America by Heart. Un resumen (V)

23/01/2011

 

Ya lo tengo decidido: será a través de Bubok. Me refiero a la publicación de mi libro, America is Ready! Tanto me han insistido ustedes en que lo hiciera así que no he podido por menos que hacerles caso. He estado mirando cómo funcionan las cosas por ahí y me parece que me las podré apañar. La verdad es que reconozco que el resultado será mucho mejor, pero me sabe mal que tengan que gastarse el dinero en ello. Procuraré ajustar el precio lo máximo posible y les aseguro que mi margen será en exclusiva el justo para cubrir los gastos. Mi intención es que nadie pueda quedarse sin el libro por cuestiones económicas. Estoy trabajando todo lo que puedo para tenerlo listo para el 14 de marzo, segundo aniversario de este blog, pero aún no sé si podrá ser. Lo que sí que les prometo es que no lo publicaré hasta que esté seguro de que no lo puedo mejorar más. Es lo menos que se merecen ustedes.

¡Vaya pedazo de foto que les he puesto! Es casi un poster, je, je, je. Bueno, es que es un poster. ¿Se imaginan que la habitación de quién decora?

Capítulo cuarto: Raising (Small-r) Republicans (Criando republicanos con r minúscula)

Que su familia es lo más importante en esta vida para Sarah, ya lo sabíamos. Por eso no es ninguna sorpresa su confesión en tal sentido con la que abre este nuevo capítulo. Y como muchas otras madres en todo el mundo, ella también marca el tiempo asociándolo a los diferentes sucesos que acaecen en su familia como, por ejemplo, recordando que la última vez que estuvo en Ohio fue justamente cuando a Piper se le cayó uno de los dientes de arriba.

En estos tiempos cuando tanto se denigra a la familia, resulta reconfortante leer como Sarah sigue poniéndola por delante de cualquier otra cosa y reconociéndola como la base de su vida. Su familia le conforta, le protege y le ayuda a mantener los pies sobre la tierra.

Aprovechando el recuerdo de sus vacaciones infantiles recorriendo el Chilkoot Trail, el camino de cincuenta kilómetros que era la puerta de entrada de los pioneros que buscaban su fortuna en el antiguo territorio de Alaska, Sarah nos explica la gran enseñanza que supuso para ella el ver cómo al ser los niños Palin demasiado pequeños para cargar con una pesada mochila, era su padre, Chuck, quien se deslomaba acarreando con todo el peso del equipo necesario para su semana larga de acampada, haciéndolo gustoso para que sus hijos pudieran disfrutar del recorrido, aprendiendo de paso una historia importante, la de su estado, un estado construido con esfuerzo y dedicación y con mucho, mucho sudor.

Por supuesto, muchas feministas han clamado (y siguen clamando) contra la familia diciendo que impide a una mujer ejercer su libertad, pero para Sarah la familia ha supuesto precisamente lo contrario. En primer lugar, porque la familia no es sólo donde naces sino también a quien escoges –o sea a Todd, a quien reconoce como su socio en todo: “en la vida, en el amor y peleando contra el New York Times” y reconoce también la gran suerte que ha tenido conociéndolo. En segundo lugar, porque a ella su familia no le ha coartado en absoluto sino, antes al contrario, le ha supuesto una motivación. Cuando le preguntaron durante la campaña electoral cómo lo haría para equilibrar su vida familiar con sus deberes como vicepresidenta si ganaban las elecciones, se maravillaba de que no entendieran que ella no tenía nada que equilibrar porque los Palin lo hacen todo juntos y si hubieran ganado, allí estarían todos en la Casa Blanca bregando todos con ello, no sólo ella. De paso, aprovecha para mandarle un recado a la estúpida periodista progre que le hizo la pregunta al imaginarse que le hizo la misma pregunta a todos los candidatos y no sólo a ella, ¿verdad?

La familia Palin lo hace todo junto. Y ello les ayuda a entender que ninguno de ellos es el más importante sino que, antes al contrario, lo que es importante para uno de ellos, lo es para todos. Y que los desafíos se afrontan mucho mejor haciendo piña todos juntos. Porque nadie está libre de esos desafíos y alguien que pretenda lo contrario le resulta muy difícil de creer a menos de que se trate de alguien tan aburrido y vacío que sea difícil de imaginárselo. Por ejemplo, el embarazo de Bristol con apenas diecisiete años. Pues claro que fue un palo para ellos saber la noticia. Eso sucedió cuando ella era gobernadora de Alaska y bregaba con la tarea de dirigir el estado más extenso de la Unión mientras Todd trabajaba en los campos petrolíferos de North Slope, angustiados por la decisión de Track de alistarse en el Ejército, cuidando al resto de sus hijos menores y a la espera de que el aún no nacido Trigg viniera al mundo.

Sarah reconoce que pensaba que Bristol era ya lo bastante sensata para tomar siempre las decisiones adecuadas, pero que se equivocó y lo lamenta. Es cierto que su nieto, Tripp, es una bendición y Sarah aprovecha para explicarnos que fue ella quien estuvo con Bristol en el paritorio y que fue ella quien cortó el cordón umbilical porque el cretino del padre de la criatura (opinión mía, que Sarah no dice nada al respecto) no estaba allí todavía. Sarah se sentía feliz por la llegada de su nieto, pero también sabía que eso tendría que haber pasado diez años más tarde y no ahora.

Ser padre adolescente supone mucho trabajo y muy poca diversión. Bristol lo comprendió pronto y lo asumió: volvió al instituto, trabajó a tiempo completo, cuidó de un bebé que les dio muchas noches sin dormir, etc.

Y con respecto al cretino del padre de la criatura (de nuevo opinión mía), Sarah reconoce que más de una vez se tuvieron que morder la lengua a medida que el niñato pretendía labrarse una carrera en el show business más repulsivo, contando mentiras acerca de todos ellos. Cierto que no toda la culpa era suya porque estuvo mal aconsejado por adultos dispuestos a aprovecharse de “un niño confuso”. Pero aunque no toda la culpa fuera suya, una buena parte sí que lo era. Las mentiras que contaba eran excesivas y Track, en Irak por aquel entonces, rabiaba teniendo que saber lo que ese majadero explicaba sobre su familia. Mejor tal vez para el cretino que estuviera tan lejos de su alcance porque si no quizás sí que hubieran tenido más que palabras los dos ex compañeros de equipo de hockey.

También Willow y Piper sufrieron por ello. Sarah confiesa que sintió un poco de vergüenza también por la situación porque eran una familia “normal” y eso se suponía que no les debía haber pasado nunca. Confiaba en que todo acabaría pasando, pero a veces tenía sus dudas y ella y Todd sentían que no podían más.

Si lo superaron finalmente fue gracias a las palabras de Helen Keller: “El carácter no puede desarrollarse en calma y silencio. Sólo a través de la experiencia de la prueba y el sufrimiento puede el alma fortalecerse, inspirar la ambición y el éxito conseguirse”. Y eso fue lo que les pasó a los Palin durante esos dos últimos años. De esa prueba, de ese sufrimiento, los Palin han salido robustecidos y formando una familia mucho más unida que nunca.

Y después del sufrimiento, la alegría de tener un nuevo hijo. Algo que a pesar de repetirse a diario por todo el mundo no deja de ser único e irrepetible cada vez que sucede como bien reportó The Onion cuando publicó un artículo titulado: “El milagro de la vida sucede de nuevo por 83 billonésima vez”, la primera cita de Sarah en este capítulo tan personal.

Y la siguiente cita, sin que sirva de precedente, es de la propia Sarah, de Going Rogue: “El 20 de abril de 1989 mi vida empezó realmente. Ese día fui mamá”. Fue el día del nacimiento de su primer hijo, Track, y es cierto que su vida cambió por completo. Y es que la paternidad lo hace siempre porque es en ese momento cuando comprendes que no todo el mundo gira alrededor de ti aunque a veces esa comprensión llegue un poco después. Y cuando comprendes eso, te conviertes en una persona mejor. Una nueva cita de un libro de Tony Woodlief titulado Somewhere More Holy, le sirve a Sarah para ilustrarnos sobre cómo el corazón de una madre (y de un padre) cambia cuando Dios les concede la bendición de un hijo a través de la historia de una madre a quien sus cuatro hijos interrogan para saber a cuál de ellos quiere más y como ella logra convencerlos de que los quiere a todos por igual porque su corazón es como una casa llena de habitaciones y cada uno de ellos tiene una habitación para él solo.

Una familia es algo ordinario y sagrado; son pañales sucios y algo tan santificado como el agua bendita. Y el resultado final de todo ello es lograr hacer de nosotros las personas que se supone que vamos a ser finalmente. Y en contra de aquellos padres que hablan tanto de “calidad” del tiempo que pasan con sus hijos para justificarse por el poco tiempo que pasan con ellos, Sarah afirma que lo importante es precisamente la cantidad. Los momentos mágicos entre unos padres y sus hijos no se pueden programar así que hay que estar ahí todo el tiempo posible, algo en lo que le apoya Fred Barnes, editor del Weekly Standard, en una nueva cita sobre su propia experiencia con cuatro hijos que, resumida, viene a decir que ser padre significa simplemente estar ahí.

