Cuando uno ha traducido (más mal que bien) unas cuantas intervenciones televisivas de Sarah Palin, sabe que ésta se expresa de una manera peculiar. No quiero decir con ello que hable incorrectamente, sino que tiene su propia manera de expresarse, la de una persona que piensa a mayor velocidad de la que habla y que a menudo siente la tentación de expresar una nueva idea que se le acaba de ocurrir antes de haber terminado con la que estaba explicando. Eso provoca que su manera de hablar resulte confusa en ocasiones, pero es debido simplemente a que tiene demasiadas cosas que decir… y poco tiempo para ello porque en la televisión, el tiempo está contado al segundo. Reconozco que eso es algo que me pasa a mí también y tal vez por ello siento tanta simpatía por Sarah; me hace sentir que tenemos algo en común ella y yo (perdón por esta pequeña vanidad mía). Sin embargo, esto sólo pasa cuando sus intervenciones son espontáneas, no cuando pronuncia un discurso ya que entonces las ideas que quiere comunicar ya las tiene previstas de antemano y simplemente tiene que desarrollarlas en el orden previsto, resultando más clara que el agua. Por lo que se refiere a Going Rogue, me ha llamado la atención el hecho de que a pesar de estar muy bien redactado, conserva el tono original de lo que podría ser una conversación tranquila y pausada con Sarah, incluyendo sus abundantes expresiones coloquiales que tanto me desesperan a mí, que no domino tanto el inglés como para comprenderlas a la primera, pero que a cambio convierten cada página del libro en algo realmente vivo y colorido (además de mejorar mi nivel de inglés, you betcha!)
Una foto de Sarah durante la presentación de los actos conmemorativos del 50º aniversario del Estado de Alaska. La placa de matrícula supongo que se la puso en su Jetta, ¿no? ¿O se la quedó Todd? ¿O Track? ¿O Piper para su bicicleta? ¿Hicieron siete copias, una para cada uno? Porque si no, vaya follón se podía montar en aquella casa: ¡La quiero yo! ¡No, yo! ¡Es mía! ¡Narices, es mía!… ¡Ufff!
CAPÍTULO TERCERO: DRILL, BABY, DRILL (Perfora, nena, perfora)
En el último capítulo, Sarah nos dejó con la duda de cuál iba a ser su siguiente paso. En éste, la duda queda resuelta ya que comienza relatándonos uno de sus muchos viajes durante su campaña electoral como candidata a gobernadora de Alaska. Un viaje, en concreto, llevado a cabo en su propio coche, de noche, con varios de sus hijos durmiendo en el asiento trasero y ella preguntándose si no se habrá equivocado de carretera.
Y es que convendría recordar que antes de ser seleccionada por McCain como su compañera de ticket, Sarah Palin llevaba ya a sus espaldas no una sino… ¡siete campañas electorales! Dos para el cargo de concejal de Wasilla (las dos ganadas), dos para el cargo de alcaldesa de Wasilla (las dos ganadas), unas primarias para el cargo de vicegobernadora (perdida por los pelos) y otras primarias y las auténticas elecciones para el cargo de gobernadora (ganadas incluso contra su propio partido, el GOP, que no quería verla ni en pintura). Es decir, un total de seis elecciones ganadas contra una sola perdida. O sea, que si de algo sabía Sarah en ese momento era de cómo afrontar una campaña electoral contra un candidato presuntamente vencedor (recordemos que fue elegida alcaldesa en competición con el alcalde entonces en el cargo, Stein, y que hizo lo mismo como gobernadora, compitiendo en las primarias con el gobernador entonces en el cargo, Murkowski). Lástima que no le dejaran opinar los sabiondos esos que llevaban la campaña de McCain porque si lo hubieran hecho tal vez otro gallo les hubiera cantado.
La decisión de Sarah de competir en las primarias del GOP contra Murkowski no fue exclusiva suya, sino que hubo muchas personas que la animaron a ello: por ejemplo, Rick Halford, un antiguo senador del Senado de Alaska, republicano pero no de los que detestaban a Sarah, sino de los que creían en ella y pensaban que Sarah era diferente y que Alaska necesitaba precisamente eso: algo diferente.
