El principio del fin
Estaba claro que tanto revuelo con lo de los “death panels” alguna consecuencia iba a traer. Así, el 13 de agosto, nos enteramos de que el Congreso había decidido retirar la dichosa sección 1233 del texto de la propuesta de reforma con la excusa de que era demasiado confusa y podía ser “misinterpreted or implemented incorrectly” (“malinterpretada o aplicada incorrectamente”), tal y como lo expresó el senador republicano por Iowa, Charles Grassley. Como no podía ser menos, nada más enterarse de ello, Sarah hizo pública otra nota en Facebook, la quinta referida a esta cuestión.
Esta quinta nota, titulada “Troubling Questions Remain About Obama’s Health Care Plan”, con fecha del 13 de agosto, es cualquier cosa menos un reconocimiento de que con la retirada de la sección 1233 del articulado de la propuesta de reforma queda zanjado el asunto. Al contrario, aunque Sarah no puede dejar de alegrarse por lo sucedido, no por ello deja de atacar la esencia de la propuesta de reforma, toda ella tan perjudicial o más que el fragmento que los legisladores demócratas habían decidido sacrificar, tal vez con la secreta esperanza de así poder salvar el resto. Sarah no es tonta y eso es algo de lo que están empezando a darse cuenta quienes todavía tenían alguna duda. “¡A otro perro con ese hueso!”, imagino que pensó cuando se enteró de la noticia. “La propuesta de reforma es igualmente horrible con la sección 1233 o sin ella”.
El doctor Ezekiel Emanuel. ¿Le querría usted como su médico? ¿Se tomaría usted una pastilla que le hubiese recetado él? Yo no.
La cuestión sobre la que Sarah quiso llamar ahora la atención de sus compatriotas era el concepto de “Complete Lives System” (sistema de vidas completas), un concepto obra del doctor Emanuel que, como he dicho ya antes, es el que impregna todo el articulado de la propuesta de reforma. En concreto, este concepto hace referencia, en palabras del propio doctor Emanuel, a que los médicos y los hospitales deberían racionar los servicios sanitarios que prestan de tal forma que los jóvenes tuvieran prioridad sobre los niños y los ancianos en atención a que:
“(…) they have received substantial education and parental care, investments that will be wasted without a complete life. Infants – have not yet received these investments”. (“Principles for allocation of scarce medical interventions”, The Lancet, January 31, 2009).
“(…) ellos han recibido una considerable educación y cuidados paternos, inversiones que serán desperdiciadas sin una vida completa. Los niños – ellos no han recibido todavía esa inversión”. (Principios para la asignación de intervenciones médicas escasas”, The Lancet, 31 de enero de 2009).
Cuando leí esta cita del doctor Emanuel inmediatamente me vino a la memoria una película de ciencia-ficción que vi en el cine hace muchos años: La fuga de Logan (1976), dirigida por Michael Anderson y protagonizada por Michael York, Richard Jordan y Peter Ustinov entre otros. Si alguno de mis lectores la ha visto, recordará que trataba de una futura sociedad ideal en la que envejecer estaba simplemente prohibido y todos los que superaban una determinada edad eran sacrificados con la borreguil aquiescencia de estos. Y todo iba bien hasta que uno de esos borregos, el tal Logan, un policía, descubre que nada de lo que le habían dicho era cierto y que la sociedad en la que vivía estaba secretamente regida por una elite de ancianos que continuaba viviendo tan ricamente ocultos a las miradas de todos. Logan se rebela, huye de esa “sociedad ideal” y descubre lo que existe al otro lado de las cúpulas que le han aprisionado inconscientemente hasta entonces: otro mundo, el real… y hasta a un anciano que le revela la verdad que le han negado durante toda su vida. Cuando vi la película, en mi infancia, me pareció que algo así nunca podría llegar a convertirse en realidad, pero ahora que soy mayor y conozco mejor la estupidez humana (sobre todo la progre, que es realmente un pozo sin fondo), después de conocer el pensamiento del doctor Emanuel y el entusiasmo con que lo jalean miles y miles de estadounidenses que algún día ellos también serán ancianos, ya no estoy tan seguro.