Mirar a la cara de un bebé es la prueba viviente de la existencia de Dios. Uno no podría haber creado algo tan maravilloso por su cuenta. Y eso es el gran don de la familia: poner las cosas en su sitio y hacernos comprender que lo mejor de la vida no siempre es limpio o predecible, pero que precisamente por eso le añade excitación a lo que supone tener una familia.

Una nueva cita: un anuncio de una campaña pro-vida que simplemente mostraba la cara de unos niños alegres y sonrientes con una voz al fondo que explicaba que todos esos niños tenían algo en común: habían sido embarazos no previstos que bien podrían haber acabado en un aborto, pero que sus padres lo asumieron y descubrieron que a veces las mejores cosas en la vida no son planeadas y que la vida es siempre una maravillosa elección.

A Sarah le preocupa mucho el camino que ha tomado su país bajo la presidencia de Obama, pretendiendo que la gente se abandone al Estado para que sea éste quien se haga cargo de todo, lo que supondrá que pueda parar “el ascenso de los océanos y sanar el planeta”, sólo con más dinero de los contribuyentes y más control burocrático. Pero esto es casi una religión, no política. Y es la familia lo único que puede revelar la falsedad de esta pretensión, especialmente el amor que sentimos por nuestros hijos. A Sarah le pasó cuando oyó cómo la hija de once años de Obama, Malia, le preguntó un día inocentemente a su padre si había tapado ya el agujero [se refería al vertido de petróleo en el Golfo de México]. Sarah imagina que eso debió hundir toda la presunción de Obama al comprender que ni siquiera él, el hombre más poderoso del mundo, podía tapar ese agujero por más que la fe de una hija en su padre pueda obrar milagros. Pero es que los estadounidenses no son niños y Obama no es su padre.

Leyendo Witness, su nueva cita, la autobiografía de Whittaker Chambers, un estadounidense que espiaba para la Unión Soviética en los años 30 y que renunció al comunismo y descubrió a más espías infiltrados en los Estados Unidos, Sarah resalta la carta que Chambers escribió a sus hijos en la que describe el momento en el que comprendió la intrínseca falsedad del comunismo simplemente contemplando a su hija pequeña y dándose cuenta de que sólo Dios podía haber creado algo así. Su hija no era una mera casualidad biológica. Y como lo descubrió Chambers, lo descubre cada día cada padre y cada madre del mundo. Sus hijos son una bendición de Dios y la paternidad y la experiencia de tener una familia te saca de tu solitario yo y te lleva a formar parte de una gran comunidad. Cuando eres padre, padrastro o de alguna manera tienes la responsabilidad de una vida, tienes esa vida en tus manos y quieres asegurarte de que el mundo es un lugar seguro para él.

Un nuevo apartado de este capítulo nos lleva a la Constitución. ¿Por qué no hay ni una sola referencia a la familia o al matrimonio en ella? Sencillamente porque en 1787 lo que los Padres Fundadores pretendían era establecer una forma de gobierno respetuosa con los principios de la Declaración de Independencia y no inmiscuirse en la vida privada de los estadounidenses.

Y es que en aquellos tiempos la cuestión de la familia no estaba en la agenda política. Una cita de un libro de 1782 escrito por un francés emigrado a los Estados Unidos llamado J. Hector St. John de Crèvecoeur recoge en forma de cartas la maravilla que supone tener hijos y el placer que representa el ayudar como padre a formar sus caracteres, reprendiendo sus pequeñas faltas y estimulando sus buenas acciones como han hecho toda la vida todos los padres en todo el mundo y como es su obligación. Los Padres Fundadores entendían que eso estaba fuera del campo de actuación del gobierno y que una república sana se fundamenta en ciudadanos virtuosos que son criados así por sus respectivas familias y no por el gobierno. Para algunos, eso ya no sirve puesto que los Padres Fundadores eran hombres blancos y, en consecuencia, no representativos de lo que los Estados Unidos han llegado a ser. Pero hay una excepción: Abigail Adams, la esposa de John Adams, el segundo presidente. Las cartas cruzadas entre ellos dos constituyen la nueva cita de Sarah, especialmente aquella en la que Abigail le recuerda a su marido, entonces en Filadelfia ayudando a redactar la Constitución, que no se olvidara de las mujeres cuyo patriotismo, a pesar de estar excluidas de la vida pública, no desmerece en absoluto del de los varones.

También trataban sobre el cuidado de sus hijos, estando ambos de acuerdo en que, tal y como escribió posteriormente Adams, “los fundamentos de la moralidad pública residen en las familias particulares” y que sólo el amor por el bien común, el interés público, el honor, el poder y la gloria permitirán que exista un gobierno republicano y una auténtica libertad. Es decir, criar republicanos con r minúscula significa criar buenos y decentes hijos.

Para los Padres Fundadores estaba claro pues que debían ser las familias las que inculcaran a sus hijos los hábitos y la disciplina necesaria para que los niños se convirtieran en adultos responsables. Formar parte de una familia nos enseña a confiar y respetar a los demás, poner sus necesidades por encima de las propias y evitar las decisiones cortas de vista a la hora de planificar el futuro. Y si la República dependía de sus ciudadanos, los ciudadanos esperaban de la República que defendiera su libertad. Y como Allan Carlson, un experto en temas familiares, explica en uno de sus libros, es la reserva de los poderes de los estados (Décima enmienda) y de los derechos del pueblo (Novena enmienda) en la Constitución la primera salvaguarda contra los experimentos sociales a los que se puede sentir tentado cualquier gobierno.

Y es que el gobierno actual ha abandonado por completo la idea de un gobierno que resida en una institución familiar fuerte y que respete la libertad y los derechos de esas familias, algo que los Padres Fundadores jamás pretendieron que sucediera.

¿Y qué ha socavado más la institución familiar que el divorcio y los hijos sin padre? Algo que empezó a darse en los años 60 y que es ahora cuando demuestra sus consecuencias: altas tasas de delincuencia, abuso de drogas y dependencia del estado del bienestar. El huracán Katrina fue un desastre natural, pero una de sus consecuencias posteriores fue revelar la existencia de una población dependiente del gobierno e incapacitada por la destrucción de la institución familiar.

Algunos hablaron entonces de racismo, pero los datos son claros: el 70% de los niños negros nacidos en 2004 en los Estados Unidos lo eran de una mujer soltera; la pobreza entre los negros en Nueva Orleans alcanzaba entre el 60 y el 80%. La falta de padre se traduce rápidamente en altas tasas de criminalidad (en Nueva Orleans es cuatro veces superior a la de ciudades de tamaño similar), fracaso escolar y abuso de drogas.

Sin embargo, aunque fue en Nueva Orleans donde las imágenes fueron más impactantes, el Katrina golpeó a toda la costa del Golfo de México. ¿Por qué esa diferencia con el resto de estados afectados? Sencillamente porque en el resto de ciudades la institución familiar persistía, no porque a George W. Bush “no le preocupan los negros”, como dijo uno.

Ya en 1965, Daniel Patrick Moynihan, un funcionario del Departamento de Trabajo bajo la administración Johnson, redactó un informe alertando de lo que supondría para los negros el abandono de la familia estable, reconociendo que la mayor bendición que un niño puede tener es una vida familiar ordenada, estable y disciplinada. Por supuesto, las elites liberales de Washington le crucificaron por eso y le acusaron de racista y de culpar a las víctimas.

Y como que valor para enfrentarse con la estupidez no le falta a Sarah, acto seguido opina sobre lo que sucedió en su momento con aquella serie de éxito, Murphy Brown, cuando en 1992 la protagonista decidió tener un hijo y criarlo ella sola, sin contar con el padre de éste. Al día siguiente, el entonces vicepresidente, Dan Quayle, comentó que era una pena que los guionistas de la serie decidieran mofarse de la importancia del padre en el cuidado de su hijo y considerarlo simplemente como “otro estilo de vida”.

Como que era año electoral, los Clinton se lanzaron sobre Quayle y le dijeron de todo menos bonito, lo que supuso el final de sus aspiraciones a suceder a George H. W. Bush como presidente. Pero la verdad es que Quayle tenía razón y así lo reconoció The Atlantic Monthly unos pocos años después cuando aceptó que la familia importa y que los padres también. La izquierda pretende que cualquier grupo de gente a la que escojamos ponerle el nombre de “familia” sirve, pero eso no es así cuando se trata de criar a un hijo. Y tampoco es cierto que el divorcio no afecte a la calidad de vida de los hijos.

Una nueva cita abunda en esto. La de James Q. Wilson comentando en el Wall Street Journal los efectos perniciosos de la falta del padre en los niños y advirtiendo de la importancia de hacer más caso de la experiencia humana que de la teoría política progresista cuando se trata de este caso. Y es que está más que demostrado que la desorganización familiar conduce a la delincuencia en los barrios pobres y que para evitar la pobreza basta con tres cosas: acabar el instituto, casarse antes de tener hijos y tenerlos sólo después de los veinte años. Sólo el 8% de los que hacen eso son pobres mientras que quienes no lo hacen son pobres en un 79%.

Bristol Palin cometió un error y lo reconoce y por más que algunos la acusen ahora de hipócrita, su trabajo en Candie’s Foundation advirtiendo a los jóvenes estadounidenses que la abstinencia sexual es el mejor método para evitar un embarazo no deseado va a continuar. Porque es una Palin y los Palin no se sientan y se callan. Y porque entre Bristol y Murphy Brown, Sarah escogerá siempre a Bristol. Como nosotros también.

