetivo era algo que parecía más que dudoso, sobre todo porque se enfrentaban a las mejores tropas del mundo, las británicas. Sin embargo, hombre a hombre, los americanos tenían una ventaja indiscutible: una meta aún mayor. Tras la Declaración de Independencia, luchaban por su recién nacido país y sabían cuáles serían las consecuencias para ellos y sus familias si no lograban triunfar. Hasta Washington lo vio como un “nuevo incentivo”, el que más falta les hacía. Así pues, no se trataba de si podrían triunfar; es que debían triunfar. Sencillamente, no tenían otra opción.

(1) Por aquel entonces, las trece colonias británicas que se convertirían luego en los Estados Unidos de América eran las siguientes, relacionadas de norte a sur: Nueva Hampshire, Massachusetts, Rhode Island (y Providence) y Connecticut (que constituían lo que se llamaba Nueva Inglaterra, la región más densamente poblada de todas); Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y Delaware (que constituían el centro); y Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia (que constituían el sur). Entre todas, se acercaban a los dos millones y medio de habitantes en 1775 (incluyendo a los esclavos dentro de estas cifras), siendo Virginia la colonia más poblada con cerca de medio millón de habitantes, seguida por Massachusetts con cerca de trescientos mil y Pennsylvania con casi doscientos cincuenta mil. La menos poblada era Georgia, con tan sólo 23.000 habitantes.

Sin embargo, estas trece colonias no eran las únicas colonias británicas en Norteamérica. Había otras siete más: Terranova, Rupert’s Land (la zona alrededor de la bahía de Hudson), Nueva Escocia, la isla del Príncipe Eduardo, Florida Oriental, Florida Occidental y la provincia de Quebec, pero no tomaron parte en el conflicto fundamentalmente por falta de agravios al ser sus circunstancias particulares diferentes a la del resto de colonias, salvo en el caso de Nueva Escocia, poblada por colonos de Nueva Inglaterra, pero que por tratarse de una base de la Royal Navy era muy difícil que una rebelión prosperara en ella. Es de destacar el caso de la provincia de Quebec, poblada mayoritariamente por católicos franceses que preferían el gobierno de la lejana Gran Bretaña al de los cercanos (y anticatólicos) protestantes de Nueva Inglaterra, sobre todo una vez que el parlamento británico reconoció su confesión (Acta de Quebec, 1774), lo que irritó aún más al resto de colonos.

Tampoco es tan malo, ¿verdad?

5 Responses to Escribiendo America is ready! (V) – Diario de una gran aventura

  1. AuH2O 4 President dice:

    Ya está aquíííííííííí, SLURRPPP¡¡¡¡¡¡

  2. El primo tonto dice:

    Gracias por el adelanto, a ver cuando tengo un tiempo para desmenuzarlo.

    PD:Tienes un correo.

  3. Jacky dice:

    ¡Tremendo, que bueno!

  4. Óscar Elía Mañú dice:

    Estimado amigo,

    Sólo felicitarle efusivamente por el magnífico trabajo que desarrolla en su blog, y animarle con el libro que esta escribiendo

  5. Santi dice:

    ¡Muy bien escrito, Bob! Creo que te han llamado por el camino de la literatura.

    P.D.: Espero que lo edites en papel para conseguir tu libro. Bubok creo que es una buena opción que te permitirá hacer un libro editado dignamente.

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