Es en este punto cuando Sarah se muestra tan directa y contundente como lo viene siendo desde que dejó de estar encorsetada por su puesto de gobernadora del Estado de Alaska y lanza varias preguntas que, a pesar de no estar directamente dirigidas al presidente de Estados Unidos, no hay duda de que espera que sea él quien se las responda:
“Why the silence from the president on this aspect of his nationalization of health care? Does he agree with the “Complete Lives System”? If not, then why is Dr. Emanuel his policy advisor? What is he advising the president on?”
(“¿Por qué ese silencio por parte del presidente sobre este aspecto de su nacionalización de la asistencia médica? ¿Está de acuerdo con el “Complete Lives System”? Si no lo está, ¿entonces por qué es el Dr. Emanuel su asesor? ¿En qué sentido está asesorando al presidente?”).
Son todas ellas unas preguntas más que pertinentes y que, me juego la gorra, el presidente de Estados Unidos jamás se atreverá a responder en público. Sobre todo cuando el propio doctor Emanuel está haciendo un esfuerzo por desdecirse de sus declaraciones anteriores alegando que “[his] thinking has evolved” (“[su] pensamiento [sobre ello] ha evolucionado”) desde entonces. Pues es una suerte porque, por ejemplo, el estado de Oregón lleva aplicando estos principios desde el año 1993 a través de su Oregon Health Plan (OHP) con unos resultados tan escalofriantes como el siguiente, tomado de un artículo de Susan Donaldson James titulado “Death drugs cause uproar in Oregon” (“Las drogas de la muerte causan tumultos en Oregón”) y publicado el pasado 6 de agosto en la web de ABC News (ver la fuente, el artículo, aquí):
“The news from Barbara Wagner’s doctor was bad, but the rejection letter from her insurance company was crushing. The 64-year-old Oregon woman, whose lung cancer had been in remission, learned the disease had returned and would likely kill her. Her last hope was a $4,000-a-month drug that her doctor prescribed for her, but the insurance company refused to pay.
What the Oregon Health Plan did agree to cover, however, were drugs for a physician-assisted death. Those drugs would cost about $50.
«It was horrible,» Wagner told ABCNews.com. «I got a letter in the mail that basically said if you want to take the pills, we will help you get that from the doctor and we will stand there and watch you die. But we won’t give you the medication to live.»
(“Las noticias del doctor de Barbara Wagner eran malas, pero la carta de rechazo de su aseguradora [el Oregon Health Plan] fue aplastante. La mujer de 64 años de Oregón, cuyo cáncer de pulmón parecía estar en vías de curación, supo que la enfermedad había resurgido y que probablemente acabaría matándola. Su última esperanza era un medicamento de 4.000 $ al mes que su médico le había prescrito, pero que la aseguradora [el Oregon Health Plan] rehusó costearle.
Lo que el Oregon Health Plan sí que estuvo de acuerdo en costearle, sin embargo, fueron las drogas para una muerte asistida. Esas drogas costarían alrededor de 50 $.
“Era horrible”, dijo Wagner a ABCNews.com. “Recibí una carta que fundamentalmente me decía que si usted quiere tomarse las pastillas, la ayudaremos a que el médico se las prescriba y estaremos allí mirando cómo se muere. Pero no le proporcionaremos la medicación para vivir”).
Y este no es un caso aislado en Oregón, el único estado de los Estados Unidos que cuenta con un seguro público que contempla la posibilidad de denegar tratamientos médicos a sus asegurados en aplicación de ciertas condiciones que no contemplan casos como el de Barbara Wagner. En consecuencia, no es extraño que Sarah, cuyo último hijo, Trig, aún hay “personas” que le reprochan que lo tuviera y no prefiriera abortar, se oponga en redondo a una propuesta cuyo inevitable resultado sería que se otorgaría un valor en dinero a cada vida humana y que cuando el coste de mantener con vida a esa persona sea superior a su valor en dinero, su vida sería juzgada como “no merecedora de ser vivida”. ¿No siente que se le pone la piel de gallina al imaginárselo? Yo sí.
Pero no es sólo que se oponga, sino que también hace su propia propuesta. Una propuesta presentada en su sexta nota en Facebook, titulada “No Health Care Reform Without Legal Reform” (“Ninguna reforma de la asistencia médica sin una reforma legal”) y publicada el 21 de agosto, unos días después de su anterior nota con el fin, supongo, de que pudiera ser leída con mayor tranquilidad una vez que se habían aquietado algo las aguas.