Y mientras tanto, los Palin siguen viviendo sus vidas. Todd, Track, Bristol, Willow, Piper, Trig… De todos ellos Sarah nos da unos apuntes acerca de cómo están siendo sus vidas ahora mismo. Pero mientras la suya va haciendo, las familias de todos los estadounidenses están sometidas a un constante asalto por parte del gobierno. Y lo peor de todo es que la izquierda justifica todas sus atrocidades en nombre “de los niños”, lo que se ha convertido en algo así como la raza en una discusión: una manera de cerrar bocas. Si es por los niños, no hay nada que oponer.

Pero es que no es el Estado el que tiene que cuidar de los niños, sino nosotros mismos. Y como explica el reverendo Bil Banuchi, esa obligación de cuidar de los niños, de todos los niños, está en la Biblia, pero Jesús dio ese mandamiento a personas libres, no al Estado. Jesús siempre se dirigió a las propias personas y nunca a un gobierno porque Él hablaba a los hombres cara a cara. Y la única causa “en nombre del los niños” en la que Sarah reconoce que puede creer es la de la lucha por el futuro de las familias estadounidenses.

Y en la próxima entrada hablaremos sobre varias cosas: la revocación (que todavía no es tal, por desgracia) de Obamacare, algunos datos sobre el mensaje de Sarah Palin tras el tiroteo de Arizona y más cosas. Será variado, ciertamente.


America by Heart. Un resumen (IV)

10/01/2011

 

Me pregunta nuestro amigo Santi si he vivido en los Estados Unidos. Pues no, no he tenido esa suerte. Pero no descarto hacerlo algún día si logro encontrar una manera de ganarme la vida allí. Creo que en ese caso me iría a Texas; en Alaska hace demasiado frío y total… para lo que le queda a Sarah para ser ella la que se mude a Washington, D.C. Por cierto, y hablando de Alaska, aquí van algunas pinceladas más sobre el censo de 2010: Alaska tiene 710.231 habitantes (ha ganado un 13,3% con respecto al anterior censo de 2000), una densidad de población de 1,2 personas por milla cuadrada (que viene a ser unas 0,7 personas por kilómetro cuadrado) y en Wasilla residen ahora mismo 9.236 personas. ¡Gracias a Trig ya están más cerca de las 10.000!

Una foto de Sarah Palin sin gafas. De las pocas que hay. Y desafiando a los elementos. Y diciéndome: “¡Bob, eres un gallina! ¿Cómo pones esa cara con el buen día que hace hoy? Si sólo estamos a -20º C…”. Lo dicho, cuando pueda me las piro a Texas.

Capítulo III: America the Exceptional (Estados Unidos, los excepcionales)

Sarah comienza este capítulo reconociendo a su pesar un hecho: actualmente, si uno intenta decir algo bonito sobre los Estados Unidos es tildado rápidamente de fanático, uno de esos que, tal y como dijo alguien, se aferran a sus armas, su Dios y su país. Y no sólo eso, sino que ni siquiera se le concede el beneficio de la duda de que los Estados Unidos puedan estar equivocados; simplemente es que son malos.

Recordando lo que pasó este verano pasado en Arizona cuando se aprobó una ley que permite a los agentes de policía preguntar a los sospechosos de vulnerar la ley sobre su situación legal en el país en caso de tratarse de personas extranjeras, Sarah se sorprende de la reacción de la administración Obama, de quienes se supone que conocen la ley mejor que un particular, quien puede malinterpretarla, que poco tardó en iniciar una nueva ronda de autoflagelación delante de mandatarios extranjeros como los chinos o los mexicanos, conocidos todos ellos por su inmaculado respeto a los derechos humanos en sus respectivos países.

Y es que ni siquiera los Estados Unidos pueden estar siempre equivocados. Alejándose tanto del patrioterismo como de la constante denigración, Sarah aboga por un punto medio que permita a los estadounidenses reconocer y sentirse orgullosos de la grandeza de su patria sin por ello cerrar los ojos ante sus debilidades.

No siempre fue esto así en el Partido Demócrata. En el discurso inaugural del presidente Kennedy, éste, aunque no llegó a pronunciar la expresión “excepcionalismo americano”, mantenía su espíritu, pero es que cualquiera se imagina ahora a un demócrata haciendo lo mismo cuando la norma es, por el contrario, asumir que los Estados Unidos son peores que otro país y además hipócritas, irresponsables y necesitados siempre de enmienda, tal y como hace vergonzosamente Obama por todo el mundo desde que asumió el cargo. Y para Sarah, los Estados Unidos están hartos ya de eso y buscan líderes que se enorgullezcan de su país cada día y no sólo cuando su marido gana unas elecciones (y todos sabemos a quién se refiere, ¿verdad?).

¿Qué hace excepcional a los Estados Unidos? Para Sarah, la respuesta está clara: la Décima Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Ésa que dice que los poderes no delegados a los Estados Unidos (o sea al gobierno federal) por la Constitución ni prohibidos a los estados por ésta misma están reservados a los estados y al pueblo. Y ésa es la base de todo: nosotros (los estados y los ciudadanos) damos el poder al gobierno federal y no al revés. Nosotros somos soberanos. ¿Su aplicación práctica? Que el mejor gobierno es el que está más cerca de sus gobernados.

Sarah recuerda entonces los tiempos en que Alaska aún no era un estado, carecía de representación en Washington, D.C. y el gobierno federal regía sus destinos desde lejos, perjudicándoles en algunos casos, como cuando promulgó una ley llamada la “ley Jones” cuya consecuencia fue incrementar el coste de los bienes destinados a Alaska, perjudicándoles. Y para ilustrar el caso, cita un fragmento de un discurso de 1955 pronunciado por un demócrata alasqueño, Ernest Gruening, en el que éste comparaba la situación de Alaska entonces, sometida a impuestos sin contar a cambio con representación política, con la vivida en tiempos de la Revolución Americana, clamando porque Alaska se convirtiera de una vez en un estado con todos los derechos.

Es la Décima Enmienda la que hace a los Estados Unidos lo que son al maximizar la libertad de sus ciudadanos y restringir el poder del gobierno distante, tal y como reconoció Thomas Jefferson en 1791, algo que está amenazado hoy en día cuando el gobierno federal aspira a ocupar cada vez más parcelas de poder.

Con la expresión “excepcionalismo estadounidense”, Sarah entiende el reconocimiento de que los Estados Unidos atesoran una serie de valores y cualidades dignos de ser preservados y que les convierten en un modelo para el mundo, pero ello sin pretender ser mejores que los demás o arrogarse el derecho a decir a los demás lo que tienen que hacer o cómo vivir sus vidas. La misma concepción que desarrollan Richard Lamy y Ramesh Pannuru en un artículo de National Review que constituye su primera cita. Además, esa idea es más vieja que los propios Estados Unidos, pues los Padres Peregrinos que llegaron en el siglo XVII ya la traían con ellos cuando hablaban de fundar “una ciudad sobre una colina” que sería “la luz del mundo”.

Curiosamente, el primero en reconocer ese excepcionalismo fue un europeo, Tocqueville, en su libro Democracia en América de 1835, fundamentándolo entonces en sus costumbres (sobre todo en su herencia religiosa), su ley (especialmente su apego al federalismo) y las propias características del territorio estadounidense. Y además de eso, su pasión por gobernarse a sí mismos, sin esperar a que ninguna autoridad central les diga lo que tienen que hacer.

Cierto que a regañadientes, pero incluso otros países, tal y como reconoce el sociólogo Charles Murray, no han tenido más remedio que admitir que los Estados Unidos son diferentes, siquiera por su eterno optimismo, su ausencia de envidia ante el éxito de otros, lo que les permite celebrar ese éxito en lugar de sentirse resentidos, y el firme convencimiento por parte de los estadounidenses de que sólo ellos deciden su propio destino, algo que a los intelectuales europeos les pone frenéticos.

La humildad es una virtud, dice Sarah, porque reconocer esto no tiene que llevar a la arrogancia tampoco. Es simple justicia. Y si los Estados Unidos han sido buenos para los propios estadounidenses, también lo han sido para el resto del mundo. Y fue Ronald Reagan quien dejó claro en una carta escrita personalmente de su puño y letra a Leonid Brezhnev en 1981, la siguiente cita, que los Estados Unidos jamás pedirán perdón por su liderazgo del mundo.

Lamentablemente, los dirigentes estadounidenses actuales ya no creen en ese excepcionalismo, sino que piensan en los Estados Unidos como en un país más. Obama piensa que todos los países son excepcionales, lo que es lo mismo que creer que ninguno lo es, algo que Sarah ilustra con una cita de la película de dibujos animados Los increíbles (sí, sí, la sabiduría salta donde uno menos se la espera).

Así, por ejemplo, Sarah recuerda que en los Estados Unidos no hubo impuesto sobre la renta hasta 1861 y que aún entonces fue una medida temporal para ayudar a costear la Guerra de Secesión. Así fue y en 1871 desapareció, pero volvió en 1913 cuando la Decimosexta Enmienda lo autorizó definitivamente.

