Tres semanas consecutivas como “número 1” en las listas de libros más vendidos en Estados Unidos, mal les pese a los progres; más de un millón de ejemplares vendidos y los que faltan aún por venderse; una gira de promoción que ha supuesto todo un fenómeno de masas… Sarah Palin ha vuelto a la primera línea de la actualidad política y ha vuelto pisando fuerte (tanto que a más de un progre todavía le duele el pisotón). Y todo esto no es más que el principio. Como quiera que todavía no se ha publicado ninguna edición de Going rogue en otro idioma que el original, he pensado que a más de uno de mis lectores le gustará poder leer siquiera un sucinto resumen de lo que aparece en sus más de 400 páginas. Dicho y hecho, aquí está. Durante los próximos días, iré ofreciéndoles capítulo a capítulo (en total serán siete entradas) lo más interesante, sorprendente o meramente curioso que cuenta Sarah en su libro. Sí, ya sé que es un triste consuelo, pero menos da una piedra, ¿no? Recemos para que algún editor español experimente una revelación divina, compre los derechos del libro para el mercado hispanohablante, me encargue a mí su traducción (esto último es lo menos importante, pero no niego que me haría mucha ilusión) y podamos contar con un “Yendo por libre” (ésa sería mi propia traducción del título) lo antes posible. Y es que los caminos del Señor son inescrutables.
Primer capítulo, foto apropiada. Sarah cuando era pequeña. No es una de las fotos que aparecen en el libro, sino una perteneciente a mi colección particular. Calculó que tendría unos tres años o así. ¿A que es maja? Miren como se zampa el bocata de mortadela y el Cola-Cao.
PRIMER CAPÍTULO: THE LAST FRONTIER (La última frontera)
Sarah comienza a relatar su historia con lo que a mí me parece un excelente arranque: ella y sus dos hijos menores, Piper y Trig, recorriendo la Feria del Estado de Alaska un día del mes de agosto de 2008. Con Trig durmiendo plácidamente en sus brazos y Piper aguardando pacientemente su recompensa de que su madre la lleve a montar a las atracciones, Sarah nos describe muy acertadamente el ambiente de una feria de este tipo, algo que muchos de nosotros hemos podido ver en las películas y en el que, en este caso, no es de aplicación aquello de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Vertiginoso, colorido y variopinto, una feria en Estados Unidos es realmente una feria y Sarah sabe describirla de la mejor manera para que todos nos sintamos sumergidos en la exuberante cacofonía de sonidos e imágenes que implica, una cacofonía que termina justo cuando suena su BlackBerry mientras visita el quiosco de Alaska Right To Life (Derecho a la vida de Alaska) y recibe la llamada de John McCain quien le pregunta simplemente si quería ayudarle a cambiar la historia. Y nunca mejor dicho porque eso es precisamente lo que está haciendo Sarah: cambiando la historia, sólo que lo está haciendo sin McCain.
La historia personal de Sarah empieza en Sandpoint (Idaho), su lugar de nacimiento. Allí residían entonces sus padres, Chuck y Sally, quienes decidieron mudarse a Alaska en busca de mejores oportunidades un buen día de 1964, casi coincidiendo con el mayor terremoto de la historia de Norteamérica, el producido el 27 de marzo de 1964 y que alcanzó una magnitud de 9,2 puntos en la escala de Richter. Su primer destino fue Skagway, una pequeña población de apenas 650 almas, donde se alojaron en una pequeña casa de madera construida en 1898, casi al mejor estilo de los pioneros del Far West (o Far North en este caso). Sarah nos describe a sus padres y a sus dos hermanos mayores, Chuck Jr. y Heather, haciendo especial hincapié en la pasión de su padre por los deportes y la vida al aire libre, algo que logró inculcar a su familia y que en Alaska era casi una condición imprescindible para sobrevivir. Algunos datos más sobre Alaska completan esta parte que concluye con el traslado, una vez más, de toda la familia a Anchorage cinco años después de su llegada, cuando Sarah ya tenía una hermana más, la pequeña Molly.