Otra persona que animó a Sarah a presentarse fue (¡asómbrense!) Andrée McLeod, la que años más tarde se convertiría en la loca de las ethics complaints. Pero para eso, todavía faltaba tiempo y por aquel entonces, Andrée the Gadfly (o la “mosca de culo de vaca”, como creo yo que podría traducirse), que es como la conocía todo quisque en Alaska, era su más ferviente admiradora, lo que aprovecha Sarah para contarnos los inicios de esta patética mujer, una historia de lo más divertida y que no deja lugar a dudas de su escasa salud mental.
Por fin, la tercera influencia que reconoce Sarah es la de John Reeves, un votante demócrata harto de la corrupción rampante de Juneau (la capital del Estado) y que, al igual que muchos, ya fueran demócratas, republicanos o independientes, ansiaba un cambio que devolviera el gobierno de Alaska al lado de la gente. Un cambio para el que no veía capacitado a nadie a cabo que no fuera Sarah Palin.
En definitiva, que Sarah se lanzó al ruedo y, libre ya de sus obligaciones como alcaldesa de Wasilla que no le permitieron ocuparse debidamente de su campaña anterior, empezó a recorrer el Estado y a explicar sus intenciones a sus paisanos. Pronto sus amigos se unieron a ella y Sarah pudo contar con una mínima organización política que le diera el apoyo que precisaba. Es entonces cuando empezamos a encontrarnos con nombres como los de Kris Perry, íntima amiga suya y una persona de la que todos hemos oído hablar mucho durante estos últimos años pero que ignorábamos de dónde había salido o qué relación tenían con Sarah aparte de la meramente profesional (con el tiempo, Kris se convirtió en la mano derecha de Sarah como gobernadora de Alaska). Sí, ya sé que todo eso no es más que mera chafardería, pero es que a mí me encantan estas cosas, ¡caramba!
La campaña electoral de Sarah se centró en tres ideas: limpiar de parásitos el gobierno, desarrollar las infraestructuras del Estado para que el sector privado encontrara un ambiente favorable que le llevase a invertir en nuevos negocios e incrementar la producción de energía, construyendo sobre todo ese gasoducto de 5.000 kilómetros y 30.000 millones de dólares que llevaba décadas siendo prometido por todas las administraciones pero que nunca se convertía en una realidad. Por cierto, que es de lo más curioso comprobar que el lema de su campaña hacía hincapié en el “cambio” que suponía su candidatura (un lema que años más tarde iba a adoptar el actual presidente de Estados Unidos para su propia campaña aportado sin duda por uno de sus asesores de más alto rango, que tenía raíces en Alaska), algo que compartía hasta el último de los alasqueños hartos de tanto político corrupto como había en el gobierno y la legislatura y que habían sido la causa ya de más de una redada por parte del FBI. Vamos, peor casi que Chicago (¡anda, otra coincidencia con el presidente!).
Recorriendo toda Alaska de cabo a rabo y sin dejar apenas una sola cabaña de troncos a la que no hubieran llegado personalmente para explicarle a sus moradores sus intenciones, Sarah no tuvo problemas en ganar las primarias republicanas, pasando pues a ser la rival del candidato demócrata, Tony Knowles, un antiguo gobernador de Alaska que buscaba su tercer mandato, y a un candidato independente, Andrew Halcro, un cretino republicano que años más tarde fue el primero en lanzar la basura del Troopergate desde su blog, pero que ahora estaba ansioso de unir sus fuerzas con ella en una candidatura conjunta (y absolutamente fuera de lugar), algo a lo que Sarah le dijo que nanay.
Una de las sorpresas que me he llevado leyendo este capítulo ha sido saber que Meghan Stapleton, la actual portavoz de Sarah, resulta que es una antigua amistad suya de sus tiempos como gobernadora, cuando Sarah la contrató como secretaria de Prensa. Yo pensaba que la había conocido durante la campaña presidencial y resulta que no. ¿Ven como lo de las chafarderías tiene su interés? Por otra parte, la campaña involucró a toda la familia Palin, como siempre, incluyendo a la familia de Todd, quienes no dudaron en apoyar firmemente a la esposa de éste para que pudiera alcanzar el puesto de “Boss Alaska”, que es como llaman los yupik al gobernador del Estado.