¿Y qué propone Sarah como alternativa? No propone una alternativa en concreto si como tal entendemos un plan articulado al estilo del Obamacare, cuyo principal error al margen de la filosofía subyacente a la propia reforma es el mismo que el del viejo Hillarycare de principios de los años 90: pretender abarcarlo todo. Sarah, consciente de que muchas veces se adelanta más con un pequeño paso que con un gran salto, centra su atención en un aspecto que ya ha sido señalado por muchos comentaristas como el principal inconveniente de la Sanidad estadounidense: su elevada litigiosidad. Una litigiosidad que tiene dos causas: la facilidad con la que se puede presentar una demanda por negligencia contra un médico, un filón aprovechado a fondo por toda clase de abogados bribones, y el coste que eso supone para cualquier profesional de la Medicina, obligado a suscribir pólizas con primas astronómicas que le cubran ante esa eventualidad, aparte del hecho de que le fuerzan a practicar lo que se llama “medicina defensiva”, o sea, pedir pruebas y más pruebas, todas las posibles, y hasta otras opiniones médicas, sólo con el fin de cubrirse las espaldas ante un posible fracaso del tratamiento. El resultado de ello es que los médicos evitan como la peste las especialidades de alto riesgo en las que el éxito no está garantizado por completo, dejando a los pacientes sin una mínima posibilidad siquiera, y que el coste de tantas pruebas y opiniones superfluas ronda entre los 100 y 200.000 millones de dólares anuales.
Sarah recuerda que durante su breve, pero fructífero, mandato como gobernadora de Alaska ya tomó algunas medidas a ese respecto. Texas, un estado cuyo gobernador, el republicano Rick Perry, parece ser uno de los favoritos de Sarah, también ha tomado medidas similares con unos resultados espectaculares: una disminución del 55% en la litigiosidad y un incremento del 57% en el número de médicos prestando servicio en todo el Estado, incluyendo muchos de ellos dedicados a especialidades de alto riesgo en zonas que no disfrutaban hasta ahora de esa posibilidad.
Como ejemplo de pequeño paso que bien puede suponer una mejora real para sus compatriotas no es de desestimar. ¿Por qué la propuesta de reforma demócrata no contempla siquiera esta cuestión? Eso es algo que Sarah vuelve a preguntar a su estilo: contundente y preciso:
“Why no legal reform? Why continue to encourage defensive medicine that wastes billions of dollars and does nothing for the patients? Do you want health care reform to benefit trial attorneys or patients?”
¿Por qué no se reforma el procedimiento legal? ¿Por qué se continúa fomentando la medicina defensiva que desperdicia miles de millones de dólares y no hace nada por los pacientes? ¿Queremos una reforma de la asistencia médica que beneficie a los abogados o a los pacientes?).
Preguntas muy pertinentes y que, como ya he dicho antes, me juego la gorra a que el presidente de Estados Unidos no tiene ni la más remota intención de responder. Mucho se debe estar arrepintiendo a estas horas de haber respondido a Sarah en la reunión pública de Portsmouth como para volver a caer en las mismas. De cualquier manera, lo que está claro es que Obamacare está herido de muerte, fundamentalmente gracias a Sarah y a su intervención en el debate. Y no es sólo mi opinión, sino también la de uno de sus propios patrocinadores, el senador demócrata por Wisconsin Russ Feingold, quien declaró hacía mediados de mes en una reunión pública (ver la fuente, el artículo, aquí) que:
“Nobody is going to bring a bill before Christmas and maybe not even then, if this ever happens. The divisions are so deep. I never seen anything like that”.
(“Nadie va a llevar la ley [al Senado] antes de Navidades y tal vez ni siquiera para entonces, si es que finalmente llega a pasar. El desacuerdo es demasiado profundo. Nunca había visto algo así”).
Algo de lo que nos congratulamos todos los que estamos indudablemente del lado de la vida y la libertad y que cuando éramos pequeños queríamos que Logan, aquel Logan que un día descubrió la verdad y supo obrar en consecuencia, lograra fugarse. Gracias, Sarah, por todo tu esfuerzo.
Michele Bachmann, representante republicana por Minnesota. Justo es reconocer su importantísima contribución en el debate sobre la reforma de la asistencia médica.