Cuando empecé a colaborar en Semanario Atlántico, recuerdo que mi primer artículo llevaba por título: “Lo que Sarah Palin ha aprendido” y trataba sobre la habilidad que estaba demostrando Sarah a la hora de situarse dentro del panorama político estadounidense como un punto de referencia. Aquello fue en septiembre del año pasado y desde entonces ha llovido mucho. Sin embargo, ya por entonces era de la opinión de que si bien Sarah tenía que ampliar sus conocimientos y hacerse fuerte en algunas materias como, por ejemplo, la política exterior, eso no quería decir en absoluto que fuera una ignorante. De hecho, en mi opinión, Sarah es una de las políticas más inteligentes de Estados Unidos y ya lo era en 2008, cuando McCain la escogió como su compañera de ticket, por más que los (cojos) medios de comunicación pretendieran entonces que era una zoquete que parece salida de un episodio de “The Beverly Hillbillies”. Es por eso que aprovechando esta semana de calma chicha (algo habitual en Sarah, quien después de una semana de intensa exposición pública, afloja el paso durante las dos o tres semanas siguientes para evitar la sobreexposición y, en consecuencia, la sensación de saturación por parte de la opinión pública), se me ha ocurrido esta entrada en la que vamos a repasar un poco lo que supuso el año 2006 para ella, sobre todo los primeros ocho meses del año, cuando tuvo que competir por la nominación republicana a gobernadora de Alaska. Una historia de lo más apasionante y en la que Sarah demuestra con claridad todo lo que ya sabía entonces y que le sirvió para batir a todos sus rivales dentro del GOP primero y al candidato demócrata después, contra el pronóstico de todos.
Por otra parte, me gustaría agradecer a aquellos de mis lectores que me han dado ánimos durante estas dos semanas tan malas que he pasado. Por fin todo ha terminado; mal para mí porque entre la opción mala y la peor que les comenté en su momento al final ha resultado ser la peor: trabajaré más horas, cobraré menos dinero y encima he experimentado una cierta humillación durante el proceso. Gracias de nuevo a todos ellos y gracias muy especialmente a esa maravillosa amiga mía, C., cuya bondad conmigo no me merezco, por haberme sostenido moralmente durante todo este tiempo. Es cierto que hoy he sido pisoteado impunemente, pero la vida da muchas vueltas y como que ya saben lo mucho que me gusta a mí el citar la sabiduría popular, solamente les diré que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Hoy es hoy; ya veremos qué sucede mañana.
Y dicho esto, ni una palabra más sobre ello. Nosotros a lo nuestro: vamos a palinear.
Como quiera que esta historia tiene final feliz (y ese final ya lo conocemos todos), aquí está el testimonio gráfico de ese final: Sarah Palin en el momento de su juramento como gobernadora de Alaska. Es una foto que ya había publicado en una de mis primeras entradas, pero que me gusta especialmente… ¡y es la favorita también de alguna de mis amigas quien sólo piensa en lo guapísimo que está Todd y en lo mucho que le gustaría que le sostuviera la Biblia a ella también (y eso que es atea)! Pues qué quieren que les diga, ¿realmente es tan guapo este hombre? Yo es que de belleza masculina no sé; yo sólo sé de belleza femenina (aunque empiezo a dudarlo porque esa misma amiga me reprocha que sólo me gusten las mujeres que no le gustan a nadie).
Nota del autor: Mi acostumbrado artículo en Semanario Atlántico ya ha salido. Se titula: “Y Obama volvió a picar”. Confío en que les guste. ¿Y saben qué les digo? Que cada día me gusta más escribir allí. Me siento un privilegiado al poder hacerlo. Y si encima algún día consiguiera escribir un artículo bueno de verdad. Pero, de momento, uno no da para más.