La victoria de Sarah fue un bombazo y la cara que les quedó a los demócratas era todo un poema. Rompiendo con la costumbre, Sarah escogió tomar posesión en la ciudad de Fairbanks y no en la de Juneau. La ceremonia fue especialmente brillante y todos sus paisanos sentían que se abría una nueva etapa para todos. Y como quiera que las expectativas eran muchas, ya desde el primer día de trabajo Sarah empezó a sacudir las cosas allí en Juneau, siguiendo el estilo marcado por Ronald Reagan: escoger los asuntos más importantes de tu agenda y centrarse personalmente en ellos; luego, delegar los restantes en tu equipo y darles suficiente poder y motivación para que implementen tu visión en esos otros asuntos. Así pues, siguiendo este esquema, Sarah se centró en lo que había sido el meollo de su programa electoral: desarrollo de las infraestructuras, conservadurismo fiscal y reforma ética, aunque sin dejar de prestar especial atención a otros asuntos urgentes tales como la educación, los servicios para los discapacitados y los mayores, la formación profesional, el desempleo y los tradicionales males de la Alaska rural (dependencia, alcoholismo, delincuencia, etc.), todo ello revisando las prioridades presupuestarias establecidas hasta entonces para que fuera el sector privado y no el Estado quien asumiera la tarea de cubrir esas necesidades.
La historia de cómo la administración Palin se enfrentó a las grandes petroleras y les ganó el pulso en la cuestión del gasoducto merece más de una lectura porque es ejemplar. Es una historia de la que todos tenemos conocimiento de sus aspectos generales pero que, explicado por la propia Sarah, gana en claridad y si además, Sarah nos lo explica con ese sentido del humor tan suyo y que a mí, personalmente, me entusiasma, mejor que mejor.
Pero como quiera que una cosa es que Sarah pasase a ser la gobernadora de Alaska y otra distinta el que Todd pasase a ser el “Primer Caballero” (o el “Primer Tío”, como le gustaba decir a él) y el resto de la familia, la “Primera Familia”, tan interesante es saber qué pasó el primer día de Sarah en su nuevo despacho como saber qué pasó el primer día de toda la familia en la mansión oficial. Dejando aparte que ésta era un caserón con goteras, chimeneas atascadas y una fontanería que no funcionaba, era lógico que todos se sintieran impresionados por la casa y que las niñas disfrutaran correteando por los pasillos, las buhardillas y demás lugares. La feroz conservadora fiscal que es Sarah no podía transigir con el pedazo de avión que se compró su antecesor, Murkowski, pero tampoco con un chef particular, así que ambos desaparecieron, además de procurarse ellos parte de la comida, especialmente la carne y el pescado que se la cazaban y pescaban ellos mismos, dos actividades que los estúpidos liberales jamás entendieron y que más de una campaña en su contra les valió a los alasqueños, como aquella de pésima actriz de Hollywood en contra del control de depredadores practicado por el Estado como único medio de proteger a los alces y caribúes y evitar que desaparecieran masacrados por los lobos, provocando de paso la desaparición de la población nativa de Alaska que depende de su caza para sobrevivir.
¿Y Todd qué? ¿Qué tal llevó él eso de ser “Primer Caballero”? Pues lo llevó estupendamente. Sarah nos deja entrever lo que debieron ser las reuniones en Washington de la Asociación Nacional de Gobernadores, cuando él tenía que unirse al té con pastas de las Primeras Damas quienes (imagino porque soy un malpensado) que se darían más de un codazo por poder disfrutar del apuesto Todd a su lado. Para Sarah, Todd fue un “Primer Caballero” impecable que le ayudó mucho en su tarea y que asumió sus propias obligaciones sin querer contar siquiera con una oficina propia (algo a lo que tenía derecho por ley). Por su parte, los niños tuvieron sus buenos momentos, pero también los tuvieron malos cuando algunos miserables amenazaron a Willow con ser violada, algo que le sucedió también a Bristol quien incluso fue amenazada de muerte años más tarde, durante la campaña presidencial. Algo inevitable, tal vez, pero que no deja de causar mucha pena y que a más de uno le lleva a reflexionar sobre si vale la pena seguir el camino del servicio público sólo para encontrarse con esto.