Y encima, todo lo hacen en nombre de una buena causa: asegurar a los que no tienen seguro, por ejemplo. Sarah recuerda entonces su lucha por evitar que los dólares del famoso Plan de Estímulo de Obama socavaran el autogobierno de Alaska. Así, aceptó la parte del plan correspondiente a la construcción de infraestructuras y el suministro de atención sanitaria a los más desfavorecidos, pero rechazó el resto porque implicaba ceder su soberanía al gobierno federal. Los legisladores estatales gritaron y amenazaron, pero ella se mantuvo firme, sólo para ver cómo una asamblea estatal controlada por los republicanos se saltaba su veto y aceptaba esos fondos y con ellos el control de sus asuntos por parte de Washington, D.C.

La lucha es difícil, reconoce Sarah, sobre todo cuando los partidarios del “gran gobierno” han trabajado tanto para igualar el concepto de “derechos de los estados” con algo que suena muy racista y muy segregacionista. Lo que subyace bajo esta ofensiva es la creencia de que los estadounidenses son niños y deben ser tratados como tales durante toda su vida, indicándoles constantemente qué es lo que más les conviene. Una nueva cita de una revista, The Freeman, conteniendo el texto de una resolución adoptada por la asamblea legislativa de Indiana en 1947, clamando por la reducción del gobierno federal y la devolución de su soberanía a los estados nos lleva a unos tiempos en que todos pensaban así. Por supuesto, Washington no hizo caso y no fue hasta 1982 cuando Ronald Reagan lo recordó durante una visita a Indiana, al tiempo que reconocía la justicia de su petición.

Otro aspecto del “excepcionalismo estadounidense” en peligro es la pérdida de confianza en el mercado libre y el trabajo duro. Ahora la moda es pedir ser como Europa con su sanidad gratuita, su mes de vacaciones cada año, sus beneficios sociales… y su desempleo de dos cifras y un estado en bancarrota como es el caso de Grecia, Portugal… ¡y España! (Sí, amigos, Sarah nos cita, pero maldita la gracia que me hace).

Para Sarah, todo esto no es más que otro ejemplo de la distancia entre las elites intelectuales y los ciudadanos. Para ella, la base de la prosperidad de los Estados Unidos reside en la capacidad del sistema de permitir a cada uno perseguir su sueño en una nación de soñadores dispuestos a luchar por hacerlos realidad, donde todo el mundo ansía mejorar su suerte y por ello no odian a quien lo ha logrado sino que, antes al contrario, lo admiran y lo toman como ejemplo. Y es eso precisamente lo que ha evitado las luchas de clases en los Estados Unidos: la voluntad de prosperar de todos, trabajando duro y aprovechando sus oportunidades.

Citando a Paul Ryan, el congresista republicano por Wisconsin, Sarah comprende que los Estados Unidos no quieren un gobierno que les diga que ése es su lote en la vida y que se conforme con él porque lo que los estadounidenses quieren de verdad es un gobierno que les ayude a conseguir un lote mejor. Y ello sin olvidarse de los que no tienen suerte, que merecen disponer de una red por si acaso, pero anteponiendo la libertad de intentarlo a las excusas para no tener que hacerlo. ¿Un ejemplo? La película de Will Smith En busca de la felicidad, la historia de Chris Gardner, quien se elevó de la miseria a la riqueza al más puro estilo estadounidense: trabajando duro, durísimo y nunca olvidando cuál era su objetivo. Otra cita: una de su propio marido, Todd, cuando repite constantemente a sus hijos que Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos. Y una tercera: la del fundador de la NBC, David Sarnoff, recordando que nadie nos debe nada y que, en consecuencia, uno no puede estar esperando a que alguien (el estado, generalmente) le dé lo que debe conseguir por su cuenta.

La perseverancia combinada con la libertad económica puede hacer milagros. Es la esencia del sueño americano: cualquier cosa puede suceder. Es cierto que se puede fracasar, pero también que uno puede recuperarse de un fracaso e intentarlo de nuevo. Y la función del gobierno federal debe ser la de asegurarse de que las condiciones son iguales para todos, que el campo de juego está nivelado y no cómo está haciendo ahora, favoreciendo a unos en detrimento de otros.

La toma de control de la industria automovilística, el rescate bancario, etc… Todo eso hace que ese campo de juego no esté nivelado y que el libre mercado esté en peligro, suplantando la política a las buenas ideas, el trabajo duro y la perseverancia.

Sarah sabe de ello. En Alaska se las tuvo tiesas con las grandes compañías petroleras, pero pudo con ellas. Justo lo contrario que en Washington, D.C, hoy en día. Cuando más poder económico y más industrias posea el gobierno federal, más política entra en juego y menos libre mercado. Y bajo esas condiciones, quienes ganan siempre son los grandes y quienes pierden, los pequeños.

A Sarah le disgusta que los grandes de Wall Street se hayan ido de rositas de esta crisis y nos habla de que una cosa es ser pro-mercado y otra ser pro-negocios. Un gobierno sensato promueve el mercado libre y no escoge ganadores y perdedores entre los diferentes negocios. Y lo ilustra con una cita de Luigi Zingales, un economista de la Universidad de Chicago que abunda en el mismo tema.

Y otro economista: Milton Friedman, quien incluso hizo una serie de televisión titulada Libertad de elegir, igual que su famoso libro, donde uno de los ensayos que dio a conocer fue uno de Leonard Read titulado “Yo, el lápiz”, donde con el relato del proceso de fabricación de un simple lápiz ilustra de qué manera la libertad económica nos favorece a todos y cómo la intromisión del gobierno nos perjudica. Y eso es algo que los socialistas jamás han podido (o querido) entender: que en una economía libre, los particulares cooperan entre ellos. Es la famosa “mano invisible” de Adam Smith en que miles y miles de decisiones individuales se complementan unas a otras. Un hecho que ahora, cuando el capitalismo vuelve a estar en la picota y la libertad económica cuestionada, no deberíamos olvidar y estar dispuestos a recordar ante quien sea.

Que así sea.

Y para el próximo día, creo que voy a darles mi opinión sobre los tristes sucesos de Arizona. Llevo unos días siguiéndolos atentamente y cada vez siento más ganas de vomitar. ¡Ja! ¿En serio alguien se creía que Obama iba a “mooooderaaaarseeee” después de los resultados electorales de noviembre? ¡Pero si es un agitador nato! Y a fe que lo está demostrando.

 


America by Heart. Un resumen (III)

31/12/2010

 

Viernes, 31 de diciembre de 2010. Son las 18.15 h y estoy en casa. Hoy no he tenido trabajo por la tarde y qué mejor manera de celebrar el fin de año que con una buena, pero sencilla comida, una animada sobremesa conversando sobre las esperanzas que mi familia y yo tenemos depositadas en el año que viene y una buena película después. Hemos visto… ¡Caballero sin espada! Por fin la he encontrado en una tienda (muchas gracias a Santi por enviarme ese enlace a YouTube para hacerme más llevadera la espera) y llevaba días ansiando verla. Es cierto que yo personalmente ya la había visto hace años, pero ha sido ahora, tras haber llamado Sarah Palin mi atención sobre ella, que la he visto de nuevo y la verdad es que la he apreciado realmente. La película es de 1939 y a pesar de que los trajes de los protagonistas denotan su antigüedad, su mensaje es aún más actual que nunca: cómo mantener los ideales en un mundo donde el cinismo se ha convertido en virtud y la inocencia se contempla como una aberración que hay que extirpar como sea, principalmente de los niños. Y la respuesta es sencilla: ¡manteniéndote firme en tus creencias y no dejando que nadie te diga que te sientes y te calles!

¡Piper también firma! ¿Qué se creían? Hay que ver lo que ha crecido desde que la vimos por primera vez en 2008. Está hecha toda una jovencita.

Tras elogiar la Declaración de la Independencia, la Constitución de los Estados Unidos y a sus Padres Fundadores, Sarah pasa ahora a hablarnos sobre otro de sus temas más queridos: los hombres y mujeres que sirven en el Ejército de los Estados Unidos. Y lo hace recordando el día en que su primogénito, Track, se alistó sabiendo que un año después él y su unidad serían destinados a prestar servicio en Irak.

Fue un 11 de septiembre cuando Track se alistó y fue otro 11 de septiembre, justo un año después, cuando se celebró la despedida. Ya era la candidata a la vicepresidencia por aquel entonces y recuerda que incluso en un día tan importante para ella tuvo que pelear con los zoquetes que dirigían (mal) la campaña electoral de McCain para que le dejaran volar de vuelta a Alaska y poder asistir, siendo como era la madre de un soldado que partía a una guerra en defensa de la libertad de los iraquíes y de todo el mundo, precisamente a una zona tan peligrosa como lo era en aquel entonces la provincia de Diyala. Y fue también otro 11 de septiembre, ya en 2009, cuando concluyó su tiempo de servicio y volvió a casa… sólo que Track no volvió ese día. ¿Por qué? Pues porque uno de sus camaradas estaba herido y necesitaba regresar con urgencia a los Estados Unidos y no había suficiente sitio para él en el avión militar que les iba a trasladar, así que Track cedió su asiento y permaneció un mes extra en Irak, sin querer decirle a su familia el verdadero motivo y aún cuando finalmente regresó, queriendo decirlo hasta que finalmente lo hizo. Sarah explica que nunca se había sentido tan orgulloso de su hijo como entonces. Y ciertamente es para estarlo.