Tal y como ya les he dicho, en su momento traté sobre el tema de lo que Sarah Palin había empezado a aprender desde que perdiera las elecciones presidenciales de 2008. Ahora bien, si eso es lo que estaba aprendiendo, ¿qué es lo que ya sabía entonces? Pues algo que todos aquellos que nos habíamos molestado en averiguar quién era ella y cuál era su historia sabíamos con certeza: que Sarah sabe de sobras cómo ganar unas elecciones. Y no sólo ganarlas, sino hacerlo teniendo en su contra no sólo al candidato del partido rival, el Demócrata, sino también a los dirigentes de su propio partido, el Republicano, a los que batió limpiamente durante las primarias.
Pues eso es precisamente lo que me interesa destacar ahora, la lucha que tuvo que afrontar hasta lograr la nominación. Y si lo traigo a colación es más que nada para que nadie se llame a engaño: si Sarah tiene pensado presentarse como candidata a las elecciones presidenciales de 2012 (¡que sí, hombre, que sí!), lo que menos le preocupan son las primarias republicanas porque sabe perfectamente cómo ganarlas. O sea, que aquellos de ustedes que puedan haber oído por ahí que Palin y Romney pueden aliarse y presentar una candidatura conjunta, ya pueden descartarlo de buenas a primeras. Eso no pasará jamás. Sarah es la candidata de la buena gente conservadora mientras que Romney es el candidato del establishment. Y dentro de poco será el candidato derrotado porque será Sarah quien gane la nominación mal que les pese (que les pesará mucho) a los del Republican National Committee, empezando por su chairman Michael Steele, la mayor decepción que uno puede imaginarse después de tantas y tantas expectativas como había despertado en el momento de su nombramiento.
Repasemos un poco la historia de aquel año, 2006. Y para ello, nada mejor que las palabras de la propia Sarah tal y como nos las podemos leer en Going Rogue (pág. 109):
Hacia finales del verano [de 2005], el momento de la decisión se presentaba ante mí: los votantes querían un cambio y deberían tener una opción sincera acerca de qué tipo de cambio podría ser ése. Como siempre, Todd me apoyó y me animó a presentarme. Así pues, en el Día de Alaska, el 18 de octubre de 2005, di inicio a la campaña gubernatorial con alrededor cincuenta amigos, familiares y periodistas en el salón de mi casa. Era también el decimoquinto aniversario de Bristol, así que por supuesto que tuvimos pastel también.
Sobre su estrategia electoral, Sarah dedica un párrafo a describirla y creo que si uno lee esas palabras pensando en 2010 y no en 2005, no resultan en absoluto anacrónicas.
En 2005, yo fui la primera republicana en lanzar mi candidatura porque no quería jugar al juego político de “espera tu turno en la cola” hasta que se viera si Murkowski, el [gobernador] que estaba en el cargo, buscaría la reelección. Sabía que no iba a contar con el apoyo de la maquinaria del partido de todas maneras, así que mi confianza en un esfuerzo popular requería una rápida definición antes de que los otros empezaran a alinearse. (Going Rogue, pág. 110).
Quitando la mención a Murkowski, quien no haya sentido que estaba hablando de hoy mismo y del movimiento Tea Party es que lleva hibernado los dos últimos años y acaba de despertarse. Y aún abunda más en lo mismo:
En las primarias, competía contra el gobernador Murkowski, por supuesto, y su amigo Randy Ruedrich era todavía el chairman del GOP estatal –un mal presagio para algunos pero para nosotros, al contrario, un desafío motivador. Para ganar las primarias tenía que pasar por encima de los dos. Eso significaba también que no iba a tener el respaldo del partido estatal. Encontré mi condición de candidata más débil y la etiqueta de no ser favorita muy liberadora. Si había tan sólo unos cuantos políticos lo suficientemente audaces como para unirse a nosotros, eso era perfecto también. Construimos una red de alasqueños no afiliados políticamente y trabajadores incansables que estaban cansados de los políticos acomodaticios. (Going Rogue, págs. 110-111).