Los primeros recuerdos de Sarah en el parvulario se refieren al orgullo que sintió de ser estadounidense cuando tuvo la oportunidad de ver en la televisión las imágenes de los astronautas pisando el suelo de la Luna, la alegría que experimentó cuando fue capaz de deletrear su primera palabra “difícil” (la palabra era different) y lo mucho que le gustaba la lectura, afición que compartía especialmente con su madre. La vida para ellos, siendo como eran una familia de pocos recursos económicos, carecía de muchas comodidades pero en cambio estaba llena de actividades que practicaban todos juntos y que les hacían sentirse una familia, una sensación que mucho me temo que es muy difícil de entender para nuestros jóvenes de hoy en día. Un nuevo traslado en los primeros años de 1970 les llevó a Wasilla, que terminó convirtiéndose en su definitiva localidad de residencia. Tal y como cuenta Sarah, la vida en Alaska en aquellos años (y siempre a decir verdad) era ciertamente dura y complicada, pero las sencillas satisfacciones que proporcionaba en cambio lo compensaban todo sobradamente.
Los Heath son una familia religiosa y lógicamente una parte de los recuerdos de Sarah están vinculados a su fe y a la práctica religiosa. Más religiosa en el sentido estricto su madre que su padre, como suele ser habitual, Sarah reconoce que es esa fe que sus padres supieron inculcarle desde su más tierna edad la que le permite afrontar los momentos difíciles y comprender que penas y alegrías se reparten a lo largo de toda la vida y que tanto unas como otras son inevitables. Para Sarah, no hay ninguna duda de que Dios existe y a ella personalmente le basta con mirar a su alrededor en plena naturaleza para darse cuenta de ello, contemplando esa maravillosa creación Suya que es el Estado de Alaska.
Extremadamente interesante es el apartado en el que Sarah relata la llegada de la televisión a su pequeño hogar, el poco interés que sentía su padre por la “caja tonta” y lo muy sacrificado que era para ellos, los pequeños niños Heath, pretender ver algún programa ya que su padre la instaló a propósito en un altillo del garaje, en una habitación sin mobiliario y donde sólo había una pequeña estufa que funcionaba con madera, de tal manera que ver la televisión a cualquier hora del día era arriesgarse a morir de congelación dado que la temperatura exterior podía ser de 30º bajo cero. Otro recuerdo de Sarah es lo mucho que leían todos ellos, libros y revistas. Además, el entusiasmo por el ejercicio y la competición movía a toda la familia, especialmente a la hora de correr largas distancias por mucho frío que hiciera. En Alaska, no había tiempo que perder y todos tomaban parte en cualquier actividad que se les pusiera por delante, desde deportes hasta reuniones religiosas, pasando por el escultismo, cursos de idiomas, danza, etc. Así, poco a poco, Sarah se dio cuenta de que las dos cosas que más le gustaban en la vida eran los deportes y escribir, en consecuencia, era lógico que pensara en convertirse en periodista deportiva. Aquí incluye un magnífico comentario sobre el feminismo actual redactado a la vista de lo que es la experiencia de una mujer alasqueña, un estado donde las mujeres no tenían mucho tiempo de pensar en lo “aperreadas” (según esas mismas feministas) que estaban por los hombres porque había mucho que hacer siempre y lo hacían.
Que su padre fuera al mismo tiempo su entrenador no era una situación que le hiciera mucha gracia a Sarah ya que pensaba que era especialmente duro con ella, tal vez para que no le acusaran de favorecer a su hija, pero con el tiempo, Sarah llegó a comprender que eso es exactamente lo que tenía que hacer y ahora lo agradece ya que enseñándole a dar el máximo de sí misma en todo momento, Sarah es ahora una mujer fuerte y capaz de afrontar los embates de la vida. Fue precisamente entonces cuando comenzó a desarrollar pequeños trabajos remunerados tales como limpiar semanalmente un local de oficinas, servir mesas en un bar, cuidar niños, etc. Actividades que le proporcionaban el dinero suficiente como para pagarse su propio equipamiento deportivo y demás cosas que pudiera necesitar ya que, recordémoslo, la familia de Sarah jamás ha sido rica.