Al hilo de todo ello, Sarah aprovecha para reflexionar sobre qué es lo que impulsa a unos chicos y chicas tan jóvenes y a quienes nunca ha faltado de nada a arriesgarse a sacrificar sus vidas para defender a su país en una tierra lejana. Prácticamente todos tienen un hogar, una educación, oportunidades en la vida… y de repente lo dejan todo y se alistan y saben que en el momento más inesperado pueden morir y aún así lo hacen.

En el caso de Track, Sarah cuenta que se debe a su voluntad de que su familia viva en un mundo seguro y que les abra los brazos. Y seguramente para muchos de sus camaradas sea la misma razón. Para Sarah, los estadounidenses son patriotas, pero no necesariamente ideológicamente. Quieren simplemente vivir sus vidas y perseguir sus sueños y dejan que los demás vivan las suyas y persigan sus propios sueños. Y eso bastaría si los Estados Unidos fueran una nación más. Pero no lo son porque los Estados Unidos son excepcionales. Y lo son porque se trata de la única nación sobre la faz de la Tierra que se fundó no basándose en un territorio, una cultura o un pueblo, sino en una idea: la idea de que todos los seres humanos tienen el derecho otorgado por Dios de ser libres. Y esa idea es la que defienden todos esos jóvenes, “una causa mayor que ellos mismos”, tal y como la llamó en su momento John McCain.

Sarah nos cita entonces el libro de William Bennett The American Patriot’s Almanac para señalarnos su primera cita de hoy: una de las “doce razones para amar a un gran país”. La escogida por Sarah es la número siete y habla de que el ejército de los Estados Unidos es el mayor defensor de la libertad en el mundo, habiéndolo demostrado con creces dos veces durante el siglo pasado, frente a los repulsivos regímenes nazi y comunista, habiendo liberado a más gente de la tiranía que ninguna otra nación en la historia.

Pero eso no implica que los Estados Unidos amen la guerra, sobre todo porque cuando alguien va a enviar a los hijos o hijas de sus compatriotas a una de ellas, más le vale tener una buena razón. Y esa razón es invariablemente la libertad y no como repiten enfebrecidos los mismos de siempre el provecho de los capitalistas, el petróleo o el gusto por el imperialismo. Los Estados Unidos llevan la libertad en la sangre y la llevan desde los primeros días como nación libre e independiente, algo que ya supo ver Alexis de Tocqueville cuando llamó a la libertad “un hábito del corazón” porque son valores que no se aprenden como la buena educación, sino que se llevan en la sangre y que no puede ser enseñado. Y todo eso lo refleja Sarah contando la historia de un antiguo veterano de la Guerra de la Independencia que, cuando fue entrevistado por un historiador en 1843 e interrogado por sus motivos para alistarse en las tropas de Washington, respondió que no fue por la Ley del Timbre, ni por el impuesto del té, ni por sus lecturas de Harrington, Sidney o Locke sobre la libertad, sino simplemente porque ellos siempre habían sido libres y pretendían seguir siéndolo.

Todo esto sirve sobre todo para que Sarah se interrogue sobre el motivo por el cual Hollywood y las elites culturales de hoy en día se obstinan en no apoyar a su ejército, algo que no sucedió, por ejemplo, durante la II Guerra Mundial cuando Jimmy Stewart sirvió en las Fuerzas Aéreas o Henry Fonda lo hizo en el Pacífico o incluso Elvis Presley se incorporó a filas cuando fue llamado a ellas.

Tal vez la más famosa historia de una estrella de Hollywood sirviendo orgullosamente en el ejército de su país sea la del director John Ford, de la cual toma Sarah su siguiente cita. Ford se alistó en la Armada y sirvió en el Pacífico, documentando la guerra allí. Durante la batalla de Midway fue herido por un pedazo de cemento que saltó por los aires y luego por una bala perdida, pero dejó escritos sus recuerdos del momento y el que más le impresionó fue ver a unos jóvenes marines a su lado manteniendo la calma y no mostrando la más mínima señal de duda acerca de su deber, lo que le convenció de que esa guerra estaba prácticamente ganada.

Entre los cineastas de hoy en día, Sarah sólo puede encontrar a Steven Spielberg para señalar a uno que apoye al ejército de su país, sobre todo por su película Salvar al soldado Ryan y su serie televisiva The Pacific. El resto de Hollywood, deja mucho que desear, habiendo llegado al punto de rodar películas derrotistas mientras las tropas están todavía combatiendo sobre el terreno. Afortunadamente, todas esas películas han fracasado en la taquilla porque los estadounidenses saben lo que quieren y no es eso precisamente. Algo que es francamente muy desagradecido cuando todas esas figuras del celuloide son ricas y famosas porque antes esos mismos soldados a los que denigran en sus películas se han batido para que puedan disfrutar de su libertad (incluso de su libertad a denigrarlos si así lo desean) y de ser ricos y famosos. La libertad la ganan los soldados, no los predicadores, los periodistas, los poetas ni nadie más. Y eso lo expresa mejor que nadie un poema que su tío le envió a Sarah recientemente y que incluye en este capítulo. Al igual que incluye un fragmento de la canción de Toby Keith “Courtesy of the Red, White and Blue” que dice que cuando uno se mete con los Estados Unidos de América lo menos que se puede esperar es una patada en el culo.

Los soldados soportan mucho, ellos y sus familias. Lo menos que podríamos hacer, dice Sarah, es reconocerles su valía. Eso no quiere decir que no sea justo cuestionar una guerra o a los dirigentes políticos que nos embarcan en ella, pero distinguiéndolo de los principios fundamentales que están en juego y reconociendo a los que soportan la carga. Como hizo Ronald Reagan en 1985, recordando el aniversario del desembarco de Normandía. Ni más ni menos.

Pero ese respeto debe labrarse desde la más tierna infancia y debe ser inculcado por los padres. Un nuevo recuerdo de Sarah nos lleva a cuando era niña y sus padres hicieron un viaje larguísimo en coche desde Alaska hasta Idaho. Para entretenerse, Sarah sólo tenía a sus hermanos y una colección de ejemplares del Reader’s Digest, donde leyó por primera vez la historia del sargento Henry Erwin, quien arriesgó su vida cargando con sus brazos una bomba de fósforo que había fallado y que estaba ardiendo en pleno avión para tirarla y salvar así a todos sus camaradas. Su heroicidad le valió la Medalla al Honor del Congreso y aún pareció poco para lo que había hecho. También leyó en su momento sobre el capitán Chris O’Sullivan, que falleció en Vietnam en 1965 y cuya viuda tuvo que soportar llamadas telefónicas en la que se alegraban de que su marido hubiera muerto en la guerra, una historia que, agrupada en otra mayor sobre cómo se trató a las tropas estadounidenses que regresaron a casa después de combatir en Vietnam, cuando se les escupía por la calle y se les insultaba llamándoles “asesinos de niños”, forman parte del lado más oscuro de la historia estadounidense. Uno puede estar en desacuerdo con las decisiones de sus dirigentes políticos, pero no debe pagar ese desacuerdo en quienes simplemente han cumplido con su deber de la forma más honorable posible. Afortunadamente, no es una mayoría de estadounidenses quienes actúan de esa manera y Sarah explica que su hijo Track y sus camaradas recibieron en Irak muchas muestras de apoyo por parte de sus compatriotas en forma de carta y galletitas caseras que ellos agradecieron entusiásticamente.

Otro recuerdo de Sarah: durante la campaña electoral, la gente insultando a John McCain quien, dejando aparte sus opiniones políticas, nadie puede negar que se trata de un héroe estadounidense por su bravo comportamiento durante la Guerra de Vietnam. McCain fue torturado brutalmente durante su cautiverio, tal y como lo relató él mismo en su libro de memorias Faith of My Fathers. Tan desesperado llegó a estar que intentó suicidarse en su celda, pero sus guardianes lo evitaron. Por fin, incapaz de resistir por más tiempo la tortura, McCain firmó una confesión redactada en términos tan ridículos que nadie en su sano juicio podría haberla firmado, siendo evidente que tuvo que hacerlo bajo presión. McCain se avergonzó inmediatamente de haber cedido y cualquiera que piense que él no lo hubiera hecho, mejor que se lo piense dos veces. Yo no estoy seguro de ello; de hecho, estoy casi seguro de que habría cedido antes. McCain tuvo que vivir mucho tiempo con el remordimiento de haber cedido, pero nadie se lo puede reprochar y quién lo haga es sencillamente un canalla.

Y nada de pensar que, tal y como me dijo a mí personalmente una de mis conocidas un día, que los soldados estadounidenses son “la escoria de la sociedad”. Quien diga eso, miente. De hecho, el ejército de los Estados Unidos tiene una proporción superior a la que se da en la sociedad de personas altamente educadas. O sea, que el clamor del antiguo candidato a la presidencia John Kerry de que o estudias o te irás a Irak es propio de un miserable. Afortunadamente, los soldados estadounidenses tienen mucho más carácter que estos bufones y continúan defendiendo su derecho a hablar mal de ellos y no se quejan siquiera. Y es que precisamente quienes más tienen que agradecer a los soldados estadounidenses, los medios de comunicación, Hollywood, las elites de Washington, etc., peor hablan de ellos. Claro que también lo hacen de todo lo demás que tiene algo que ver con el modo de vida estadounidense: la libertad de expresión, la fe religiosa, los valores tradicionales, etc. Y es que tal y como Sarah recuerda haber cantado en la escuela: “La libertad no es gratis. Tienes que pagar un precio. Tienes que sacrificarte por nuestra libertad”.