Lo siguiente son algunas historias sobre cómo formó Sarah su círculo de asesores más cercano, entre cuyos miembros destacaban especialmente Meghan Stapleton y Kris Perry; el ambiente de Juneau y el proceso en marcha de fumigación de la plaga (léase políticos) maligna esa que el FBI llevaba años desarrollando y al que ahora se unía Sarah con su propuesta de reforma ética y que provocó más de un ataque de nervios entre los legisladores de ambos partidos; y la cuestión del matrimonio homosexual y la opinión de la propia Sarah a raíz de lo que dictaminó en su momento el Tribunal Supremo de Alaska al respecto y que ella, como gobernadora, no podía hacer menos que acatar. Además, la poco edificante historia de su director legislativo, una de sus escasas pifias a la hora de seleccionar a sus colaboradores, nos permite hacernos una idea de cómo era el día a día de la administración Palin. Y por si todo esto fuera poco, otra historia, la de la elaboración del primer presupuesto del Estado de Alaska en el que Sarah tuvo que usar las tijeras de podar para evitar el despilfarro a manos llenas al que tan acostumbrados estaban los politicastros de la legislatura, nos sirve de lección para aprender lo que es un conservador fiscal en acción y así saber distinguirlos de otras especies que se arrogan el mismo nombre pero que, a la hora de la verdad, no son más que lobos disfrazados de corderos. Lobos que se pusieron nuevamente de los nervios cuando Sarah logró sacar adelante su propia reforma ética y más de uno sintió que se le había acabado el cuento.
Como continuación de la historia de cómo logró Sarah sacar adelante el proyecto del gasoducto que habíamos dejado en el momento en que las grandes petroleras tuvieron que aceptar que esta vez iba en serio, Sarah nos cuenta la historia de AGIA, o la ley que permitió que ese proyecto fuera ofrecido honradamente al sector privado para que cualquier compañía del mundo hiciera su oferta, escogiendo la administración la que resultara más provechosa para ambas partes. También aprovecha para contarnos una nueva redada del FBI contra legisladores corruptos (es que había muchos y no tenían suficientes furgones para arrestarlos a todos de una sola vez por lo que parece). Otra sopa de letras, ACES, una ley que obligaba a las petroleras a repartir sus beneficios con el Estado de Alaska de una manera justa y equitativa y no como se hacía hasta entonces en que las petroleras apenas daban una propina al Estado, algo que tenían que agradecérselo al antiguo gobernador, Murkowski, quien tenía una manera muy peculiar de entender el interés público.
En 2007, Sarah, en su condición de comandante en jefe de la Guardia Nacional de Alaska, visitó a las tropas de Alaska destacadas en Kuwait, así como un hospital del Ejército en Alemania, en una visita que le impresionó mucho. Dos años más tarde, hizo lo mismo con las tropas en Kosovo, apreciando aún más si cabe el sacrificio de estos jóvenes a los que pronto se uniría su propio hijo, Track.
Sarah gobernadora, pero también Sarah mamá. Su hijo mayor, Track, en atención a que era el mayor debería haber sido el más problemático por eso de la adolescencia y de las hormonas revueltas, pero parece que fue siempre un joven muy sensato y tal y como confiesa ella misma, su única discusión con él en todos esos años juntos fue la referida a la posición en que debía jugar él en su equipo de hockey, ya que cada uno tenía una opinión diferente. Luego, cuando se alistó en el Ejército nada más terminar sus estudios secundarios, Sarah no pudo dejar de sentirse muy orgullosa de la decisión de su hijo aunque muy preocupada también por lo que le pudiera pasar.