El último año de Sarah en la escuela secundaria se centra en dos historias. La primera versa sobre el día en que conoció a Todd y se enamoró de él nada más verlo, logrando ser correspondida. En la parte que dedica a describir al que es ahora su marido, Sarah no puede ocultar lo muy enamorada que se siente todavía. Medio nativo alasqueño por parte de madre, Todd es el más firme apoyo de Sarah y alguien que juega (discretamente, todo hay que decirlo) un papel en su vida mucho más importante que el de mero marido y padre de sus hijos. Todd no es exactamente su piedra fundacional porque ese privilegio corresponde a sus padres, pero sí el resto del edificio, y todo lo que es Sarah ahora no lo sería si no fuera por él. Es conmovedor leer cómo Sarah confiesa el espanto que sintió la primera vez que él la besó y lo humillada que se sintió cuando él se lo contó luego a todos sus amigos en el colegio. Y es que tal y como ella misma dice: “Hasta el mejor de los hombres puede comportarse como un cretino”.
La segunda historia a la que hace referencia Sarah para describir su último año en la escuela secundaria se refiere a cómo su equipo escolar ganó el campeonato estatal de baloncesto a base de darlo todo en la cancha y como estuvo a punto de perderse el último partido, el de la final, a causa de una inoportuna torcedura de tobillo. Pese a todo, Sarah logró jugar ese partido aunque fuera a trompicones y sentir que todo el enorme esfuerzo que sus compañeras y ellas habían hecho durante ese año había valido la pena. Para Sarah, esa victoria cambió su vida porque fue la demostración palpable de lo que tantas veces le habían dicho sus padres: que el trabajo duro y el tesón son lo más importante.
En mayo de 1982, Sarah y Todd se graduaron y para ellos empezó un largo período intermitente de separación mientras Sarah estudiaba en la universidad, primero en Hawaii y luego en Idaho, trabajando siempre que podía para pagarse los estudios ya que ése era un gasto al que no podían hacer frente sus padres, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de cuatro hermanos. Uno de los expedientes a los que tuvo que recurrir para conseguir algo de dinero fue el de presentarse al concurso de Miss Wasilla cuyo premio era una beca que le permitiría pagarse medio año de universidad. Sarah se presentó, lo ganó y luego quedó segunda en el concurso posterior de Miss Alaska, lo que le proporcionó más dinero, el suficiente como para pagarse otros dos años más de estudios. Del concurso, Sarah, que no cree en las casualidades, rescata un fragmento de la entrevista que tuvo con uno de los jueces y que es más que interesante a la luz de lo que ha sido la vida de Sarah con posterioridad. La entrevista es esta:
JUEZ: Geraldine Ferraro se ha convertido recientemente en la primera mujer candidata a la vicepresidencia en representación de uno de los dos grandes partidos políticos estadounidenses. ¿Crees que una mujer puede ser vicepresidente?
SARAH: Sí. Creo que una mujer podría ser vicepresidente. Creo que una mujer podría ser presidente.
JUEZ: ¿Votarías por un candidato a vicepresidente o a presidente solo por el hecho de que es una mujer?
SARAH: No, no votaría por alguien sólo por el hecho de que fuera una mujer. Votaría por el candidato que reflejara mis opiniones políticas y tuviera más personalidad y valores familiares.
JUEZ: ¿Cuáles crees que son los mejores atributos de Alaska?
SARAH: Uno de los mejores atributos de Alaska es su belleza y todo lo que el gran paisaje de Alaska tiene para ofrecer, desde la caza y la pesca hasta el ir en moto de nieve en invierno. Y Alaska tiene un asombroso potencial a la hora de perforar en busca de petróleo en la Ladera Norte. Pero infortunadamente algunos forasteros [expresión equivalente a “los de los 48 de abajo”] no comprenden el potencial de Alaska a la hora de desarrollar nuestros vastos recursos naturales.
Sarah está muy orgullosa de haberse sacado la carrera (periodismo con una extensión en ciencias políticas) por sus propios medios y si le costó cinco años sacarla cuando lo normal es cuatro, eso se debió exclusivamente a que tenía que trabajar para ello. Eran los tiempos de la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca y Sarah no puede dejar de reconocer la impresión que le causó este presidente y lo mucho que compartía ya entonces sus valores y creencias, justamente los que restauraron la fe de los estadounidenses en su propio país después de unos años desastrosos en los que parecía que estaban abocados al suicidio como nación.