Y por fin, Sarah recuerda una visita que hizo a Fort Hood en Texas durante su gira de promoción de Going Rogue, el mismo sitio donde un psiquiatra militar que se había convertido en jihadista asesinó a trece de sus camaradas e hirió a muchos más. Una descripción del soldado estadounidense escrita por su hermano, Chuck, le sirve para expresar el infinito respeto y afecto que tanto ella como el resto de la familia Palin sienten por los militares estadounidenses. Sarah es la madre de uno de ellos y cuando su hijo Track estaba en Irak y todo a su alrededor bullía y le llovían más los tiros a ella en casa que a Track en Irak, ella misma reconoce que bastaba con que recibiera noticias de Track diciendo que estaba bien para que todo lo demás careciera por completo de importancia y ya podía la AP o el New York Times escribir lo que quisieran. Sencillamente les importaba un bledo.

La unidad de Track tuvo sus bajas durante su misión en Irak, desgraciadamente. Y ahora existe la posibilidad de que vaya a Afganistán. Si le toca, irá, por supuesto. Y lo hará para defender la libertad de los Estados Unidos. Es su deber y se comprometió a ello voluntariamente. Y lo menos que se puede hacer es agradecérselo. Y agradecérselo aún más a aquellos de sus camaradas que dieron su vida por ese mismo objetivo, tal y como Abraham Lincoln se sintió obligado a hacer durante su discurso de Gettysburg. Como final de capítulo, Sarah nos deja con el poema de Karl Shapiro “Elegy for a Dead Soldier”. Imposible decir algo que valga la pena después de leerlo, así que se lo traduzco (mal, lo siento) y les dejo que reflexionen sobre ello:

Bajo esta cruz de madera yace
Un cristiano muerto en combate. Tú, que lees
Recuerda que este extraño murió con dolor;
Y mientras pasas a su lado, si puedes levantar tus ojos
Sobre una paz mantenida por un credo humano
Que sepas que un soldado no ha muerto en vano.

Amén. Hasta el martes que viene en que habrá controversia porque, por una vez, voy a hablar del gobierno (del mío). Y no será bien, por descontado.


America by Heart. Un resumen (II)

25/12/2010

 

Hace frío, ¿eh? Pues claro, estamos en Navidad. Una época del año de lo más adecuada para quedarse en casa por la noche, sentados en nuestro sillón orejero, con la chimenea encendida y los leños crepitando gozosamente, el gato en el regazo, una copa de buen brandy al alcance de la mano y… ¡America by Heart como apasionante lectura a la que dedicar toda nuestra atención! Salvo la cuestión de la chimenea (una estufa de butano no es lo mismo, se diga lo que se diga) y el gato (nunca me he llevado bien con esos bichos; prefiero los perros), eso es precisamente lo que he hecho yo recientemente antes de empezar con esta serie de resúmenes y les aseguro que ha sido una de las noches más placenteras de mi vida. No la hubiera cambiado por nada del mundo. Palabra de Palin.

Capítulo I: We the People (Nosotros, el pueblo)

De Boston (Massachusetts) a Alaska. El primer capítulo de America by Heart comienza con Sarah recordando un día de 2006, a poco de ser nombrada gobernadora de Alaska, en que uno de sus amigos, un tal Bruce, le regaló una foto ampliada de una de las escenas de la película de Jimmy Stewart Mr. Smith Goes to Washington (que aquí en España se tituló Caballero sin espada). Ésa es precisamente una de las películas favoritas de Sarah y como tal, esa foto ampliada, debidamente enmarcada, decoró su despacho de gobernadora en Juneau y ahora decora su despacho en su casa de Wasilla.

Tras recordarnos sucintamente el argumento de la película, que dudo que haya alguien entre mis lectores que no haya visto nunca, Sarah pone el dedo en la llaga al reconocer que una película así, una película tan llena de esperanza, una película sobre el Bien que derrota al Mal y sobre el idealismo que derrota al cinismo, es una película que Hollywood nunca rodaría hoy.

Y es que el mensaje de esta película de 1939 es eterno: puede que haya corrupción en la política, pero puede ser vencida por hombres y mujeres decentes que tengan claros sus principios. La podredumbre no es inevitable. Y si durante estos últimos años tantas y tantas películas sobre la guerra de Irak en las que se retrataba a la administración Bush como una caterva de incompetentes movidos únicamente por el rencor y la codicia y a quienes no les importaba utilizar como meros instrumentos de su ambición a los soldados estadounidenses han fracasado en la taquilla, eso ha sido, sencillamente, porque la mayoría del pueblo estadounidense no se identifican con ese punto de vista, al menos de la misma manera como todavía se identifican con el punto de vista de Jefferson Smith, el protagonista de Mr. Smith Goes to Washington.

La escena favorita de Sarah, y reconozco que también la mía cuando la vi hace muchos años (estoy buscándola por ahí en DVD para comprármela y volver a verla), es una en la que Jefferson Smith-Jimmy Stewart se enfrenta abiertamente con sus corruptos colegas senadores en el mismísimo Senado de los Estados Unidos y les reprocha su traición a los grandes principios plasmados en la Declaración de Independencia, los mismos gracias a los cuales ocupan sus escaños. Para Smith-Stewart (y para Palin también), esos principios son la esencia de lo que significa sentirse estadounidense, antes y ahora, y precisamente porque los grandes personajes del país, los grandes legisladores, los grandes empresarios, los grandes periodistas y los grandes productores de Hollywood, ya no los sienten, los Estados Unidos como nación se sienten perdidos a su vez. En definitiva, Mr. Smith Goes to Washington es la historia de un hombre normal y corriente que se planta frente al poder y le dice: We’re taking our country back (vamos a recuperar nuestro país).

Y de Mr. Smith Goes to Washington a los frenéticos días de la caída del Muro de Berlín. Entre 1989 y 1992, el mundo en el que habían vivido durante tanto tiempo los estadounidenses de la edad de Sarah, había cambiado dramáticamente. El comunismo se había hundido y ese arrogante régimen que se pretendía el definitivo en la historia de la Humanidad se revelaba como lo que realmente era: un tigre de papel (los chinos se equivocaron de destinatario cuando utilizaron la expresión por primera vez). Justamente en 1987, los Estados Unidos celebraron el doscientos aniversario de su Constitución y ese año, el entonces presidente Reagan dedicó parte de su discurso sobre el Estado de la Unión a ensalzar esa Constitución en una nueva cita que Sarah nos regala para que reflexionemos sobre ella. En esta ocasión, Reagan, tan agudo como siempre, descubre por qué la Constitución de los Estados Unidos es tan excepcional cuando tantos y tantos países, incluyendo la Unión Soviética, tienen una. Y su respuesta, la de Reagan, radica en tres palabras: We the People (Nosotros, el Pueblo). Ésa es la diferencia. En las restantes constituciones del mundo, es el gobierno quien le dice a la gente qué es lo que pueden hacer o no; en los Estados Unidos, fue la gente quien le dijo al gobierno lo que éste podía hacer o no.

Por tanto, ¿cómo no esperar que los estadounidenses amen su Constitución? Y si aman a su Constitución, amarán también a sus creadores, los Padres Fundadores. Y eso es algo que Sarah ha podido constatar personalmente a lo largo de sus viajes por todo el país. Ese amor existe, salvo en las elites culturales y académicas, que tan pagadas están de sí mismas y que piensan y proclaman por todas partes que la Constitución fue escrita por viejos blancos en beneficio de viejos blancos y que los Padres Fundadores son meras figuras irrelevantes hoy en día y que lo mejor que podríamos hacer es olvidarnos de ellos y de su obra si queremos tener una  sociedad justa e igual de verdad. Pero eso es lo que piensan ellos y no lo que piensan ni Sarah ni tantos y tantos estadounidenses para quienes aquellas inmortales palabras del comienzo de la Declaración de Independencia (su nueva cita) que dicen que “sostenemos estas verdades como evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales y que están dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales se hallan la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, siguen estando plenamente vigentes.

Y es que los derechos de los estadounidenses son derechos otorgados por Dios y si Dios desaparece de la vida de los estadounidenses, sus derechos desaparecerán también, algo que a las elites les parecerá seguramente de perlas, pero que a los ciudadanos normales y corrientes no. La Declaración de Independencia y la Constitución son dos caras de una misma moneda y no pueden ser separadas una de otra y el valor de esa moneda es incalculable: la libertad.

En consecuencia, si el gobierno está para defender los derechos inalienables de los estadounidenses, debería tener el mínimo tamaño preciso para semejante tarea, dejando a las personas bregar con sus propios problemas para que así pudieran desarrollar todo su potencial, ¿no? Pues no era ése precisamente el punto de vista del presidente Obama cuando durante su campaña electoral de 2008 clamaba por el hecho de que el Tribunal Supremo jamás hubiera forzado la mano a la Constitución para que el gobierno pudiera por fin decirle a los estadounidenses lo que deben hacer, en lugar de limitarse a decirle al gobierno lo que no puede hacer. Gracias a Dios porque si no… Aprovechando este tema, Sarah nos da una verdadera lección sobre lo que significa ser juez del Tribunal Supremo y cuáles son sus funciones, y concluye demostrando que para uno de esos jueces, transigir con lo que pretende Obama, significaría sencillamente incumplir su juramento. Ni más ni menos.