¿Seguro que siguen sin oír los ecos del movimiento Tea Party? ¿Seguro que tienen el sueño tan pesado? ¿Acaso no creen que Sarah es tan sincera que simplemente nos está explicando lo que tiene pensado hacer de aquí a 2012, basándose en su experiencia de 2006 y sabedora de que los de la izquierda no sólo no van a leer su libro sino que son capaces de pasarse meses y meses discutiendo cuál va a ser su estrategia cuando bastaría con dedicar un par de minutos a leer la página adecuada del libro apropiado? Pero claro, eso es pedirles mucho, ¿verdad?
El tema de mi campaña del “cambio” era palpable y sincero y lo llevamos a rajatabla cada día de la carrera. A partir del momento en que no pretendíamos tener todas las respuestas –lo cual ya es un cambio en sí mismo, por supuesto-, dejé claro a todos los votantes que reuniríamos toda la información que necesitáramos y que basaríamos nuestras decisiones en los principios y en ideas sólidas, no en chanchullos o conveniencias políticas. Me basé en mi historial como gestora y les dije a los votantes alasqueños que gobernaría de acuerdo con principios conservadores y que si iba a equivocarme, sería siempre del lado de esos principios. (Going Rogue, págs. 112-113).
Y una vez dejados claros los principios, la ejecución. Para esto también hay un párrafo específico que incluye una curiosa reflexión que a mí personalmente, cuando la leí por primera vez, me hizo estallar en carcajadas. Juzguen por ustedes mismos:
Cada parte de nuestra campaña gritaba: “¡Cambio!”. Un cambio en la manera de financiarnos: funcionábamos a base de pequeñas donaciones procedentes de todo el estado, la mayoría de personas que era la primera vez que donaban a una campaña política, y devolvimos algunos cheques por cantidades abultadas de donantes importantes si percibíamos la sombra de un conflicto de intereses. Cambio en las paradas para hacerse meramente una foto a tener conversaciones honradas con los votantes. Un cambio de poner el énfasis en las políticas a ponerlo en la gente. Un cambio de hablar melosamente a decir las cosas claras – incluso entonces.
Nos divertimos mucho un par de años más tarde cuando Barack Obama – uno de cuyos asesores más importantes (ahora que lo pienso) tenía raíces en Alaska- adoptó el mismo tema. Kris [Perry] y yo bromeábamos acerca de ello: “¡Hey! ¡Ya éramos el cambio cuando el cambio no estaba siquiera de moda!”. (Going Rogue, pág. 114)
Con estas premisas, Sarah y su alegre cuadrilla se lanzaron por toda Alaska a hacer campaña, una campaña que desquició a los dirigentes del Partido Republicano de Alaska conforme iban comprobando cómo la candidatura de alguien como ella, sin padrinos ni respaldo (y por eso mismo totalmente incontrolable) iba calando cada vez más entre los alasqueños y ella se iba situando en una posición de privilegio. Sobre todo, les enloquecían sus partidarios, gente sin complejos, entusiastas y osados, que llevaban pancartas con el emblema de campaña de Sarah por todas partes, gritaban: “Sa-rah, Sa-rah, Sa-rah” sin cesar y llevaban sus coches y sus bicicletas llenos de pegatinas suyas. Hasta tal punto detestaban a esa gente que Bill Large, un abogado del Partido Republicano, llegó a enfrentarse en público con un grupo de ellos a los que insultó llamándoles “camisas pardas” primero y “comunistas” después (demostrando además su confusión mental porque las dos cosas no se pueden ser simultáneamente por más que las dos sean igual de despreciables). Luego, otro tipo de la misma calaña que Large, el senador estatal Ben Stevens, uno de los good ol’ boys, los calificó directamente como “la basura del valle”.