Tras terminar los estudios, Sarah empezó a trabajar como periodista deportiva en algunas emisoras de Alaska, algo que le gustó mucho y le hizo comprender que no se había equivocado en su vocación. Su noviazgo con Todd seguía viento en popa y finalmente en 1988 decidieron que ya no podían esperar más y se escaparon para casarse en secreto, algo de lo que ella ahora se arrepiente y que ya ha advertido a sus hijos que ni se les ocurra hacerlo a su vez o les retorcerá el pescuezo. Sus primeros tiempos como casados fueron duros, como generalmente lo son en todas las parejas recién casadas, porque de pronto tenían que ganarse el sustento por su cuenta y tanto ella como Todd tenían que trabajar en todo lo que se les pusiera a tiro, al menos hasta que Todd logró ser contratado como operador petrolífero en la Ladera Norte, un empleo que estaba bien pagado, y eso les permitió tomarse la vida con más optimismo.
En 1989, Sarah y Todd fueron bendecidos con su primer hijo, Track. Es sorprendente leer lo difícil que fue el parto para Sarah. Y aún más sorprendente es saber que después de una experiencia tan dura aún iba a repetir cuatro veces más. Evidentemente, llamar a su primogénito Track (“Pista” ya que era primavera, la temporada del atletismo en pista en Alaska) fue tan sorprendente para sus paisanos como lo es ahora para nosotros y es muy divertido saber que hasta el propio niño, cuando ya era un poco mayor y había empezado a ir a la guardería, le pidió muy seriamente a su madre que le cambiaran el nombre y le pusieran otro más normal. Claro que cuando Sarah le preguntó cuál prefería y él le respondió que quería llamarse “Colt”, uno no puede dejar de pensar que la imaginación a la hora de poner nombre a los hijos en esa familia es algo hereditario.
Una cosa que no sabía es que entre los nacimientos de Track y Bristol Sarah sufrió un aborto espontáneo. Era un niño y ya habían decidido llamarle Tad y estaban ansiosos porque llegara el momento de su nacimiento. Es conmovedor leer como tuvo que pasar Sarah por ese trago y como pudo superarlo gracias a su fe en Dios y a su fortaleza de carácter, algo que le debe a esa dureza que su padre empleó en ella y que la curtió, convirtiéndola en alguien fuerte y capaz de sobrellevar las penas que le deparase la vida sin dejarse hundir por ellas.
Afortunadamente, su siguiente hija, Bristol, nació sin ningún problema y afortunadamente también, Bristol era un nombre menos “original” que Track y la niña se ahorró los problemas de su hermano mayor cada vez que le decía a alguien cómo se llamaba. Sarah recuerda ahora lo muy “mamá” que era Bristol ya de pequeñita y como disfrutaba cuidando a sus primos menores, llegando hasta el punto de que a los ocho años casi le exigió a su madre que le consiguiera un bebé para ella el día de su cumpleaños. Por su parte, Track creció obsesionado con los deportes, sobre todo con el hockey, en una familia en la que ya de por sí son todos unos fanáticos de los deportes.
Con dos hijos y un marido, Sarah hacía su vida en su pequeña Wasilla ocupada principalmente en su familia y escribiendo alguna que otra colaboración periodística de vez en cuando sin nada que hiciera presagiar los altos destinos a los que estaba llamada esta mujer. Pero todo eso cambió el día en que el petrolero Exxon Valdez sufrió un accidente en 1989 que provocó un enorme vertido de petróleo que fue un verdadero desastre para Alaska y sus habitantes, muchos de los cuales quedaron arruinados por su culpa. De hecho, no fue hasta 2008 cuando finalmente el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó la responsabilidad de Exxon y obligó a la compañía a indemnizar a los perjudicados al menos en parte de sus pérdidas. Unas pérdidas que afectaron incluso a Sarah y Todd ya que los precios del salmón que pescaban todos los años y que constituían una parte sustancial de su presupuesto familiar cayeron en picado ante el temor de los mercados a que estuviera contaminado. Para Sarah, ésa fue la ocasión en que sintió que si alguna vez tenía la oportunidad de trabajar para sus conciudadanos, lo haría siempre en su beneficio. Y a fe que no se equivocaba porque pronto tendría esa oportunidad.
Y para terminar, otra foto también apropiada. Sarah de jovencita posando junto a sus trofeos, tanto atléticos como académicos. ¡Y aún le faltaba por ganar el de Miss Wasilla! Un ejemplo viviente de lo que la fuerza de voluntad, el tesón y el esfuerzo pueden lograr de cada uno de nosotros si nos decidimos a ello. Pero, por supuesto, eso los lloricas adolescentes de hoy en día no lo entienden. Pues peor para ellos.