Indudablemente, el gran enemigo de los progres en los Estados Unidos es la Constitución pues. Para ellos, los Estados Unidos deben ser “corregidos” y ya lo dijo Obama cuando habló poco antes de la celebración de las elecciones presidenciales de que “estaban a cinco días de transformar fundamentalmente los Estados Unidos de América”. Como dice Sarah, no será porque no nos advirtiera. Pero es que la gran mayoría de los estadounidenses no quieren ser transformados y la respuesta a ello es lo que ha llevado a tantos y tantos a salir a la calle y a convertirse en potenciales Jefferson Smith, con la misma batalla que librar y justamente por los mismos ideales. No para transformar su país, sino para restaurar su libertad.

La nueva cita que introduce Sarah en este capítulo es de nuevo del presidente Calvin Coolidge y del mismo discurso que ya citó en la introducción, el de la celebración de los ciento cincuenta años de la Declaración de la Independencia en 1926. Lo único que cambia es el fragmento al escoger ahora Sarah uno en el que Coolidge refuta duramente a aquellos que ya en aquel entonces creían que los principios de los Padres Fundadores estaban pasados de moda.

Para Coolidge, rechazar esos principios no era ser progresista en el sentido de avanzar, sino ser un retrógrado en el sentido de retroceder en el tiempo cuando no había “ni igualdad, ni derechos de los individuos, ni gobernaba el pueblo”. Y para todos esos estadounidenses conscientes, el amor por su país no es ciego, sino que comprenden la inmensa suerte que tienen de ser libres en el país más libre del mundo y se muestran dispuestos, como lo hacen diariamente los soldados de los Estados Unidos, a defender esa libertad porque saben que la libertad no es gratis.

Un ejemplo de la vulneración de esos derechos de los estadounidenses: la reforma de la atención sanitaria. Obama pensó que los estadounidenses simplemente se dejarían comprar por un supuesto nuevo “derecho a la sanidad” en el que, a cambio, perdieran su derecho a conservar su dinero trabajosamente ganado, a escoger su propio médico y a comprar o no su propio seguro sanitario.

Un breve pero documentado repaso al modo como se logró la aprobación de la reforma, plagado de jugadas sucias, sobornos, medias verdades y mentiras completas ilustra el fracaso de Obama cuando su proyecto estrella tuvo que nacer estrellado. Y es que tal y como vio Sarah un día en una pancarta que alguien exhibía en un acto público en contra de dicha reforma (las pancartas en los Estados Unidos, como los refranes en España, están plagados de sabiduría): “Los gobiernos no dan derechos; los gobiernos quitan derechos”.

Un nuevo tema sobre el que tratar para Sarah: el valor que ha adquirido el epíteto “racista” como medio para amedrentar a los rivales. Basta con soltárselo a alguien para que éste se sienta tan avergonzado que ya no pueda defenderse. Se suele utilizar por parte de los progres para denigrar a los miembros del movimiento Tea Party. Y por extensión, para denigrar a todos los conservadores. Y para eliminarlos del discurso político porque si lo que realmente mueve a los conservadores es el odio a que haya un negro en la Casa Blanca, no se trata de sus propuestas políticas, sino simplemente de que son malas personas. Y con las malas personas no hay nada que discutir.

Esto es indigno y Sarah lo pone en su justo término cuando señala que el verdadero malestar en los Estados Unidos no tiene que ver con que Obama sea negro sino con que Obama es un liberal que detesta la Constitución. Es cierto que la Constitución transigió con la cuestión de la esclavitud, pero también es cierto que gracias a la Constitución se pudieron proclamar las Leyes de Derechos Civiles de 1964 y que amar a los Estados Unidos supone reconocer que a veces, como nación, los Estados Unidos no han dado la talla.

Acusar a alguien de racista tiene varias ventajas, la principal es que inmediatamente detienes el debate al permitir a quien insulta alegar que ya no tiene nada que discutir con semejante persona. Lo malo es que quienes utilizan ese recurso realmente creen en lo que dicen y piensan que los Estados Unidos son un país injusto, como parece pensarlo también Obama, un punto de vista que expresó públicamente su esposa y que ambos, que se pasaron casi veinte años escuchando los sermones en la misma línea del reverendo Wright, se supone que comparten.

Sorprendentemente para aquellos que pretenden que Sarah es burra, ésta continúa su alegato analizando históricamente la génesis de la Constitución de los Estados Unidos y desmontando uno de los argumentos favoritos de los progres para justificar su desdén por ella en el hecho de que la Constitución estableció en su momento que los negros se computaran como tres quintas partes de un blanco. Y el resultado es que precisamente esa previsión sirvió para allanar el camino a la abolición de la esclavitud, tal y como reconoce el estudioso Robert Goldwin, al revelar la verdadera razón de ser de tal disposición: evitar que los estados esclavistas (que querían computar a los negros igual que a los blancos) incrementaran su población artificialmente y con ello ganaran la mayoría en el Congreso de los Estados Unidos al tener derecho a más representantes, unos representantes que no representarían de ningún modo a esos electores, los negros, que carecían de todo derecho, además de que supondría un aliciente para importar cuantos más esclavos mejor. En definitiva, alguien genuinamente en contra de la esclavitud no podía querer computar a un negro igual que a un blanco. Y la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.

De todas formas, una cosa es reconocer que los Estados Unidos fueron un país racista y otra cosa pretender que lo siguen siendo. Y eso es algo que en su momento hasta el propio Obama reconoció cuando pronunció su famoso discurso sobre el racismo durante la campaña de 2008 (sí, ésa es otra de las citas de Sarah… increíble, ¿no?) en el que él mismo reconocía que si bien la Constitución nació manchada por el pecado del esclavismo, en su interior llevaba las semillas de su redención al reconocer el ideal de la igualdad para todos bajo la ley y la promesa de libertad y justicia para todos.

Sarah expresa su esperanza de que eso sea realmente lo que desea Obama para los Estados Unidos y, para terminar con su primer capítulo, un capítulo que ya vemos que versa sobre la Constitución y los principios de los Padres Fundadores que dieron su ser a los entonces nacientes Estados Unidos (trato el tema con bastante amplitud y multitud de datos en mi próxima obra, America is Ready!), termina con una de las citas más famosas de la historia de los Estados Unidos: la del reverendo Martin Luther King, Jr. pronunciando aquél discurso que empezaba: “Tengo un sueño…” Un discurso en el que King no rechazaba los Estados Unidos ni sus principios constitutivos, antes al contrario, él quería que los Estados Unidos vivieran plenamente según esos principios y que todos los estadounidenses, blancos o negros, vivieran en un único país y se sintieran orgullosos de él.

Seguiré con el resumen. Quedan todavía muchos capítulos más y cada uno de ellos es un placer de leer. Pero el martes que viene tengo una sorpresa para ustedes. No sean malos y háganme un hueco, por favor. Las Navidades son la ocasión propicia para estar con la familia y ustedes son ya como mi propia familia (tengo suerte: carezco de cuñados progres) y me complace mucho gozar de su compañía, aunque sea virtual.


America by Heart. Un resumen (I)

23/12/2010

Amigos, aquí estoy. ¡Feliz Navidad a todos! Y para celebrarla, ¿qué mejor manera que empezar nuestra serie sobre el último libro de Sarah Palin, America by Heart? Por supuesto que sí. ¡Vamos a ello pues! Por cierto, hoy mismo he tenido noticias sobre mi cambio de trabajo: el próximo mes me incorporo a mi nuevo destino. ¡Por fin! Empezaré el año de la mejor manera posible. Y lo mejor es que mis nuevos compañeros (que ya me conocen de hace tiempo) están igual de contentos: me siento como si fuera un regalo de día de Reyes Magos, ja, ja, ja. Préparense pues porque el 2011 comienza con los mejores auspicios…

¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo! Que pasen unas estupendísimas fiestas. Y que el año que viene nos sorprenda (relativamente) con esa noticia que todos ansiamos: «Sarah Palin anuncia su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. El presidente Obama sufre un soponcio nada más enterarse. Se rumorea que el vicepresidente Biden ha pedido el carnet del Partido Republicano». Por cierto, hay que ver qué bien van los cuernos para llevar los adornos navideños. Esta foto mía engalanado se está empezando a convertir en todo un clásico, ¿verdad?

Introducción: An American Awakening (un despertar estadounidense)

Sarah comienza su libro recordando un día, el 14 de abril de este mismo año, en Boston (Massachusetts). Ese día participó como oradora en un acto del movimiento Tea Party y recuerda especialmente que cuándo le preguntó a la multitud que se había congregado para verla y escucharla si amaban su libertad, ésta rugió afirmativamente. Había personas mayores y jóvenes, padres e hijos, veteranos del Ejército y oficinistas, incluso algún hippie o dos. Pero todos ellos estaban de acuerdo en que amaban su libertad y, en consecuencia, siguiendo la posterior recomendación de Sarah, dieron gracias por ella a los veteranos que estaban entre ellos porque son ellos quienes han hecho posible que la puedan disfrutar.