Durante la campaña, Sarah hizo lo que hacen todos los buenos políticos en elecciones: se centran en su mensaje (en este caso, el cambio), no se dejan enredar en cuestiones de detalle, se las apañan para dirigir cualquier debate o conversación hacia los principios que defienden y se esfuerzan por que parezca que se lo están pasando la mar de bien si es que no se lo están pasando realmente. En el caso de Sarah, eso le supuso muchas horas hablando sobre la Constitución de Alaska, su firme creencia en que el mejor gobierno es el más pequeño, que la competencia es sana y que sería un honor para ella el poder servirles a todos. Si a esto le añadimos la pasión que despierta Sarah entre la gente corriente (doy fe de ello por mi propia experiencia) el resultado es que el candidato que logra eso se convierte en virtualmente invulnerable a los ataques de sus rivales, quienes por más que lo intenten lo único que logran es quedar ellos en mala posición.
Y, finalmente, ¿cuál fue el resultado de las primarias republicanas en Alaska en 2006? Pues éste que aquí les detallo:
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Sarah Palin: 51.443 votos (50,59%)
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John Binkley: 30.349 (29,84%)
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Frank Murkowski: 19.412 (19,09%)
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Gerald Heikes: 280 (0,28%)
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Merica Hlatcu: 211 (0,21%)
Una victoria por todo lo alto. Indiscutible. O tal como lo dice ella misma:
El día de las elecciones, dejamos boquiabiertos a todo el mundo. Ganamos las primarias llegando hasta el 51% de los votos en unas elecciones con cinco candidatos. Ganamos por encima de los intereses enquistados y de la maquinaria política. Sin negatividad y con una campaña popular llena de energía, pasamos a las elecciones generales, donde continuaríamos teniendo la pelota. Le había echado veinticuatro horas al día, con Todd y mis niños a mi lado. (Going Rogue, pág. 116).
Sarah lo hizo una vez: venció contra todo pronóstico y contra todos. Nadie más lo hubiera podido conseguir. ¿Por qué no iba a hacerlo otra? ¿Acaso es menos capaz ahora que entonces? Por supuesto que no; todo lo contrario. Ahora es más sabia, tiene más experiencia y está mejor preparada. Cada día lo está más. No lleva ni un solo error cometido desde que concluyó la pasada campaña electoral. Sarah es lista, endiabladamente lista y sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Y da la casualidad de que es lo mismo que queremos nosotros: verla en la Casa Blanca, pero no de visitante sino de ocupante del Despacho Oval. ¡Y lo vamos a ver! ¡Y tanto que sí!
Y para terminar, les dejo con unas cuantas fotos de Sarah Palin haciendo campaña en 2006. Si no recuerdo mal, ésta es de la campaña para gobernadora, cuando ya había ganado la nominación republicana.
Ésta, por su parte, corresponde a la noche de las primarias republicanas, cuando subió al estrado a pronunciar su discurso agradeciendo la confianza depositada en ella. Creo que a más de uno de los gerifaltes del partido se le indigestó la cena, je, je, je. Pobrecillos, ¿no?
Y, por fin, una de Sarah haciendo campaña formal, ya con Sean Parnell en su ticket.
Y hasta aquí este pequeño repaso a un buen año para Sarah, el 2006. Ahora que ya he logrado resolver mis cuitas, cuento con recuperar lo antes posible el ritmo perdido. En la próxima entrada, vamos a echar un vistazo a lo que está pasando en Florida, ¿les parece? Anoten este nombre: Marco Rubio. Apunta alto. Algunos creen que igual llega tan alto como hasta la candidatura a vicepresidente en el ticket de Sarah Palin. Pues vamos a verlo aunque yo sigo apostando por Rick Perry. Y es que ya saben que tengo cierta querencia por Texas. (¿Será porque he visto mucho Walker, Texas Ranger?)
Por cierto, nuestro amigo Gonzalo tiene razón: estaría bien que nos hiciéramos todos unas camisetas con la foto de Sarah para el verano. Podríamos empezar a hacer propuestas: ¿qué foto y qué lema? Venga, vamos a animarnos; podría ser de lo más divertido. Quien quiera hacer una propuesta, que la haga y cuando tenga varias, las recogeré todas en una entrada y haremos una votación. Y la que gane, nos la ponemos todos y a ver si nos encontramos por la calle. Igual sí, ¿eh?