Y de un hijo, el mayor, pasamos a otro, el menor. Fue en Nueva Orleans cuando Sarah descubrió que estaba embarazada de su quinto hijo. Prueba de la honradez con que ha redactado este libro es su confesión de que por un momento, un aciago momento, pasó por su cabeza la idea de abortar. Afortunadamente, supo descartar la tentación inmediatamente y su decisión de tener a su hijo fue ya firme, aunque no tiene reparos en reconocer que puede entender perfectamente a las madres que tienen ese pensamiento, pero reconociendo también que el problema no es nunca el hijo sino las circunstancias en las que ese hijo va a nacer. De cualquier forma, Sarah volvió a Alaska y no fue hasta un par de semanas después que pudo darle la noticia personalmente a Todd quien, como es lógico, se alegró muchísimo y hasta pensó que no estaría nada mal que fuera un chico esta vez, ¿eh?
¿Cuándo se enteraron de que su nuevo hijo tenía el síndrome de Down? Unos meses después, en una de las pruebas rutinarias que le practicaron a Sarah y en la que su doctora empezó a sospechar que pudiera ser que no estuviera todo bien. Finalmente, tras más pruebas, se confirmó esa impresión y Sarah tuvo que empezar a asumir que su nuevo hijo iba a ser un niño con necesidades especiales. Asustada ante la responsabilidad que se les venía encima y angustiada por saber si iban a ser capaz de hacer frente a ella, Sarah le dio la noticia a Todd quien la encajó de una manera tan excepcional que no puedo dejar de reconocer mi admiración por él y mi envidia por su carácter y su personalidad que, lejos de hacerle lamentar la situación, reaccionando con una calma tan extraordinaria y una fe en la capacidad de Sarah y suya para hacer frente al nuevo desafío que Dios les había planteado que me hace sentir aún más indigno, ya que reconozco que yo me hubiera sentido desolado ante la noticia. Y para que quede constancia de todo ello, reproduzco acto seguido el momento en que Sarah relata cómo le da la noticia y su reacción, una parte que cada vez que la leo me deja más sobrecogido aún:
[Todd] dejó las pruebas médicas a un lado y volvió su cara hacia la mía. “Estoy contento y estoy triste”, dijo.
Pensé que era perfecta la manera como lo había expresado porque era así exactamente. Era así como me sentía yo también.
Todd dijo: “Va a ir todo bien”.
Le pregunté si se hacía la misma pregunta que yo: “¿Por qué nosotros?”.
Pareció verdaderamente sorprendido por mi pregunta y respondió tranquilamente: “¿Por qué no nosotros?”.
A partir de ese momento, y a diferencia de muchos padres en la misma situación, Todd dejó de preocuparse porque iba a tener un hijo con síndrome de Down y empezó a preguntarse en cambio por cuáles serían las posibilidades del bebé, a preguntar a otras personas en la misma situación qué hacían y que no hacían sus hijos, a fijarse en otros niños con el mismo problema y, siempre, a confiar en Dios y en Su sabiduría a la hora de darles como misión la de cuidar de Trig. Es precisamente por ello que todo el mundo debería leer la carta que Sarah Palin escribió meses más tarde para dar a conocer a todos sus familiares y amigos que su nuevo hijo, Trig, iba a nacer con síndrome de Down. Escrita como si la hubieran recibido de parte de Dios Nuestro Señor, Sarah volcó en ella todas sus angustias finalmente resueltas y declara que acepta con ánimo sereno y amante la llegada de Trig como una prueba más de la bondad de Dios que les ha querido favorecer con un hijo tan perfecto como cualquier otro.
Para todo padre es un orgullo ver a su hijo convertirse en un soldado del ejército de Estados Unidos. No lo iba a ser menos para Sarah y Todd cuando Track completó finalmente su entrenamiento básico y adquirió oficialmente el rango de soldado de infantería. Sin embargo, resulta ridículo leer la de problemas que tuvo que sortear Sarah para poder salir de Alaska el tiempo justo para poder estar presente en la ceremonia de graduación de Track en Georgia, gracias a la cada vez más inenarrable estupidez de los politicastros que pululaban por Juneau y que llegaron a hacer de esto una cuestión de Estado. Es una lástima que los del FBI no se dieran otra vuelta por ahí a ver si arramblaban de una vez por todas con los que todavía quedaban.