Contra lo que suele ser habitual que aparezca en los medios de comunicación, Sarah da fe de que no se trataba de una multitud airada y rebosante de rabia la que se había reunido allí aquel día, sino de gente alegre y con rostros felices, satisfechos de poder corear el grito: “USA, USA, USA” y de agitar frenéticamente la bandera de las barras y las estrellas. Muchos de ellos llevaban pancartas con lemas de lo más expresivos y algunos incluso tan divertidos como: “¡Puedo ver noviembre desde mi casa!”. Tratándose pues de personas sencillas, sinceras y conscientes de quiénes son y qué es lo que quieren, Sarah no pudo dejar de preguntarse entonces por qué esa obsesión por parte de algunos en demonizarlos de esa manera.

Estaban ellos, los del Tea Party, pero también estaban, más alejados, un pequeño grupo de personas opuestas al Tea Party. Ellos también llevaban pancartas, sólo que, tal y como observó la propia Sarah, sus pancartas eran de imprenta mientras que las que portaban los miembros del Tea Party eran todas caseras, espontáneas y abigarradas, hechas con todo el entusiasmo de unos aficionados. Y de allí sacó Sarah una de las principales lecciones del día: los que se manifestaban contra ellos, contra el Tea Party y especialmente contra ella, eran “profesionales” que hasta sus pancartas de protesta esperaban que les fueran proporcionadas por el gobierno, al igual que esperan que éste les proporcione todo lo que necesiten a lo largo de sus vidas. Ésa es la principal diferencia entre ellos y los del Tea Party: que ellos quieren ser mantenidos por el gobierno, aún a costa de su libertad, y los del Tea Party quieren mantenerse a sí mismos y saben que para ello necesitan imperiosamente conservar su libertad.

Sarah recuerda también que en los Estados Unidos de hoy en día, el 9 de abril representa el día en el que un estadounidense normal y corriente ha ganado por fin el suficiente dinero desde principios de año para  pagar sus impuestos. Sólo a partir de ese día, el dinero que gana es para él; hasta entonces lo es para el gobierno.

Para evitar que eso siga siendo así, Sarah se aferra a la esperanza que despertó en ella su anterior gira de presentación, la de Going Rogue. Durante esas semanas, pudo conocer y hablar con miles de personas, de todas las clases y condición. Y muchas de ellas le hicieron llegar libros, artículos de prensa, fragmentos de discursos, sus propios comentarios sobre cómo veían el presente de los Estados Unidos y su futuro y, sobre todo, su indignación por lo que estaba sucediendo y su inquebrantable decisión de luchar contra ello. Ése es el despertar de los Estados Unidos al que se refiere Sarah. No sólo un despertar político, sino un despertar estadounidense que proviene de la gente común y no de las elites y cuyo objetivo es recuperar su país, un país ahora desnortado.

Ésa es la interpretación que hace Sarah del movimiento Tea Party y cuenta ella que la primera pista la tuvo cuando se enteró de que sus tíos Ron y Kate, que viven en el estado de Washington y que nunca habían estado involucrados en política fuera de acudir a votar cuando tocaba, habían empezado a acudir a los actos del entonces naciente movimiento Tea Party. Eso fue lo que le puso sobre la pista y lo que le hizo preguntarse: ¿Pero quiénes son esos?

La respuesta empezó con las protestas contra la irresponsabilidad fiscal en que se estaba embarcando la nueva administración. Pero incluso eso era sólo una parte: los participantes también estaban preocupados porque Obama acabe logrando su objetivo de “transformar fundamentalmente los Estados Unidos”. Algo que tiene como razón de ser su convicción, la de los izquierdistas, de que algo está mal en los Estados Unidos y que no se trata meramente de alguna de las políticas que practica o en el tipo de gobierno, sino que se trata de algo intrínseco al país: la fe en unas libertades concedidas por Dios, la fe en el libre mercado y la certeza de que las verdades de los Padres Fundadores siguen vigentes. No les gusta y así todos sus esfuerzos se dirigen a cambiar eso que no les gusta.

Como ejemplo de esa voluntad transformadora, Sarah menciona el caso de un ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos que alguien le advirtió que se estaba vendiendo con una etiqueta en la contraportada que rezaba:

Este libro es producto de su tiempo y no refleja los mismos valores que si hubiera sido escrito hoy. Los padres pueden desear discutir con sus hijos la manera como los puntos de vista sobre la raza, el género, la sexualidad, la etnicidad y las relaciones interpersonales han cambiado desde que el libro fue escrito antes de permitirles leer esta obra clásica.

A Sarah le sulfuró cuando lo leyó puesto que si alguien piensa que las ideas de gobierno limitado y de libertad personal son peligrosas y están fuera de su tiempo, apaga y vámonos. Sin embargo, es precisamente a esos valores a los que se “aferran” (y Sarah utiliza expresamente esta palabra recordando otra ocasión en que ya fue utilizada) los estadounidenses y por ello no desean una transformación fundamental de su país. De hecho, quién necesita esa transformación es el gobierno y su manera de ver las cosas, que ellos sí que están demodé.

Pero es que lo que realmente preocupa a los estadounidenses hoy en día no es sólo la economía (por mucho que se empeñen algunos, hay más cosas que preocupan a la gente, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo). Así, les preocupan sus familias y el hecho de que el papel de los padres y las madres no está siendo reconocido como debería serlo. Les preocupa que no se esté protegiendo la inocencia y la seguridad de sus hijos. Les preocupa que las oportunidades de futuro de estos niños estén siendo echadas a perder por el gobierno de hoy, tan corto de vista que es incapaz de ver más allá de su propio provecho. Les preocupa que las leyes no estén siendo aplicadas de igual manera  a todos. Les preocupa que el gobierno y las grandes empresas estén en perfecta sintonía y de acuerdo en apartar al pequeño emprendedor de su camino. Les preocupa que la antaño búsqueda de la libertad de religión se haya convertido actualmente en una búsqueda de la libertad de cualquier religión. Y les preocupa que sus líderes ya no crean en la excepcionalidad de los Estados Unidos y en que estos ya no sean “la última mejor esperanza de la Tierra”, tal y como dijo Abraham Lincoln. Ciertamente, los Estados Unidos no han tenido siempre razón, pero tampoco han estado siempre equivocados.

De acuerdo con todas esas preocupaciones, Sarah reconoce que de todos los temas de los que suele hablar cuando viaja por los Estados Unidos, ya sea sobre la irresponsabilidad fiscal de Washington, la independencia energética, su familia, etc., la que más entusiasmo despierta siempre es la Constitución. Y cree saber por qué. Pues porque en tiempos de incertidumbre, la gente se vuelve hacia esos fundamentos (la Declaración de Independencia, la Constitución, la Declaración de Derechos) que todos ellos han estudiado en la escuela, ese terreno firme y seguro, y que en su momento crearon una nación. De hecho, tal y como nos cuenta Sarah, en los actos públicos del Tea Party, las copias de la Constitución corren de mano en mano. Cada uno puede tener una preocupación en concreto, pero en lo que todos coinciden es en ser partidarios de la Constitución.

La primera lectura que nos ofrece Sarah es la de un fragmento de un discurso pronunciado en 1926 por el presidente Calvin Coolidge en el que reconocía que por muy conflictiva que fuera la vida política de los Estados Unidos, cualquier estadounidense podía encontrar consuelo releyendo la Declaración de Independencia y la Constitución y sabiendo que esas dos grandes obras constituyen todavía los cimientos de la nación y que, en consecuencia, siempre tendrá garantizada una adecuada defensa y protección de sus derechos.

Es por ello que Sarah se confiesa profundamente constitucionalista y cree que sus preceptos no están en absoluto pasados de moda, sino todo lo contrario. Un nuevo fragmento del discurso de otro ex presidente estadounidense, esta vez de Ronald Reagan, lo remacha cuando éste nos recuerda que la libertad está siempre cerca de su extinción a menos que se esté dispuesto a luchar por ella y que ninguno de nuestros hijos la tiene garantizada a menos que nosotros la defendamos para ellos para que ellos a su vez la defiendan para sus propios hijos.

Y es que uno de los peores temores de Sarah estriba en que pueda llegar el día en que su nieto Tripp sólo pueda saber que los Estados Unidos fueron una vez libres porque se lo cuenten Todd y ella. Es por ello que concibió el proyecto de escribir un libro en el que pudiera expresar cuál es su idea de lo que son los Estados Unidos y qué es lo que los ha hecho grandes: la fortaleza de sus familias, la fe en Dios, el carácter de sus habitantes. Y para que los Estados Unidos no vean perecer su libertad necesitan ser un país con un ejército fuerte, un mercado libre y un sano orden constitucional, pero también ser un país donde los niños aprendan a reverenciar las ideas, los ideales y las tradiciones que constituyen su esencia.

¡Ah, qué gusto haber vuelto! Me siento como ése anuncio del turrón de «vuelve a casa por Navidad». Y qué ganas tengo de escribir… Seguiremos con el resumen de America by Heart. Búsquen un ratito para leerme durante estas fiestas, ¿quieren? Que Dios les bendiga a todos.