Y, por supuesto, Todd Palin no es sólo el marido de Sarah y el padre de Track, sino también el deportista que ha ganado cuatro veces la Iron Dog, la carrera de motos de nieve más larga y dura del mundo. Un repaso a su historial y a lo que supone correr esa competición no podía faltar en este libro, así como la historia de cómo Trig se empeñó en nacer bastante antes de lo previsto, justo cuando sus padres estaban en Texas en una conferencia y Sarah tuvo que volar deprisa y corriendo a Alaska apenas terminó de pronunciar su discurso no fuera a ser que tuvieran un tejano en la familia en lugar de un alasqueño más. Y si bien la alegría de la familia por el nacimiento de Trig era evidente, el anuncio de Bristol, la hija mayor, poco después del nacimiento de su nuevo hermanito, de que con diecisiete años ya estaba embarazada no dejó de ser una noticia que les entristeció a todos, no sólo por la moralidad de la situación sino también por lo que eso suponía para la propia Bristol cuyo futuro iba a cambiar irremediablemente y posiblemente a peor. Sin embargo, no había nada que hacer y la familia Palin asumió la situación y se dispuso a hacerle frente como han hecho siempre: todos juntos y con plena fe en Dios. Trig iba a tener otro tío, que se iba a llamar Tripp, y con éste iba a ser además compañero de juegos, de guardería y puede que con el transcurso de los años hasta de equipo de hockey.
De nuevo, problemas con las compañías petrolíferas que no cejaban en su empeño de seguir haciendo lo que les diera la gana, un vicio al que se habían acostumbrado demasiado con los anteriores gobernadores. En este caso se trataba de ExxonMobil que llevaba años disfrutando de una concesión petrolífera en la que no había perforado ni un triste agujero. Harta de esa situación, Sarah amenaza a la compañía con quitarles la concesión y la nueva guerra se saldó con otra victoria de Sarah, algo que es de agradecer porque a veces conviene recordar que no siempre los malos son los que ganan en la vida real.
Ya hemos repasado una de las pifias de Sarah a la hora de nombrar a sus colaboradores: su antiguo director legislativo, un vago de siete suelas del que le costó lo suyo deshacerse. Sin embargo, hubo otro: su comisionado de Seguridad Pública, Walt Monegan. Su historia está muy relacionada con la del posterior Troopergate y Sarah la explica tal y como fue, algo que ya hemos visto en otras partes (incluso en este blog). Sencillamente, Monegan era un incompetente que además acabó insubordinándose gravemente por lo que Sarah le ofreció una salida digna, pero él se negó a aceptarla y prefirió marcharse. Y aquí acabó todo hasta que una conjura entre los dirigentes de un sindicato policial y los politicastros del Partido Demócrata empezaron a liar las cosas en lo que más adelante iba a ser el Troopergate. Una repulsiva historia de politiquería de la peor calaña.
Por fin, el proyecto del gasoducto llega a su fin y es adjudicado a la compañía canadiense TransCanada-Alaska que hizo una oferta realmente buena, superando en mucho todos los requisitos exigidos por el Estado. Ése fue el mayor éxito de Sarah y la culminación de veinte meses de duro trabajo tras los cuales podían decir perfectamente que habían conseguido mucho más de lo que hubiera conseguido otra administración siquiera en veinte años. Sarah era una gobernadora exitosa y su popularidad batía records. No es extraño que hubiera ya quien le siguiera la pista.
Y para terminar esta entrada, una foto de Sarah preparando hot dogs, sonriente como siempre y feliz de poder conocer a cuanta más gente, mejor. ¿Y aún hay quién se sorprende del entusiasmo que despierta esta mujer? ¿Cuántas veces tiene uno la posibilidad de pedirle a su propia gobernadora que le eche más mostaza en su hot dog? Por lo que a mí se refiere, ni se me ocurriría poder pedirle siquiera a mi alcalde un pincho de tortilla de patatas. ¿Él, tratarse con los miserables como yo? Vamos, ni habiéndome fumigado previamente los de Sanidad durante media hora seguida condescendería a darme la mano… a menos que hubiera elecciones la semana que viene, claro. ¡Malditos politicastros!